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La mujer en las epístolas de Pablo de Tarso



El tema de la mujer en las epístolas de Pablo de Tarso constituye una materia de importancia en el debate teológico, antropológico y eclesiológico contemporáneo acerca del papel de la mujer en el cristianismo primitivo y en la Iglesia, porque las epístolas paulinas auténticas, escritas apenas 20-25 años después de la muerte de Jesús de Nazaret, y probablemente antes incluso de la redacción de los evangelios en su versión definitiva conocida hoy, forman parte de la documentación más antigua del Nuevo Testamento por lo que resultan una fuente ineludible en cualquier análisis sobre los inicios del cristianismo.[1]

A partir de la investigación de los textos estrictamente paulinos y comparando con referencias que reflejan la posición que ocupaba la mujer en la sociedad judía y romana del siglo I, surge que el apóstol san Pablo valoró el papel cualificado que desempeñaron muchas mujeres por él conocidas en el marco de las primeras comunidades cristianas. El pensamiento del Apóstol mostró además en qué sentido superó la distinción de los sexos, que para él quedó abolida de la misma forma que las divisiones de orden racial o social: «Ya no hay varón ni mujer, todos sois uno en Cristo Jesús» (Epístola a los gálatas 3,28).[2]

Existe abundante literatura que permite afirmar que, en las culturas de Oriente en general y en la judía en particular, la mujer del siglo I no participaba en la vida pública.[3]​ Debía pasar inadvertida en público y las reglas de la buena educación prohibían encontrarse a solas con una mujer, mirar a una mujer casada e incluso saludarla.[4]​ La mujer no tenía acceso al estudio de la Escritura, se la recluía en un patio especial para ellas en el templo –el llamado «atrio de las mujeres»–, y en la sinagoga debía limitarse a escuchar. Su condición se refleja en la siguiente descripción:

En la cultura judía resultaba preferible que la mujer joven no saliese de la casa antes de su matrimonio, o incluso después, tal lo señalado en la primera mitad del siglo I por el filósofo Filón de Alejandría.

Además, Filón comentó que también las mujeres judías de Alejandría estaban recluidas: «no sobrepasan la puerta del patio. En cuanto a las jóvenes, están confinadas en los aposentos de las mujeres y evitan por pudor la mirada de los hombres, incluso de los parientes más cercanos» (In Flaccum 11, § 89.).

Las mujeres israelitas adolescentes también podían ser sujetas a transacciones de compra-venta:

Las mujeres pertenecientes a la aristocracia romana y económicamente independientes tenían acceso a la cultura y podían participar en actividades propias de la vida social y comercial. Sin embargo, la mujer romana en general estuvo privada de los derechos conferidos a los varones, sin acceso a los principales officia virilia. La expresión latina refería a aquellos cargos, empleos u ocupaciones que se consideraban propios del varón, es decir, que detentaban carácter viril o masculino. Las mujeres estaban inhabilitadas no sólo para participar directamente en el gobierno del Estado, sino para desarrollar cualquier tarea «viril».

Para ello se promulgó un conjunto de prohibiciones que inhibían la participación de la mujer en la vida militar, política, o religiosa,[9]​ con lo que se evitó que la mujer asumiera officia publica que implicaban responsabilidades para el conjunto de la sociedad. Más que una virtud, los romanos consideraban el «callar» como un deber para las mujeres.[10]

La costumbre de que la mujer romana no pudiera desempeñar officia publica permaneció en los siglos siguientes. Ejemplo de ello es la mención por parte del jurista romano Paulo, quien ejerció su carrera a fines del siglo II y comienzos del siglo III, de que las mujeres —junto con los esclavos— no podían detentar el cargo de juez en razón de las costumbres.

