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Matanza de San Bartolomé



La matanza de San Bartolomé o masacre de San Bartolomé (en francés: le massacre de la Saint-Barthélemy) es el asesinato en masa de hugonotes[1]​ (cristianos protestantes franceses de doctrina calvinista) durante las guerras de religión de Francia del siglo XVI. Comenzó en la noche del 23 al 24 de agosto de 1572 en París, y se extendió durante meses por todo el país.[2]

La matanza de San Bartolomé, inscrita en el contexto general de las guerras político-religiosas de Francia, estuvo precedida de acontecimientos que ilustran esa violencia, pues fue resultado de un "proceso en escalada, cuyas últimas consecuencias no había deseado ni previsto", según expresó Catalina de Médici, aunque se habló de premeditación, en base a diversos puntos:[3]

La rivalidad política entre católicos y protestantes franceses (hugonotes) provocó la matanza de San Bartolomé en 1572. El rey Carlos IX y su madre, Catalina de Médici, temían que los hugonotes alcanzaran el poder. Por este motivo, ordenaron el asesinato de Gaspar de Coligny. La matanza comenzó el 24 de agosto en París y se extendió a las provincias.[4]

La paz de Saint-Germain, que puso fin a la tercera guerra de religión entre católicos y protestantes, resultó ser muy precaria, dado que los católicos más intransigentes no aceptaron varios de sus términos, como la infiltración del partido protestante en la corte y la administración. Tanto la reina madre Catalina de Médici como su hijo Carlos IX —que estaban dispuestos a realizar concesiones para que no recomenzara la guerra y sabían de las dificultades financieras del reino— defendieron los términos de la paz y permitieron que Gaspar de Coligny, líder de los protestantes, formara parte del consejo real.[2][5]

Para afianzar la paz entre los dos partidos religiosos, Catalina de Médici concertó el matrimonio de su hija Margarita con el príncipe protestante Enrique de Navarra, futuro rey Enrique IV de Francia. La boda, prevista para el 18 de agosto de 1572, no fue aceptada ni por el papa Pío V ni por su sucesor Gregorio XIII, en funciones cuando tuvo lugar la matanza. El rey Felipe II de España condenó de manera rotunda la política de la reina madre, y acabaría siendo el beneficiario de los hechos.[6]

La boda propició, en París, la presencia de un gran número de nobles protestantes que acudieron en apoyo del príncipe. París era una ciudad antihugonote: los católicos no aceptaban la ocupación de los protestantes. Los predicadores católicos, en su mayoría capuchinos, hicieron patente su rechazo frontal hacia el matrimonio de una princesa de Francia con un protestante. Incluso el Parlamento de París decidió mostrar su malestar por este matrimonio. Las protestas del pueblo se evidenciaron y se acentuaron ante el derroche de gastos y lujos que este matrimonio comportaba, más los rencores en ambos bandos por las masacres.[7]

La Corte estuvo en tensión, Catalina de Médici no logró obtener el permiso del Papa para este matrimonio excepcional, y los prelados franceses no sabían qué actitud tomar. La reina madre puso en juego todas sus estrategias a fin de convencer al cardenal de Borbón para que oficiase los esponsales. La rivalidad entre los bandos religiosos reapareció, ya que la Casa de Guisa no estaba dispuesta a ceder su lugar a los Montmorency. Francisco, duque de Montmorency y gobernador de París, no consiguió controlar las revueltas urbanas. Trató de eludir los problemas que se avecinaban, pero prefirió abandonar la ciudad días después de celebrado el matrimonio.

El 22 de agosto de 1572 se perpetró un atentado con arcabuz contra Gaspar de Coligny. El almirante perdió un dedo y resultó herido en el brazo izquierdo. Las suposiciones se orientaron hacia los Guisa y se apuntó a la posible complicidad de la reina madre, Catalina de Médici. Se especuló que el atentado era un intento por sabotear el proceso de paz, pero los más exaltados vieron en él un castigo divino.[2]​ Aunque resulta imposible saber quién fue el instigador, la historiografía baraja tres nombres:[8]

