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Libros deuterocanónicos



Los deuterocanónicos son textos y pasajes del Antiguo Testamento considerados por la Iglesia católica y la Iglesia ortodoxa como canónicos, que no están incluidos en la Biblia hebrea. Estos textos y pasajes, muchos de los cuales escritos originalmente en hebreo (aunque algunos en griego, arameo o una combinación de los tres), aparecen en la Septuaginta —una Biblia griega datada entre los años 280 a. C. y 30 a. C.—, el texto utilizado por las comunidades judías e israelitas de todo el mundo antiguo más allá de Judea, y luego por la iglesia cristiana primitiva, de habla y cultura griegas.[1][2]

Aunque los deuterocanónicos no forman parte del canon judío, muchos sí son parte de los apócrifos judíos —mencionados o interpretados en el Talmud—, o recogidos como tradiciones en la Ley oral. Algunos, como Macabeos, contienen relatos que se consideran importantes dentro de la tradición judía.

Los deuterocanónicos del Antiguo Testamento son:


Por otra parte, también se denominan deuterocanónicos a algunos libros del Nuevo Testamento que no fueron admitidos en el canon desde el primer momento, sino después de haberse disipado algunas dudas. Ellos son:[3]

Del griego δευτεροκανονικός (déuteros : “segundo”, “posterior”; y kanonikós: “perteneciente a una regla o canon”, “canónico”). Nombre dado a ciertos libros, o adiciones de libros que, a lo largo de la historia, no han sido considerados por todos como inspirados. Actualmente son rechazados por judíos y por la mayoría de los protestantes, pero incluidos y aceptados por la Iglesia Católica y por la Iglesia Ortodoxa.

Los términos protocanónicos y deuterocanónicos no aparecieron nunca antes de mediados del Siglo XVI. Fueron acuñados en el año de 1556[4]​ por Sixto de Siena (1520–1569),[3]​ teólogo católico de origen judío, para referirse, respectivamente, a los textos propios del llamado Canon Palestinense del Tanaj judío –por considerarlo una “primera norma” o prescripción de textos del Antiguo Testamento—, y a los textos propios del llamado Canon Alejandrino de la Biblia Griega —por considerarlo una “segunda norma” o prescripción de textos del Antiguo Testamento—.[5]

La Enciclopedia Espasa define de esta manera este término:

La gran mayoría de las referencias del Antiguo Testamento en el Nuevo Testamento están tomadas de la biblia griega Septuaginta (LXX), escrita entre el 280 y 30 a.C, que incluye los libros deuterocanónicos, así como también los libros apócrifos. La Septuaginta fue ampliamente aceptada y utilizada por los judíos de habla griega en el siglo I, incluso en la región de Judea, y por lo tanto, naturalmente se convirtió en el texto más ampliamente utilizado por los primeros cristianos, que eran predominantemente de habla griega.

Libros deuterocanónicos y apócrifos incluidos en la Septuaginta

Filón (15 a.C.– 45 d.C.), contemporáneo de Jesús de Nazaret, que vivió precisamente en Alejandría, nunca cita ninguno de los libros deuterocanónicos en sus escritos.[11]

Flavio Josefo menciona (37-101 d.C.) que solo 22 libros eran considerados como canónicos:

Tras la caída de Jerusalén y su Templo en el 70, un grupo de rabinos fundó una escuela en Jamnia. Allí sucedieron varias discusiones sobre los libros del Tanaj.

El primer autor cristiano del cual tenemos referencia que habló del canon del Antiguo Testamento fue el obispo de Sardes, Melitón. En una carta, menciona los libros del canon hebreo a excepción de Ester, mientras que incluye al libro de Sabiduría.[14]

A mediados del III siglo, Orígenes afirmaba, citado por Eusebio de Cesárea:

Entre los veintidós libros a los que se refiere Orígenes son citados como canónicos Macabeos y la Epístola de Jeremías (el último capítulo del libro de Baruc), los veintidós libros citados por el son:

Hay que reconocer, sin embargo, que en la práctica, Orígenes se negó a excluir totalmente los apócrifos, porque se los empleaba en la Iglesia, como él mismo lo explica en su Carta a Julio Africano.

En el Fragmento Muratoriano también conocido como Canon de Muratori podemos encontrar que el libro de la Sabiduría de Salomón era aceptado por la iglesia, aunque se desconoce si algún otro era aceptado debido a que al documento le falta una parte.

Atanasio (367 d.C.) en una de sus cartas pascuales da una lista muy parecida a la de Orígenes y al canon hebreo, con la diferencia de que incluye Baruc y la Epístola de Jeremías como canónicos y además omite a Ester.

Cirilo de Jerusalén en su libro Catechetical Lectures cita como libros canónicos a "Jeremías, Baruc, Lamentaciones y la Epístola de Jeremías".[18][19]

Gregorio Nacianceno da una lista de libros canónicos en verso, en donde reconoce veintidós libros; omite Ester.[20]Anfiloquio sigue la línea de Gregorio, pero añade: "Junto con éstos, algunos incluyen Ester".