Las mujeres romanas estaban presentes en la mayoría de los festivales y ceremonias del culto. Algunos rituales requerían específicamente la presencia de la mujer, pero su participación activa era limitada. Por regla general, las mujeres no realizan sacrificios de animales, rito central de la mayoría de las ceremonias públicas más importantes.[12]​ Además de los ritos realizados por las vestales, cuyo contado número habría variado en el tiempo entre dos y seis,[13]​ existían ciertas prácticas de culto reservadas sólo para mujeres: tal el caso de los ritos de la Bona Dea en los que solo las mujeres tomaban parte.[14][15]​ Con todo, los cultos familiares eran presididos por el pater familias,[16]​ quien además decidía si su hija debía permanecer bajo su poder o si pasaría a ser tutelada por otro hombre. La religión se transmitía a través de los varones, y el pater familias hacía las veces de sumo sacerdote en el hogar.[17]

Desde el comienzo de la Iglesia cristiana primitiva, las mujeres fueron miembros relevantes del movimiento aunque algunos autores sostienen que buena parte de la información referida a la participación de las mujeres en el Nuevo Testamento no fue suficientemente considerada.[18][19]​ Los investigadores han iniciado la búsqueda en mosaicos, frescos e inscripciones de la época con el fin de obtener más información acerca de los roles de la mujer en la Iglesia primitiva.[18]​ Otros autores sugieren que una amplia variedad de textos neotestamentarios destacan el papel que tuvieron las mujeres, tanto en vida de Jesús de Nazaret como en las primeras comunidades.[20]​ Según Joseph Ratzinger, se trata de «[...] numerosas figuras femeninas que desempeñaron un papel efectivo y valioso en la difusión del Evangelio. [...] En el ámbito de la Iglesia primitiva la presencia femenina tampoco fue secundaria».[21]​ Además de María, madre de Jesús, aparecen numerosas personalidades femeninas en los Evangelios, como por ejemplo, el grupo de miróforas que le siguieron durante su ministerio, estuvieron al pie de la cruz, y fueron testigos de su Resurrección. Sin embargo, se debe a Pablo de Tarso una documentación más amplia sobre la dignidad y el papel eclesial de la mujer.[21]

En la Epístola a los filipenses, Pablo mencionó a Evodia y Síntique, dos mujeres cristianas principales que habían defendido junto a él el evangelio (Filipenses 4:2-3).

La Epístola a los romanos brinda un panorama bastante detallado de la misión apostólica de Pablo de Tarso, e indica que entre sus colaboradores se contaban muchas mujeres.[22]​ En la profusa lista de aquellos a quienes se envían saludos en Romanos 16:3-15 aparece un amplio número de colaboradores de Pablo durante su misión en Éfeso, entre los que se mencionan expresamente hasta nueve mujeres.[23]​ Más aún, Pablo tomó como sitio central de su misión al hogar, lugar donde más sobresalía la tutela de la mujer.[24]​ Eso coadyuvó a que las comunidades cristianas paulinas se distinguieran por un carácter típicamente familiar.[25]

Pablo elogió a Febe, probable portadora de la Epístola a los romanos, por su trabajo como diaconisa:

Otro ejemplo muy estudiado es el caso de Junia o Junias (Romanos 16:7), de quien la mayoría de los comentarios de los Padres de la Iglesia y de otros teólogos antiguos consideran se trata de un personaje femenino.[26]​ Si bien existen teólogos modernos que consideran que Junias es un nombre masculino,[27]Benedicto XVI también lo incluyó entre los nombres de mujer:

De Junia o Junias, Pablo de Tarso dice que era «ilustre entre los apóstoles» y que llegó a Cristo antes que él.[28]​ Otros autores proponen que Pablo significó que era «bien conocida por los apóstoles».[29]

Otra personalidad notable mencionada por Pablo es Priscila o Prisca, mujer de Áquila. Los Hechos de los Apóstoles sugieren que estos esposos mantuvieron una gran amistad con Pablo, al punto que fueron capaces de levantar su tienda y partir con él desde Corinto a Éfeso y luego ir a Roma —de donde habían sido exiliados previamente por un edicto del emperador Claudio— para preparar la llegada del Apóstol. En Éfeso fueron ellos quienes, en una intervención riesgosa, habrían logrado la liberación de Pablo,[30]​ lo que justificó el encomio del Apóstol:

Tanto el texto de Romanos 16:3-4 como varias de las referencias que de Priscila se hacen en el libro de los Hechos de los Apóstoles (Hechos 18:18; Hechos 18:26) y en la Segunda epístola a Timoteo (2Timoteo 4:19) se la cita en primer lugar antes que a su marido, por lo que algunos estudiosos llegan a sugerir que ella sería la cabeza de la unidad familiar.[31]​ En realidad, el orden de citación no es uniforme, porque en otro lugar Pablo nombra a Priscila en segundo término, después de su esposo (1Corintios 16:19), y lo mismo sucede en el libro de los Hechos (Hechos 18:2, Hechos 18:26). Esto sugiere un orden de mención indistinto, quizá sobre la base de un principio de igualdad en la dignidad del varón y de la mujer, propugnado en las comunidades paulinas.[25]

