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Melusina



Melusina es un hada de la literatura medieval francesa, obra de Jean d'Arras, Couldrette y Thiiring von Ringoltingen, quienes recopilaron una serie de cuentos y narraciones populares ambientadas en la corte del rey Arturo.[n. 1]

Constituye el paradigma que lleva su nombre, el hada melusiniana, la cual abandona su mundo feérico para unirse a un hombre y compartir con él su vida, su fortuna y ser la madre de sus hijos, a cambio únicamente de respetar una promesa. Respeto que generalmente no se mantiene.

Melusina ha inspirado multitud de cuadros, sobre todo en su forma feérica de mujer serpiente, pero también esculturas, canciones y poemas.

Jean D´Arras creó a este personaje en su obra Mélusine (1392). El fin perseguido era emparentar a los duques de Lusignan con un gran antepasado, en este caso un hada. Algunos años después, entre 1401 y 1405, el librero conocido únicamente por Couldrette publicó La Noble Historia de Lusignan o La historia de Melusina en prosa, ampliando la obra de D'Arras.[1]​ Por último, Thiiring von Ringoltingen continúa con la historia en su novela Die scheme Melusine, aparecida en 1456.[n. 2]

Melusina era la hija mayor del rey Elinás, soberano de Albión, topónimo traducido habitualmente por Reino blanco y ubicado en Escocia.[n. 3]​ Este rey se casó en segundas nupcias con el hada Presina y con ella tuvo tres hijas también hadas: la mencionada Melusina, Melior y Palestina.[2]​ Como hada melusiniana que era,[3]Presina le impuso a su marido un pacto en virtud del cual él nunca podría verla cuando pariese o criase a sus hijos. Algo que incumplió Elinás, a instancias de su hijo nacido en su anterior matrimonio. El soberano visitó a su esposa cuando esta bañaba a las niñas/hadas. Como consecuencia Persina y sus hijas desaparecieron para siempre de su vida y fueron a la isla de Avalón.[2]

Cuando las niñas crecieron en la que después sería última morada del rey Arturo usaron sus poderes de hadas y decidieron encerrar a su padre en la montaña mágica de Northumberland. Persina las acusa entonces de ser unas malas hijas, además de no mostrar compasión alguna.[4]​ Por ello lanzó a Melusina un sortilegio que la condenó a ser hada «hasta el día del juicio», salvo que un hombre se casara con ella y no la viese nunca los sábados,[4]​ para dificultar la búsqueda de marido el sortilegio de su madre contenía una segunda condena:

Melusina terminó encontrando a Raimondino, hijo del conde de Forez, en lo profundo de un bosque cuando ella iba ricamente vestida y en compañía de otras dos hadas. La mujer sujetó el caballo del muchacho con decisión y se dirigió a él sin ocultar en ningún momento su atractivo, su riqueza y sus deseos de formar una familia. Solo puso una condición: no ser vista nunca en sábado, cuando sufría su transformación corporal.[1]​ Raimondín aceptó y ambos se casaron. En Baja Edad Media los hijos no primogénitos de la nobleza solo podían aspirar a dos formas de vida: la monacal o las armas. Esta última era más libre, pero las soldadas y los botines de guerra no solían cosechar una fortuna lo suficientemente cuantiosa como para garantizar un retiro cómodo, además la vida entre los hombres de armas solía ser muy solitaria por la pérdida progresiva de compañeros, reemplazados por otros más jóvenes. Asimismo, las mujeres monógamas han debido lidiar con la hipergamia: «tener sangre azul, ser rica o ser muy inteligente, es un hándicap a la hora de encontrar marido».[5]

El hada cumplió con su parte y del matrimonio nacieron diez hijos, todos con alguna deformación.[n. 4]​ Durante el primer año de casados, Melusina también emprendió la construcción de varios castillos y fortalezas, contribuyendo a la pujanza y el esplendor de la familia Lusignan.[4]​ Sin embargo, su marido incumplió la promesa nupcial. Un sábado, empujado por la curiosidad incitada en parte por su hermano, Raimondino abrió con su espada un agujero en la puerta tras la que se bañaba Melusina. La vio muy blanca, muy bella, pero también observó como salía de la tina su cola de serpiente.[1]

El descubrimiento no supuso el final del matrimonio, si le resultó muy doloroso al marido, pero siguieron juntos hasta que uno de los hijos quemó un convento y causó la muerte de varias personas. Llevado por la ira, Raimondino no guardó más el secreto y culpó a su mujer del hecho, achacándola el comportamiento del hijo a su naturaleza serpentiforme. Tras ese arrebato, Melusina abandonó el hogar y su marido para siempre, pero siguió volviendo al castillo para amamantar a sus hijos pequeños, así ellos también disfrutaron de su magnífica leche y crecieron igual de bien formados que sus hermanos.[1]​ Al final, salvo uno que optó por la vida religiosa, todos ellos se casaron y llegaron a ser reyes o, al menos, señores de la alta nobleza.[4]

Para Laurence Harf-Lancner (1984), calificada como la mejor estudiosa del mundo feérico medieval, Melusina encarna el tipo de hada que lleva su propio nombre. Todas ellas son mujeres muy blancas, muy bellas, jóvenes, dotadas de grandes riquezas y que viven en el bosque. A este grupo también pertenecen su madre y la amiga/amante de Lanval, caballero paupérrimo en la corte del rey Arturo creado por María de Francia. Al igual que las hadas morganianas, Melusina y otras serían una invención medieval dentro del ciclo artúrico. Las hadas aparecieron anteriormente en relatos, cuentos y otras historias del floklore centroeuropeo, especialmente bretón.[1]

Harf-Lancner (1984) indica como característica de las hadas melusianas el deseo de salir de su mundo feérico y unirse a su amante/marido en el mundo terrenal. Este tipo de hadas contribuyen al matrimonio de múltiples formas, en especial formando una familia. Otra característica común a todas es la imposición de un pacto, pacto que su compañero no suele cumplir por lo que se arruina o bien la unión o bien el continuar viviendo en el mundo terrenal.

El hada Melusina ha sido recreada en varias artes y de varias formas.



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