El intento de asesinato de Coligny es el desencadenante de la crisis que desembocó en la matanza. El almirante Coligny era el líder del partido de los hugonotes (protestantes), muy respetado. Consciente del peligro protestante, el rey se entrevistó con Coligny asegurándole amparo. Mientras la reina madre cenaba, los protestantes irrumpieron para pedir justicia. Esta situación hizo crecer los temores de una revuelta de los hugonotes buscando represalias; más aún, la presencia en las afueras de París del cuñado de Coligny, al mando de unos 4.000 hombres que acampaban allí, creó en los católicos de la ciudad la certeza de que se preparaba una matanza por parte de los protestantes para vengar el atentado. Esa noche, Catalina de Médici mantuvo una reunión en las Tullerías con sus consejeros italianos y el barón de Retz.[2]

La noche del 23 de agosto, Catalina se entrevistó con el rey para discutir la peligrosa situación. Carlos IX decidió, entonces, eliminar a los cabecillas protestantes, con excepción de los príncipes Enrique de Navarra y el príncipe de Condé. Poco después, las autoridades municipales de París fueron convocadas al palacio. Se les ordenó cerrar todas las puertas de la ciudad y proporcionar armas a los burgueses, a fin de prevenir cualquier tentativa de sublevación. Es difícil, todavía, determinar la cronología de los hechos y conocer el momento exacto en el que empezó la masacre. Parece ser que fue una señal dada por las campanas de arrebato desde la iglesia de San German en Auxerrois, próxima al Palacio del Louvre y entonces iglesia parroquial de los reyes de Francia. De inmediato, los nobles protestantes fueron expulsados del palacio del Louvre y masacrados en las calles. El almirante Coligny fue sacado por la fuerza de su lecho y arrojado a la calle por una ventana del palacio. Ya de madrugada, el pueblo empezó a perseguir a los protestantes por toda la ciudad. La matanza de miles de personas continuó durante varios días, pese a las tentativas del rey por detenerla.

La conclusión de lo acontecido se dirime entre las causas y la responsabilidad de la matanza:[10][11][12]

El 26 de agosto el rey, en una sesión solemne de las Cortes les endosó la responsabilidad de la matanza. Declaró que él pretendía:

De todos modos, en las capitales de provincia se secundó la masacre. El 25 de agosto los asesinatos tuvieron lugar en Orleans y Meaux; el 26 en la Charité-sur-Loire; el 28 y 29 en Angers y Saumur; el 31 de agosto, en Lyon; el 11 de septiembre en Bourges; el 3 de octubre en Burdeos; etc. El número de muertos se estima en 3.000 en París y de 10.000 a 20.000 en toda Francia.

Tras estos hechos, las opiniones moderadas quedaron abrumadas "por la intensidad del odio político-religioso que llevó, en 1572, a la matanza de protestantes de París, que se hizo famosa en Europa: el papa (Gregorio XIII) acuñó una moneda conmemorativa".[13]​ En cuanto supo la noticia, organizó un solemne Te Deum en la basílica de San Pedro. Mientras Felipe II de España demostró su satisfacción, Isabel I de Inglaterra se negó a recibir al embajador francés, hasta que pareció aceptar la tesis de la conspiración.

La matanza de San Bartolomé desembocó en la cuarta guerra religiosa. Las hostilidades se reanudaron (aunque fueron interrumpidas por treguas, 1575-1580). El Edicto de Nantes, de 1598, concederá libertad de culto "en todos aquellos lugares donde se ejercía libremente en 1597 [...] pero no se admite ni en París ni donde resida la corte".[14]

En los medios intelectuales, Giovanni Bottero o Tommaso Campanella (el autor de La ciudad del sol) se desesperaron por las luchas intestinas de Europa.[15]​ Las guerras de religión fortalecen la idea de nación particular y, por su parte, Jean Bodin expuso en La república (1576) una teoría de la monarquía absoluta marcadísima.[16]​ Las heridas solo se curaron con mucho tiempo, como pronto a principios del siglo XVII por las nuevas ordenanzas reales; pero los límites entre los países, tras las guerras paralelas, se convirtieron en auténticas fronteras fijas y permanentes, dadas las suspicacias generadas: la división de Europa se acentuó entre una Europa atlántica protestante separada por los intereses comerciales de cada estado y una Europa mediterránea católica que empieza a perder el protagonismo histórico que hasta entonces había tenido, es decir, la tesis principal de Fernand Braudel en su libro El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en época de Felipe II



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