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Masacre de las Fosas Ardeatinas



La Masacre de las fosas Ardeatinas fue una acción llevada a cabo el 24 de marzo de 1944 por las tropas de ocupación de la Alemania nazi en Roma, en la cual fueron asesinados 335 civiles italianos.

La Masacre de las Fosas Ardeatinas fue una represalia nazi, ordenada en persona por Hitler, a raíz de un ataque del grupo partisano GAP (Gruppi d'Azione Patriottica) el 23 de marzo de 1944 en Roma, Via Rasella. El blanco fue la 11.ª compañía del 3.er batallón del Polizeiregiment Bozen. Este batallón había sido conformado en octubre de 1943 con italianos germanohablantes de la norteña provincia de Bolzano (Bozen en alemán). Muchos eran veteranos del ejército italiano que habían servido en el frente ruso y optado por enrolarse en la policía antes que regresar a Rusia con la Wehrmacht.

El ataque fue llevado a cabo por 18 partisanos; emplearon un artefacto explosivo casero consistente en 12 kg de TNT empaquetados en una caja de acero insertada en una bolsa que contenía otros 6 kg de TNT y tubos de hierro rellenos del mismo explosivo. La bomba fue escondida en un carrito de basura y puesta en posición por un partisano disfrazado de barrendero, mientras que los otros actuaban como vigías. El detonador se encendió cuarenta segundos antes de que los policías llegasen al lugar donde se hallaba la bomba.

La explosión causó la muerte instantánea de 28 policías (tres más morirían en días posteriores) y dos civiles italianos. Los partisanos, algunos de los cuales arrojaron bombas de mano a los soldados o dispararon sobre ellos, lograron huir indemnes mezclándose entre los transeúntes.[1]

Hitler se enteró del suceso y mandó ejecutar como represalia 10 italianos por alemán muerto, aunque al final se redondeó la suma a 335 civiles. La matanza fue organizada y dirigida por Herbert Kappler, comandante de la Gestapo en Roma y responsable de la redada del gueto judío en 1943 y de las torturas contra los partisanos detenidos en la cárcel de Via Tasso, quien confeccionó una lista que se realizó con presos condenados a muerte en espera de ejecución, presos en espera de juicio pero cuya sentencia conllevaría la pena de muerte, 75 judíos detenidos en espera de recibirse la orden de deportación a campos de exterminio y personas acusadas de terrorismo pero dejadas en libertad por falta de pruebas. Los presos se encontraban en diversas cárceles romanas que dependían del mando militar alemán, de las SS, del gobierno italiano y de una formación paramilitar fascista.

El 24 de marzo, el capitán Erich Priebke y Karl Hass, también de la SS, con camiones facilitados por el ejército alemán, llevaron a los seleccionados a las Fosas Ardeatinas, unas minas abandonadas en el extrarradio de Roma, y los introducían en ellas en grupos de 5, ejecutándolos con tiros en la nuca. Dinamiteros del ejército alemán sellaron a continuación las entradas a las minas. Después de la guerra, las fosas fueron convertidas en un santuario para recordar los hechos.

Kappler fue enjuiciado y condenado por un tribunal italiano y enviado a prisión. Enfermo de cáncer, logró fugarse del hospital militar del Celio escondido en una maleta, pocos meses antes de morir.

El principal colaborador de Kappler en la masacre fue el capitán de las SS Erich Priebke. Priebke huyó a Austria primero y Argentina después, residiendo en la ciudad argentina de Bariloche, donde fue un destacado miembro de la comunidad alemana, hasta su arresto en 1995. Extraditado a Italia, fue enjuiciado y absuelto, debido a que el tribunal consideró que sus crímenes habían prescripto (vencido por el plazo del tiempo).[2][3]​ Pero el Tribunal Supremo anuló la sentencia y ordenó un nuevo juicio en el cual fue condenado a cadena perpetua.[3]​ Debido a su avanzada edad y a las leyes italianas cumplió su condena en arresto domiciliario hasta su muerte en 2013.[4][5]​Priebke recordó que antes de proceder con el fusilamiento en las afueras de Roma el 24 de marzo de 1944, su superior les avisó de que no podían oponerse a ejecutarlo por tratarse de "órdenes directas de Hitler".

El papa Pío XII de la Iglesia católica, con sede en Roma, quien conocía la decisión de efectuar la masacre antes de que se realizara, ha sido criticado por su pasividad y en especial por no solicitar una postergación de los fusilamientos, con la esperanza de que la demora calmara los ánimos de venganza o permitiera la conquista de Roma por los Aliados.[6]




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