Epifanio (385 d.C.) menciona que "hay 27 libros dados por Dios a los judíos, pero se cuentan como 22, porque diez libros se duplican y se cuentan como cinco". Él escribió en su Panarion que los judíos tenían en sus libros como canónicos la Epístola de Jeremías y Baruc combinado con Jeremías y Lamentaciones en un solo libro, mientras decía Sabiduría de Sirá y la Sabiduría de Salomón eran libros de disputada canonicidad.[21][22]​ En otra parte añade como apéndice al Nuevo Testamento a la Sabiduría de Salomón y a la de Sirá.[23]

Agustín reconocía la importancia de las lenguas originales, no sabía hebreo, e instó en su correspondencia con Jerónimo a que éste realizase su nueva versión a partir de la Septuaginta. Da una lista del canon del Antiguo y Nuevo Testamento en su libro Sobre la Doctrina Cristiana Libro II Cápítulo 8:13 (397 - 426 d.C.), en el cual incluye los deuterocanónicos:

Agustín admite que el libro de Macabeos es canónico para la Iglesia pero no es contado como canónico por los judíos:

Inocencio I en una carta al obispo de Tolosa, Exuperio, da en 405 una lista de libros del AT que incluye los deuterocanónicos.

De acuerdo con el monje Rufino en su Comentario al Credo de los Apóstoles (c. 400 d. C.) los libros deuterocanónicos no eran llamados libros canónicos sino eclesiásticos:

El concilio de Laodicea (en 364 d.C.) declaró que Jeremías, Baruc, Lamentaciones y la Epístola de Jeremías son canónicas en un solo libro.[28]

En el concilio de Roma del año 382 bajo el papado de Dámaso I se define el canon completo de la Biblia, en el que se aceptan los 46 libros del Antiguo Testamento, incluyendo los libros deuterocanónicos, y los 27 de Nuevo Testamento. Desde el año 382 se formó el canon que la Iglesia católica utiliza actualmente, y que fue el único canon utilizado —tanto por católicos como protestantes— hasta ya avanzado el siglo XIX, cuando fueron suprimidos definitivamente los libros deuterocanónicos de las Biblias protestantes. La sección del concilio de Roma del año 382 en que se decreta el canon definitivo dice:

El Concilio de Hipona (393 d.C.) registra las Escrituras que se consideran canónicas incluyendo los deuterocanónicos:

El Concilio de Cartago (419 AD) en su canon 24 confirmó el canon emitido en Hipona citando de la misma manera todos los libros deuterocanónicos como Escrituras canónicas:

Jerónimo hizo una revisión de los Salmos y los Evangelios de la Vetus Latina por petición de Dámaso, obispo de Roma. Al morir el papa, Jerónimo hizo un peregrinaje a Belén en el 386. Comenzó con una nueva revisión del Salterio en latín conforme a la Septuaginta (LXX), pero luego decidió trabajar a partir del texto hebreo. En el 405 completo su traducción. En el prólogo escribió:

Sin embargo, Jerónimo escribe más tarde en su Prólogo a Judit que el libro de Judit era considerado como Escritura por el Primer Concilio de Nicea.

En su respuesta a Rufino, Jerónimo afirmó que el era consecuente con la elección de la iglesia con respecto a la versión de las porciones deuterocanónicas de Daniel que los judíos de su tiempo no incluían:

Así, Jerónimo reconoció el principio por el cual el canon se establecería: por el juicio de la Iglesia (al menos las iglesias locales en este caso) en lugar de su propio juicio o el juicio de los judíos; aunque referente a la traducción de Daniel al griego, se preguntó por qué se debería usar la versión de un traductor al que consideraba hereje y judaizante (Teodoción).[34]

Numerosos autores posteriores apoyaron la opinión de Jerónimo y el canon hebreo, tales como Beda, Alcuino, Nicéforo de Constantinopla, Rabano Mauro, Agobardo de Lyon, Pedro Mauricio, Hugo y Ricardo de San Víctor, Pedro Comestor, Juan Belet, Juan de Salisbury, el anónimo autor de la Glossa Ordinaria, Juan de Columna, Nicolás de Lira, William Occam, Alfonso Tostado y el Cardenal Francisco Jiménez de Cisneros (editor de la famosa Políglota Complutense, el mayor monumento a la erudición bíblica católica del siglo XVI):

Los cánones apostólicos aprobados por el concilio de Concilio Quinisexto en 692 d.C. (concilio no reconocido por la Iglesia Católica) declara que son venerables y sagrados los primeros tres libros de Macabeos y Sirácides.[36]

Gregorio Magno escribió acerca de la distinción entre los libros canónicos y los deuterocanónicos:

Los obispos africanos Jumilius y Primasius siguen a Jerónimo; Anastasio de Antioquía y Leoncio reconocen el canon hebreo.