Según Giancarlo Biguzzi, el movimiento feminista acusó en el pasado a ciertos textos y escritores bíblicos de mantener una posición hostil hacia las mujeres, y a Pablo de Tarso de ser misógino y antifeminista.[32]

Varios pasajes que aluden a las mujeres se encuentran en la Epístola a los efesios y en las llamadas cartas pastorales (particularmente la Primera epístola a Timoteo) pero en la actualidad esos escritos son considerados por la mayoría de los estudiosos como epístolas pseudoepigráficas o deuteropaulinas, redactadas probablemente por otros autores,[33][34]​ con lo que pueden ser útiles para el análisis de la variedad de concepciones presentes en el cristianismo primitivo, más que del pensamiento propio del Apóstol.

En el contexto actual, los textos paulinos más controvertidos serían dos pasajes: 1 Corintios 11,2-16, que hace referencia al atavío de las mujeres, y 1 Corintios 14,34-36, que indica que las mujeres han de permanecer en silencio en las asambleas.

La mayoría de los estudiosos en temas paulinos considera a 1Corintios 11:2-16 como un pasaje de difícil comprensión, e incluso en apariencia contradictorio.[35]​ Esto, debido a que al comienzo señala:

Pero más adelante indica:

Según Murphy-O’Connor, la idea central de Pablo es la diferenciación entre varones y mujeres, no el dominio de los unos sobre las otras.[36]​ La Biblia de Jerusalén señala que la argumentación de Pablo está en íntima dependencia de las costumbres con las que está habituado, lo cual relativiza sus conclusiones.[37]​ En el mismo sentido, Barbablio sugiere que, «si los dos sexos son diferentes, y de hecho lo son por creación y naturaleza, (para Pablo) tal diversidad debe traducirse en lo exterior».[38]​ Vidal indica que en realidad se trataba de un problema gestual, porque la comunidad corintia equiparaba su celebración con otras celebraciones religiosas de su ambiente pagano, por lo cual Pablo no estaría proponiendo el dominio del varón sobre la mujer, sino evitar ciertas costumbres propias del mundo helenista.[39]​ En su explicación, Pablo habría cortado varias veces su argumentación hasta dar por válido solamente el principio sobre la igualdad de rango entre el varón y la mujer (1Corintios 11:11-12) y la práctica de las comunidades (1Corintios 11:16).[40]

Por su parte, la filósofa Edith Stein señaló que el pasaje se relaciona con las costumbres de la época en que Pablo vivió, por lo cual no resulta vinculante para todos los tiempos:

Respecto de 1Corintios 14:34-36, se estima con frecuencia que no es un frase genuinamente paulina, sino que se trata de una interpolación posterior.[42]​ En cualquier caso, la totalidad de la Primera epístola a los corintios parece ofrecer un conjunto diferente al de esos versículos aislados.

Benedicto XVI señala que «[...] hay que relativizar la sucesiva y conocida exhortación: "Las mujeres cállense en las asambleas"(1Corintios 14:34)», ya que Pablo de Tarso admitía como algo normal que en la comunidad cristiana la mujer pudiera profetizar (1Corintios 11:5), es decir, hablar abiertamente bajo el influjo del Espíritu.[21]

En un versículo de la Epístola a los gálatas, Pablo de Tarso expone las consecuencias raciales y religiosas, sociales y humanas del mensaje que predica:

En expresión de Joseph A. Fitzmyer, «este versículo constituye el punto culminante de la carta de Pablo».[44]​ Los análisis de este versículo son abundantísimos. Con todo, el marco histórico-cultural en que Pablo lo escribió parece un elemento necesario para su comprensión. Juan Leal lo expuso así:

El teólogo alemán Gerd Theissen señaló que solo se puede medir la dimensión del avance que este versículo significó en el siglo I si se consideran las diferencias sociales que menciona.[46]



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