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Manipulación mental



La manipulación se produce cuando un individuo o grupo de individuos ejerce una toma de control del comportamiento de una persona o de un grupo, utilizando para ello técnicas de persuasión o de sugestión mental, en busca de eliminar las capacidades críticas o de autocrítica de la persona, esto es, su capacidad de juzgar o de rehusar informaciones u órdenes mentales.

Se refiere a un amplio rango de tácticas psicológicas capaces de subvertir el control de un individuo sobre su propio pensamiento, comportamiento, emociones o decisiones. Los métodos por los cuales puede obtenerse tal control (sea directa o sutilmente) son el foco de estudio entre psicólogos, neurocientíficos y sociólogos. Por otra parte, la cuestión del control mental se discute en relación a la televisión, religión, política, prisioneros de guerra, totalitarismo, operaciones encubiertas, manipulación neurocelular, cultos, terrorismo y tortura.

Ciertas formas de manipulación podrían ser altruistas, pero la noción de manipulación mental tiene, por lo general, una connotación negativa que evoca a los manipuladores de comportamiento egoísta o malintencionado. Formas extremas de manipulación serían, por ejemplo, el lavado de cerebro o aquellas conducentes al suicidio o comportamientos colectivos de tipo totalitario y genocida.

Ciertos psicólogos y sociólogos estiman que se puede «influenciar con integridad» en las relaciones familiares o comerciales,[1]​ es decir, no a expensas del otro, pero para mejorar las relaciones sociales e interpersonales (la educación y la psicología de la motivación participarían de esta categoría de manipulación).

Otros distinguen la manipulación mental, término bastante general, de la dominación en que esta última procura obtener del individuo o del grupo que se comporte sin consciencia clara del origen exterior de la sugestión, de la manera prevista por los manipuladores, eventualmente utilizando violencia. Ciertos gobiernos y regímenes totalitarios, individuos, grupos y sectas han utilizado o utilizan los métodos de manipulación mental, asociándolos a veces con violencia física. Así, Aum Shinrikyo hacía portar a sus adeptos aparatos experimentales que les infligían electroschocks, una técnica inspirada de la psicoterapia del siglo XIX.

De cierta manera, la manipulación es muy frecuente en las sociedades, democráticas o no, en el plano profesional, conyugal o familiar porque desde que existe mentira, omisión o deformación voluntaria de la verdad, se está en presencia de tentativas de manipulación. Así, a veces se califica de manipuladoras a las personas que muestran simplemente una aptitud inhabitual para convencer, sin tener por ello objetivos malintencionados o egoístas. Algunos consideran que la publicidad es algunas veces una forma de manipulación mental.

El término manipulador es susceptible de afectar a individuos de todos los orígenes sociales. El manipulador típico suele tener una estructura psicológica perversa de tipo psicópata, puede aparecer como simpático o no, incluso como una víctima. Parece que cada uno es más o menos manipulador en el curso de su vida.

De acuerdo con estas definiciones, se pueden distinguir diferentes tipos de manipuladores: aquellos que utilizan a otros sin remordimientos, con un objetivo narcisista de poder, de estafa comercial o con mala intención. Pueden apoyarse en la mentira o en la seducción, incluso en la coacción por la amenaza o la fuerza, o incluso desestabilizando a su víctima por la doble coacción. La manipulación psíquica puede ser una de las herramientas de ciertas formas de tortura.

Puede tratarse de un comportamiento entendido como desviado o perverso, de un desorden de la personalidad, cuyas causas se remontan a la infancia o a la educación del manipulador, por ejemplo, si él mismo ha sido manipulado por sus padres o educadores. Los psicólogos se ven frecuentemente confrontados a comportamientos manipuladores en los sistemas familiares o socio-profesionales.

La manipulación mental podría ser una forma particular de egoísmo. A menudo el manipulador demanda de los demás un comportamiento socialmente aceptable, sin adecuarse ellos mismos. Se apropia de las ideas de otro, intentando inversamente hacer tomar por otro sus propias responsabilidades. Los argumentos de un manipulador parecen siempre, a primera vista, lógicos y morales. Habitualmente, utiliza pretextos tales como que la norma, el «buen comportamiento» que se debe tener en la sociedad o el grupo, sabiendo utilizar los puntos débiles de los otros, haciendo por ejemplo que se sientan ridículos, culpables o heridos en su pudor, lo cual los ubica o mantiene en una situación mental favorable a la manipulación.

La manipulación mental se apoya de manera recurrente en diversos registros:

Una mala autoestima, el sentimiento de culpa o de inferioridad vuelven a los individuos en mucho más vulnerables a la manipulación, así como otros factores o contextos tales como:

Contrariamente a una idea expandida, un buen nivel de estudios y una buena situación social no protegen de ciertas formas de manipulación.



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