Juan Damasceno, en su Exposición de la Fe Ortodoxa (4:18) defiende asimismo el canon hebreo, el cual explica con cierto detalle, y agrega:

El Concilio de Florencia en 1442 d.C. declaró como canónicos los libros de Judith, Esther, Sabiduría, Eclesiástico, Baruc y dos libros de los Macabeos.

El Concilio de Trento en 1546 d.C. apoyó las decisiones sobre qué libros incluir en el canon que fueron determinados por concilios anteriores:

Si bien la mayoría en Trento apoyó esta decisión, hubo participantes en la minoría que no estuvieron de acuerdo con los libros aceptados en el canon. Entre la minoría estaban los cardenales Seripando y Cayetano, este último un opositor de Lutero en Augsburgo.[42][43]​ Los Padres en sesión en Trento confirmaron las declaraciones de los concilios anteriores que también incluían los libros deuterocanónicos, como el Concilio de Roma (382), el Concilio de Hipona (393), el Concilio de Cartago (397 y 419) y el Concilio de Florencia (1442) y proporcionó "el primer pronunciamiento infalible y efectivo que se promulgó del canon dirigido a la Iglesia universal".[44]

Se han encontrado fragmentos de tres libros deuterocanónicos (Sirach, Tobit y Baruch) entre los Rollos del Mar Muerto encontrados en Qumrán.

Sirácides, cuyo texto hebreo ya se conocía de El Cairo Geniza, se ha encontrado en dos pergaminos (2QSir o 2Q18, 11QPs_a o 11Q5) en hebreo. Se ha encontrado otro rollo hebreo de Sirácides en Masada.[45]​ Cinco fragmentos del Libro de Tobías se han encontrado en Qumrán escritos en arameo y uno escrito en hebreo (papiros 4Q, n. 196-200).[45][46]​ La epístola de Jeremías (o capítulo 6 de Baruc) se ha encontrado en la cueva 7 (papiro 7Q2) en griego.[45]​ Los eruditos recientes[47]​ han teorizado que la biblioteca del Qumrán (de aproximadamente 1100 manuscritos encontrados en las once cuevas de Qumrán[48]​) no se produjo por completo en Qumrán, sino que pudo haber incluido parte de la biblioteca del Templo de Jerusalén, que pudieron haber sidos escondidos en las cuevas para su custodia en el momento en que el Templo fue destruido por los romanos en el año 70.

La canonicidad de los libros deuterocanónicos es distinta para los diversos grupos que tienen como sagrados a los textos hebreos. La comunidad judía y algunas de las organizaciones cristianas de origen protestante no aceptan los libros deuterocanónicos en su canon. La Iglesia católica los consideran de segundo canon; o sea que no son tomados como parte del primer canon, sin embargo se les reconoce autoridad.

Las Iglesias ortodoxas no tienen un criterio uniforme sobre la canonicidad de los deuterocanónicos del Antiguo y del Nuevo Testamento, que son aceptados por unas y rechazados por otras.[49]

Adicionalmente, algunas iglesias orientales incluyen en el canon de la Biblia, en adición a ellos, algunos otros textos, como el Salmo 151, la Oración de Manasés, 3 y 4 Esdras, y 3 y 4 Macabeos; los cuales aparecen en códices antiguos de la Septuaginta, así como de otros antiguos textos bíblicos; algunos de los cuales contenían, asimismo, el Libro de las Odas y el Libro de los Salmos de Salomón. En adición a ellos, la Iglesia copta también acepta el Libro de Enoc, el Libro de los Jubileos, y algunos otros más como el Testamento de los Doce Patriarcas.

Los argumentos en contra y a favor de los deuterocanónicos como parte del canon son muchos, variados y complejos. El mayor argumento de sus opositores, y el único de fondo,[cita requerida] ha sido su omisión del canon del Tanaj judío palestinense, o tal vez su posible supresión en el mismo de un canon consensual aún más antiguo, como algunos autores proponen. Pero algunos autores sostienen que el canon del Tanaj representa posturas fariseas, y fue elaborado por judíos expresamente opositores al cristianismo (la escuela de Yabné o Yamnia), mientras que es posible encontrar referencias a algunos deuterocanónicos como textos sagrados en escritos judíos de distintas corrientes, y 300 de las 350 referencias al Antiguo Testamento que se hacen en el Nuevo Testamento son tomadas de la versión alejandrina. Por otra parte, se debate sobre la lengua de los textos originales de algunos de estos libros, es decir, el griego; aunque estas cuestiones no afectan a los textos escritos en hebreo de forma original, como el Eclesiástico[cita requerida].

Desde una perspectiva estrictamente histórica, a través de la historia, los deuterocanónicos han estado presentes en las Biblias de todas las facciones cristianas anteriores a la reforma protestante del Siglo XVI. También están presentes en todas las versiones bíblicas protestantes anteriores al año de 1826, y también en al menos algunas ediciones posteriores de esas mismas Biblias.[50]​ Además de las Biblias cristianas ortodoxas y católicas, actualmente se siguen incluyendo en las Biblias luteranas, anabaptistas, anglicanas y episcopalianas.



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