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Libisosa



El yacimiento arqueológico de Libisosa se encuentra en el “Cerro del Castillo” del municipio de Lezuza (Albacete, Castilla-La Mancha). En virtud de las excavaciones arqueológicas (iniciadas en 1996 por un equipo de la Universidad de Alicante dirigido por José Uroz Sáez, y continuadas de forma ininterrumpida desde entonces[1]​), hoy se sabe que el yacimiento ocupa 30 hectáreas de restos que abarcan desde el Bronce Final hasta la Baja Edad Media, presidida esta última por la torre vigía que da nombre al cerro, y a la que corresponde igualmente un edificio de las órdenes militares. De época romana destaca la muralla tardorrepublicana y el foro de la colonia romana mencionada por Plinio el Viejo (NH, III, 25), mientras que del oppidum ibérico adscrito a la regio oretana por Ptolomeo (II, 6, 58) sobresale su fase final. La excelente conservación de estructuras y materiales de la etapa iberorromana de Libisosa se debe al “efecto sepultura” provocado por su destrucción precipitada y sistemática, que ha permitido llegar hasta nuestros días una imagen congelada de su estado previo a la devastación,[2][3]​ lo que constituye una mina para la investigación del Ibérico Final y la Hispania republicana, en su en su mayor parte todavía por descubrir.[4]

En 2021 se han iniciado las gestiones destinadas a declarar el conjunto como parque arqueológico. Es el segundo parque en la provincia de Albacete, y el sexto en el conjunto de la comunidad castellano manchega.[5]

Los primeros testimonios arqueológicos de ocupación del cerro se remontan al Bronce Final, en virtud del hallazgo de cerámicas a mano prehistóricas dispersas por el yacimiento, con tan solo una concentración especial en el Sector 2, en el que además parece haber huellas de hábitat, y donde van acompañadas de vasijas a torno grises, que ubican este contexto en un arco del s. IX/VIII al VI a.C., en el momento de transición entre el Bronce Final y el Hierro I/Orientalizante. La continuidad del hábitat en época ibérica antigua resulta dentro de la lógica, y diversos son los factores que hacen pensar en un rol nuclear de este oppidum en su comarca.[6]

Pero si hay una etapa de la Libisosa mencionada por Ptolomeo (II, 6, 58) entre las ciudades iberas oretanas, digna de destacar en virtud de los hallazgos arqueológicos, es la que se corresponde con la fase final,[7]​ que abarca del siglo II al primer tercio s. I a.C., y que nos informa de diversos aspectos sobre la vida de una comunidad oretana bajo el dominio de Roma, seguramente de peregrini en régimen estipendiario, en una etapa de su proceso de romanización que podríamos calificar de temprana, propiciada seguramente, y entre otras razones, por la presencia de comerciantes itálicos y, sobre todo, por algún cuerpo del ejército (o soldados alojados en régimen de hospicio) que proporcionaría seguridad a las rutas que allí confluyen.[8]​ El proceso de romanización correrá paralelo, paradójicamente, a otro de autoafirmación, que encontró en la iconografía un lienzo ideal (como muestran también algunos vasos singulares[9]​ hallados en Libisosa) para ensalzar la virtud aristocrática ibérica, en el marco de la construcción de una mitología propia, para su cohesión interna (del grupo dirigente y sus clientelas) y, en definitiva, para mantener sus privilegios ante el nuevo orden romano.

Y si esta fase es importante es debido a su excepcional estado de conservación, motivado por una destrucción repentina, que se ha relacionado con las guerras sertorianas (82-72 a.C.)[10]​, y que ofrece una imagen inalterada del momento inmediatamente anterior a dicha devastación, tanto de estructuras como de materiales. De lo cruento de este episodio, y de la fractura que supone, rinde cuentas el hallazgo de un esqueleto infantil[11][12]​ tendido sobre una de las calles.

De lo que conocemos como barrio iberorromano destacan dos sectores:

→ Las últimas investigaciones[18]​ en el Sector 18 han sacado a la luz un panorama más complejo y con más matices, y un nuevo contexto cerrado, este destruido en el s. II a.C., y que parece corresponderse con un edificio de culto.[19]​ De este lugar procede el excepcional vaso de la “Diosa y el príncipe ibero”,[20][21][22][23]​ que se ha sumado recientemente a la colección permanente del museo de Lezuza.[24]

Entre los últimos descubrimientos también destaca su conjunto de armas[25][26]​ iberorromanas y una excepcional acumulación de monedas,[27][28]​ así como el catálogo de inscripciones ibéricas.[29]

La dinámica de romanización del poblado ibérico quedará dramáticamente interrumpida, como se ha dicho, cuando el oppidum, o al menos la parte conocida por los sectores excavados, es arrasado definitivamente en el contexto de las guerras sertorianas,[30]​ encastillándose uno de los ejércitos en liza en la parte más elevada del cerro. Aunque no existan fuentes literarias que avalen la filiación del enclave libisosano en este conflicto, cuando en el 75 a.C. Metelo venció y mató a Hirtuleyo (legado de Sertorio) en la Ulterior, el general de la facción silana ya tuvo las manos libres para dirigirse al levante hispano y poder unirse a Pompeyo, que acababa de vencer a los sertorianos Perpenna y Herennio en Valentia. Y Metelo se debió desplazar por la antigua ruta recordada en los Vasos de Vicarello, el Camino de Aníbal o via Heraclea, que controlaba Libisosa para el paso entre el Sur y el Levante peninsular.[31]

