Los lambrequines o lamequines, como llaman algunos, no son otra cosa que el timbre o los ornamentos que forman parte de él y vienen a ser aquellos penachos que salen detrás del yelmo pendiendo en su circunferencia por los dos lados de los cuales unos parecen hojas entrelazadas y otros compuestos de plumas naturales, reputados por menos honorables.
El origen de los lambrequines es también muy antiguo aunque al presente no sirven sino de ornamento al casco y al escudo como de ropaje, que se pone encima, de la misma forma que lo hace la cota de armas para cubrir el resto de ellas.
Los antiguos heraldos llamaron a este vestido de cabeza veleta o volante porque volteaba o se movía con cualquier viento y por estar atado detrás del yelmo con una venda o trenza compuesta de cintas y cordones entrelazados de los colores de los esmaltes de las armas con que se aseguraba al propio tiempo la cimera que ponían también encima.
A los que son nuevamente ennoblecidos se les ponen plumajes y no hojas. El motivo es porque como la antigua caballería adornaba sus yelmos con hojas que ya no se llevan se ha tomado el uso de las plumas para el adorno de los yelmos de los nuevos nobles y también porque en la misma práctica antigua solo traían plumajes los caballeros y soldados de la inferior calidad y graduación.
Los penachos, plumajes, hojas o lambrequines, que sirven de ornamento al yelmo y acompañan también al escudo, deben ser siempre del esmalte y colores del campo y de las piezas del escudo sin mezcla de otro alguno a menos de tener privilegio especial o por alguna particular concesión.
Los españoles atan sus penachos y lambrequines con diversos nudos y lazos dejando largos cabos, que llaman giras, volteando al aire.
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