El mosquete es un arma de fuego de infantería que se empleó desde el siglo XVI hasta el siglo XIX, la cual se caracteriza por cargarse a través de la boca del cañón (avancarga). Las distintas tecnologías de disparo incluyen, de más antiguo a más moderno, la mecha, la rueda, el pedernal y la cápsula fulminante.
Surgió como evolución del arcabuz y su cañón mide hasta metro y medio. Era grande y pesado y se necesitaba una horquilla para apoyarlo si se quería apuntar de manera correcta. Debido a esto y a su menor precio, el arcabuz siguió usándose también durante el siglo XVII. Más tarde fue evolucionando a modelos más ligeros, que se impusieron definitivamente con el siglo XVIII. El mosquete usaba balas el doble de pesadas que el arcabuz, con el lógico aumento del poder de detención. Su alcance efectivo era de igual manera mayor. Solía dispararse a unos 50 metros, aunque en teoría su alcance eficaz rozaba los 100, frente a los 50 metros del arcabuz, que solía dispararse a 25 metros o menos.
A partir de mediados del siglo XVII, deja de usarse la llave de mecha y se emplea un sistema de disparo en teoría muy similar, pero en la práctica mucho más moderno para la época, puesto que incorporaba una llave de chispa asistida por un pedernal, permitiendo una mayor velocidad de disparo y eliminando la engorrosa mecha del arcabuz.
Aunque se desconozca quién lo hizo, el arcabuz y el mosquete son armas de avancarga muy parecidas, en origen representaban dos conceptos de guerra distintos. El arcabuz era un arma ligera, algo más manejable que el mosquete, lo que permitía a sus usuarios operar, en términos actuales, como infantería ligera: tropa con amplia capacidad de maniobra de uso múltiple.
El mosquete, en su origen, era sencillamente artillería portátil. Se utilizaba por su mayor capacidad de detención del enemigo. Sin embargo, era más caro, muy difícil de cargar y muy pesado —lo que exigía el uso de una horquilla para apuntarlo—, por lo que, al principio, solo se destinaba a su uso a los soldados más vigorosos e instruidos.
En formación cerrada, ambos tipos de tropa combatían en lo que se llamaban en España, en los tercios, "mangas", y que no eran otra cosa que una agrupación de compañías en los flancos de los batallones de picas.
El proyectil del mosquete (como el del arcabuz) debía tener un calibre más pequeño que el de cañón que lo debía disparar para poder cargarla con cierta comodidad, por lo que gran parte de la potencia impulsora de la deflagración se perdía. Además, en su trayecto por el cañón, la bala iba "rebotando" por el cañón de forma que era muy difícil determinar su trayectoria a la salida por la boca. De ahí la baja precisión y alcance de este tipo de armas.
El mosquetero, al principio, era un soldado que rara vez llevaba otra armadura que un coleto de cuero, debido al peso de su equipo —en contraste con el arcabucero, que podía llegar a usar cascos e incluso corazas—. Para las cargas, el mosquetero llevaba los llamados “los doce apóstoles”, que era un cinturón de cuero en bandolera con doce pequeños depósitos de madera con la medida precisa de pólvora gruesa necesaria para cargar la recámara del arma. Que un soldado llevase a la batalla solo doce cargas muestra la baja cadencia de fuego de este tipo de arma.
También llevaba en bandolera una polvorera, pequeño depósito de pólvora fina para cebar la cazoleta que iniciaba el proceso de disparo, y en una bolsita al costado, las balas de plomo, llamadas comúnmente “pelotas”. El hecho de llevar la mecha encendida por ambos extremos provocaba no pocos riesgos, que a veces terminaban en trágicos accidentes, al encender cargas o polvoreras. El mosquetero solía llevar, además, espada y daga para la defensa cercana, aunque no era inusual usar el mismo mosquete como maza.
La principal ventaja del mosquete era su poder de penetración, y su éxito fue tal que poco a poco las armaduras se fueron eliminando del campo de batalla por inútiles, lo que a su vez permitió el aligeramiento del mosquete. En la segunda mitad del siglo XVII, los mosquetes eran lo suficientemente ligeros para desprenderse de la horquilla. Esta evolución hizo que el mosquetero fuera sustituyendo poco a poco al arcabucero en los ejércitos europeos, unificando los conceptos tácticos de potencia de fuego y versatilidad en un solo soldado.
A finales del siglo XVII, el mosquete se apropia definitivamente del campo de batalla. De las llaves de mecha y rueda de sus inicios, se pasará a la llave de chispa. La incorporación de la bayoneta, primero encastrada -se introducía en el cañón e impedía disparar- y luego, a mediados del siglo XVIII, de cubo –que puede calarse sin obstruir el cañón-, permitirán prescindir de la infantería con picas en favor de más mosqueteros. Por primera vez en la historia, los hombres en el campo de batalla no eran una mezcla de espadachines, piqueros, arcabuceros, ballesteros, arqueros y jabalineros; casi todos los ejércitos comenzaron a estandarizar sus fuerzas militares dejando en la lucha frente a frente solo a los mosqueteros, por el poder de fuego que representaban y porque, si estaban entrenados y mantenían la organización, se podían defender también de la caballería: había nacido el fusil.
El mosquetero, ahora fusilero, no se parecía en nada al mosquetero de los inicios. Su mosquete era más estilizado y ligero. Este aligeramiento del arma permitió alargar el cañón para así mejorar algo su precisión. Por el lado de la munición también se avanzó: Cada carga de pólvora estaba ahora embalada con su proyectil en un cilindro de papel y estibada en una cartuchera que lo protegía con tapas de seguridad y lo mantenía separado del sistema de ignición, haciendo su uso y manejo mucho más seguro.
Los nuevos sistemas de disparo y embalaje de carga y bala permitían, además, reducir y simplificar el número de movimientos necesarios para cargar el arma. Aun así, una tropa podía considerarse muy bien instruida si conseguía que sus soldados efectuasen tres disparos en un minuto. Las cartucheras podían tener de 20 a 40 cargas.
A finales de la época napoleónica, se empezaron a generalizar las armas con ánima estriada que hacían que la bala girase en el cañón, lo cual procuraba una mayor precisión y alcance. Posteriormente, la llave de chispa dejó paso a la llave de percusión. Así terminaba la era del mosquete y empezaba la del fusil.
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