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La obra de arte del futuro



La obra de arte del futuro (en alemán: Das Kunstwerk der Zukunft) es un largo ensayo escrito por Richard Wagner, publicado por primera vez en 1849 en Leipzig, en el que se establecen algunos de sus ideales en torno al arte en general y el drama musical en particular. Este ensayo no debe ser confundido con Música del futuro.

El ensayo es parte de un grupo de estudios teóricos que Wagner produjo en un período de escritura intensiva a raíz de su exilio tras el alzamiento de mayo en Dresde en 1849. Siguió a Arte y revolución y precedió a El judaísmo en la música, desarrollando las ideas de aquel y prefigurando algunos de los temas de este.

Wagner escribió el ensayo por completo en unos dos meses, en Zúrich. En noviembre de 1849 escribió a su amigo Theodor Uhlig: «Esta será la última de mis obras literarias». En esto, como en otros asuntos, Wagner cambió de opinión.

El ensayo está dedicado al filósofo Ludwig Feuerbach, cuyas obras (quizás especialmente Principios de la filosofía del futuro) inspiraron algunas de sus ideas. En septiembre y octubre de 1849 Wagner había leído tanto Reflexiones sobre la muerte y la inmortalidad como La Esencia del Cristianismo de Feuerbach.[1]​ El biógrafo de Wagner, Ernest Newman, opinó que el estilo de la prosa de Wagner en este ensayo y otros estuvo fuertemente influido por Feuerbach, que era «constitucionalmente proclive a la antítesis»; al tiempo que observó que años más tarde Wagner rechazó la filosofía de Feuerbach por la de Schopenhauer.[2]

El título del ensayo persiguió a Wagner, ya que a partir de entonces sus oponentes se burlaban de él denominándolo profeta autoproclamado de «la música del futuro».

Inmediatamente después del ensayo Wagner escribió precipitadamente un proyecto de libreto, sobre todo en prosa, de nombre Wieland der Schmied (Völundr el herrero). En el cierre del presente ensayo refirió que, a su juicio, dicho relato era apropiado como material para su ideal de drama musical. En un principio tuvo la intención de producirlo en París; sin embargo, abandonó este plan y el proyecto finalmente se convirtió en la base para la primera ópera eslovaca, Kovac Wiland, de Ján Levoslav Bella (producida en Bratislava en 1924).

Wagner comienza su ensayo afirmando lo siguiente:

El pueblo (en alemán, «Volk») es para Wagner «la suma de todos aquellos que sienten una necesidad comunitaria»[4]​ así como la fuerza que condiciona el surgimiento y desarrollo de la obra de arte. Aquellos que no sienten ese impulso comunitario viven, a juicio de Wagner, ajenos al «Volk»:

Para Wagner, el egoísmo es contrario al Arte:

Ya en su ensayo anterior, Arte y revolución, Wagner asocia la crisis del arte (derivada de la especulación, mercantilización y banalización del mismo) al egoísmo humano, que, por otro lado, vincula en gran medida al cristianismo deformado. Para Wagner, ese ideal de vida, en contraposición al griego, habría tendido a crear sobre los seres humanos una cosmovisión alejada del cooperativismo y la alegría de vivir que definieron en buena medida el espíritu del pueblo heleno.

Lo que antaño, en la Antigua Grecia, por medio de la Tragedia griega, fue una fructífera cooperación entre las distintas disciplinas artísticas, acabó derivando, con el paso de los siglos y la deformación del ideal cristiano y su negación hacia todo lo sensible y la propia naturaleza, en la progresiva separación de las distintas modalidades artísticas y el ensombrecimiento de cada una de ellas. Para Wagner, la obra de arte del futuro debía tomar como modelo la Tragedia griega y su visión integradora de las artes, que sitúa al ser humano como objeto y materia esenciales de la acción dramática:

Para Wagner, Beethoven supo encontrar en la música instrumental un nuevo horizonte expresivo:

Sin embargo, por medio de su última sinfonía, Beethoven, al incluir en ella la palabra, demostró que el lenguaje de la música, llegado cierto punto, requiere necesariamente de la poesía:

En este ensayo Wagner defiende la llamada obra de arte total, aquella en que cada disciplina artística aporta al todo su peculiar e insustituible medio de expresión, asegurando que solo en ese cooperativismo artístico cada una de ellas (la danza, la música, la poesía, la arquitectura, la escultura y la pintura) logra ser todo aquello que puede ser:

En formas como la Ópera o el Oratorio, las artes, para Wagner, se presentaban unidas pero no integradas. La relación que vinculaba a la música con la poesía o la danza resultaba, en muchos casos, pobre y anodina. Para el compositor, cada una de las artes debía entregarse por completo a la acción dramática, gracias a la cual los límites individuales de cada modalidad artística se anulaban al coordinarse:

De entre las seis Bellas Artes, Wagner distingue aquellas que derivan directamente del ser humano y para las que no se requiere de un medio material externo, danza, música y poesía («Las tres [el arte de la danza, el arte del sonido y el arte de la poesía] son, por su esencia, inseparables […] cada una de ellas por separado […] solo puede llevar una vida oculta y artificial»),[12]​ del resto: arquitectura, escultura y pintura.

Wagner vincula la labor creativa del artista a la naturaleza y su creación inexorable (inevitable, sin motivo, natural):

La moda es, para Wagner, expresión del rechazo por la naturaleza:

Confiando enteramente en la capacidad inagotable de renovación de la propia naturaleza, Wagner afirma que:

Los principios artísticos defendidos en este y otros ensayos fueron plasmados por Wagner en sus grandes creaciones posteriores: El anillo del nibelungo, Tristán e Isolda, Los maestros cantores de Núremberg y Parsifal.

Aunque inspirada en la Antigua Grecia, la visión de Wagner supuso una revolución en el mundo artístico de su época y posteriormente. Aquello de lo que habló el compositor (la necesidad de aunar en un solo marco todas las disciplinas artísticas) ha tenido múltiples aplicaciones posteriores. Los principios asentados por Wagner comienzan a evidenciarse cada vez más como necesarios.

El cine, de algún modo, recogió parte de los ideales de integración artística que propuso Wagner. Sin embargo, no es la forma posible más completa de Arte; en ella la acción dramática no acontece en directo: es grabada y posteriormente proyectada. En el drama musical, el cine, por medio de proyecciones, actúa como una disciplina más, junto al resto, al servicio de la acción dramática.

De entre todas, el drama musical (la obra de arte del futuro) se muestra, pues, como la forma artística más capaz y completa.



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