María Negroni (Rosario (Argentina), 1951) es una escritora, poeta, ensayista, novelista, traductora argentina.
Obtuvo su doctorado por la Universidad de Columbia, con un PhD en literatura latinoamericana. Entre 1999 y 2013 fue profesora en Sarah Lawrence College. Desde 2008, es profesora visitante en la New York University. Actualmente, dirige la Maestría en Escritura Creativa, en la Universidad Nacional de Tres de Febrero (provincia de Buenos Aires) donde también es docente.
La poética de María Negroni la sintetiza ella misma en cinco puntos, tan inagotables como exactos.
1. Un poeta es alguien que escribe sin ser escritor. Jean Cocteau.
2. De Cesare Pavese recuerdo siempre dos ideas luminosas. La primera figura en 'El oficio de poeta' y dice: “Io comincio a fare poesia quando la partita è perduta”. La frase equipara a la poesía con el duelo y tiene la ventaja de considerar, no sin orgullo, la potencialidad del fracaso. La segunda consiste, más bien, en una compleja argumentación. Un libro, escribe Pavese, sólo nace al producirse la intersección entre una obsesión y la forma específica que le corresponde. No hay libro previo a ese encuentro ni lo hay, en un sentido estricto, después, ya que todo lo que precede a ese momento es imperfecto por necesidad y todo lo que lo sigue es más perfecto que necesario. La idea de que una obsesión pueda “morir”, gracias al encuentro con su forma “ideal”, siempre me fascinó. Su hipótesis es, cuanto menos, audaz. Propone, para decirlo rápido, que la forma en arte es capaz de disolver esos núcleos que nos habitan con la fuerza de las ideas fijas y la perseverancia de lo que desconocemos en nosotros mismos. No sé si Pavese tenga del todo razón pero, en cambio, sí he podido comprobar que hay algo del orden de la despedida en la escritura de un libro, que al escribir --y al hablar, también-- abandonamos cosas y, a su vez, esas mismas cosas nos abandonan. La ecuación no es sencilla y abre cuestiones complejas. ¿No se vuelve la obra una estatua, “un sueño de piedra” diría Baudelaire, dispuesta a ser contemplada y admirada por otros? ¿Un mausoleo que nos deja afuera? De todos los poetas que conozco, quizá la que se rebeló con mayor furia ante este tipo de despojo fue Alejandra Pizarnik. Aquel brevísimo poema suyo, con forma de triángulo invertido, que dice “Alejandra Alejandra, debajo estoy yo, Alejandra,” alcanza por sí solo para dar cuenta de su agudísima conciencia de la supresión/expulsión que produce el nombre.
3. Siempre pensé que cada libro que escribía era una manera de desmarcarme de un lugar donde supuestamente podría reconocérseme (soy un poco fóbica). Así escribí poemas que son pseudoficciones, ensayos entre el guion y el cuento, novelas que parecen poemas, y hasta biografías usando archivos y papelitos que nunca existieron. (El cambio de técnica es una característica de la obsesión.) Sin embargo, con el tiempo, cada vez confío menos en mis tácticas: todo lo que hago pareciera encaminarse a lo mismo, es decir a girar con insistencia en torno a un mobiliario mínimo de escenas.
4. La poesía tiene que ver, para mí, con el descenso a lo desconocido de nosotros mismos y también con la conciencia de que sólo ese descenso, esa ceguera trabajosa, puede revelar algo de lo que se resiste siempre a ser nombrado. La poesía, digamos, sabe como nadie que lo real no es articulable, que una falla o grieta se interpone siempre entre realidad y representación. De ahí su carácter de antídoto contra todo discurso calcificado, autoritario. ¿No es acaso la palabra poética la única que no puede tematizarse, porque lo que “dice” no puede volver a decirse en ningún otro lenguaje? Poesía y desacato son, en este sentido, sinónimos. La subjetividad puede descarriarse en ella, ir hacia eso insumiso, levantisco que no quiere salir indemne, que acepta que algo quede sin decisión, que se atreve a poner en tela de juicio, incluso, las propias categorías, a sabiendas de que no existe peor cárcel que lo convencional, incluyendo aquí las fronteras entre géneros literarios o entre literatura fantástica y realista, nacional y cosmopolita, pura y social.
5. La belleza, escribió Georges Steiner, es la ruptura de la regla. En efecto, el poema desarma, trae la palabra afuera de la convención, incluso de la convención del propio poema. En el poema, la palabra busca la sombra de sí, el espejo en el cual no verse, a fin de permitir la caza de lo imponderable, ese vacío (lleno de nada) que se alcanza, a veces, por el esfuerzo del fracaso. La palabra poética sería, así, un puente entre ningún lado y ningún lado. Una consternación. Un atajo para ir, de lo que todavía no ha sido a lo que, tal vez, nunca será. De este modo, y no de otro, el poema habla del dolor y re-conoce, en ese mismo gesto, una suerte de alegría, para la cual aún no existe un nombre.
La poesía es una epistemolgía del no saber.
Totemismo y otros poemas de Charles Simic. Traducción y ensayo introductorio. Editorial Alción, Córdoba, 2001.
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