El Sector 18 es destruido y ya no será ocupado por las poblaciones posteriores. En cuanto al Sector 3, sobre el derrumbe de los edificios pre-existentes se construye apresuradamente una muralla[32]​ de tres metros de anchura, abarcando 9 Ha, con un doble paramento de mampostería ordinaria, en seco, y el interior relleno de piedras y tierra, recordando la técnica del emplecton de Vitrubio (II, 8, 7), con dos aberturas en esta zona, las Puertas Norte y Noroeste. La que más afecta a los departamentos ibéricos, la Puerta Norte, está provista de sendos bastiones macizos de tendencia rectangular de unos 6 m de frente externo, que protegen un vano ligeramente abocinado de 9 m en su parte exterior y de 7,30 m en la interior. Más adelante, posiblemente a mediados del s. I d.C., cuando probablemente ya estaba en mal estado el torreón oeste, se cerró esta puerta, dejando solo una poterna.[33]

Tras un hiato de difícil localización arqueológica, el antiguo oppidum oretano experimentará un salto promocional definitivo, con su conversión en la colonia Libisosa Foroaugustana, a la que Roma otorgó, tal y como se desprende de la lectura de Plinio el Viejo (HN, III, 25), el ius italicum, la más alta consideración jurídica, quizás como premio para fijar la población en esta zona tan estratégica. Dicha promoción colonial le habría sido conferida por Augusto a Libisosa posiblemente con ocasión de su tercer viaje a Hispania, a finales del s. I a.C.[34]

La deductio colonial trajo consigo la fundación del foro,[35]​ articulado en torno a una gran plaza de 150 pies de longitud por 100 de anchura, lo que supone una proporción de 3 a 2 (la idónea para Vitrubio V,1,2), para lo cual se tuvo que realizar una gran obra de ingeniería de desmonte al sur y aterrazamiento al norte, que permitiera crear ese gran espacio central con sus edificios laterales en la parte más elevada y estrecha del cerro.

Por lo que refiere al registro material, las excavaciones arqueológicas han recuperado del foro un numeroso conjunto cerámico, pero también algunos fragmentos de inscripciones,[43][44]​ que nos atestiguan la existencia de IIviri, y reiteran la pertenencia de la colonia a la tribu Galeria; tres capiteles de tipo corintizante, diversos restos escultóricos[45]​ de togados, y retratos de personajes julio-claudios (uno de ellos con damnatio memoriae), monedas (denarios y ases republicanos e imperiales), un pulvinus de altar, decorado con una roseta de cinco pétalos, etc.[46]​ A estos nuevos materiales proporcionados por las excavaciones recientes hay que sumar los hallazgos antiguos, como la cabecita, conservada en el Museo de Albacete, perteneciente a una dama de la élite libisosana que sigue el referente de la emperatriz Iulia Agrippina Minor.[47]​ O la inscripción, conocida de antiguo, hallada en Calle de los Caballeros número 3 de Tarragona, datada en época de Adriano, referida a un ilustre ciudadano de Libisosa que se convierte en flamen provincial en Tarraco (CIL II, 4254). O, por supuesto, la inscripción, que se conserva todavía, en condiciones de riesgo, en un ángulo exterior de la Casa de la Tercia, junto a la iglesia del municipio, conocida desde hace tiempo (CIL II, 3234) y que contiene una dedicatoria a Marco Aurelio, fechada entre 166 y 167 d.C., que le ofrecen los colonos de Libisosa, y que según las noticias de los eruditos del siglo XVI y XVII, Ambrosio de Morales y el Bachiller Alonso de Requena, habría aparecido en unión con una estatua de mármol.[48]

La ciudad mantiene su vitalidad durante el Alto Imperio, especialmente en el siglo I, a tenor de los materiales hallados. No obstante, en la parte septentrional del foro se evidencian signos de destrucción (probablemente relacionada con causas naturales, como corrimiento de tierras o movimientos sísmicos) y su posterior remodelación, con la reestructuración del pórtico y la inclusión, al menos, de una especie de fuente monumental,[49]​ así como la elevación de los niveles de pavimentación de la plaza forense.

Correspondientes a la época medieval se conservan restos arqueológicos de una torre vigía y de un complejo de carácter religioso.

Tras la conquista de Alcaraz en 1213 las tropas de Alfonso VIII tomaron el castillo de Lezuza. En 1411 Alcaraz exime de tributos a todos los vecinos que quieran vivir en el Cerro de Lezuza, junto a la torre, en un intento de aumentar la población en la zona. Más tarde, durante el siglo XV, Lezuza se verá involucrada en los conflictos entre el marquesado de Villena y los Trastámara. Ya con el reinado de los Reyes Católicos y durante todo el siglo XVI irá creciendo la localidad por la concesión de la categoría de villa a Lezuza, pero se abandona el Cerro del Castillo como lugar de hábitat, afirmándose el asentamiento en el llano, en torno a la nueva iglesia.[54]



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