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Mundialismo



El mundialismo puede definirse como el conjunto de ideas, sentimientos y actos que propugnan y expresan la solidaridad entre los pueblos de la Tierra y que tienden a establecer una ley y unas instituciones de carácter supranacional que les sean comunes. Por su propia naturaleza, el mundialismo no es partidista ni política ni confesionalmente. Es también la corriente de pensamiento que adoptan las personas que se identifican como ciudadanos del mundo.

Según es definido autorizadamente,[1]

Aunque las raíces del mundialismo se encuentran en la antigüedad, reaparece en la época contemporánea poco después de la Segunda Guerra Mundial – la Primera ya engendró los primeros pacifistas, pero no fueron capaces de frenar la Segunda –, cuando toda una red de organizaciones sin fronteras (veterinarios, médicos, reporteros, homeópatas, arquitectos, juristas, educadores, etc.) y la asociación esperantista Servas impulsan este ideario de fraternidad.[2]​ Lo que diferencia a estas organizaciones del mundialismo es que este incluye propuestas no partidistas orientadas a una nueva estructura política mundial.

Nació en Francia en el año 1946 de la mano de Robert Soulage, más conocido como Robert Sarrazac, su nombre de resistencia, quien impulsó el denominado Frente Humano de los Ciudadanos del Mundo y lanzó en Europa la idea de una asamblea constituyente de los pueblos. Esta idea ya había sido propuesta en Estados Unidos en 1924 por las pacifistas Lola M. Lloid y Rosika Schwimmer. Pero el hecho que más notoriedad y difusión otorga a esta diferente óptica o concepción del ser humano y de su ámbito sociopolítico tiene lugar en 1948, año en que Garry Davis rompe su pasaporte norteamericano y decide situarse bajo la protección de la ONU — que entonces estaba todavía situada en París — al tiempo que se autoproclamaba ciudadano del mundo. Acto seguido efectuaba una petición ante la asamblea general del citado organismo internacional — que no supranacional — para la convocatoria de una asamblea constituyente mundial. Según Davis — que se instaló en una tienda de campaña durante unas semanas delante de la sede de la ONU para reivindicar las ideas mundialistas —, dicha asamblea izará la bandera de la soberanía de un solo gobierno para un solo pueblo. La idea de la ciudadanía mundial cobra tal éxito que al año siguiente se inscribe en París el Registro Internacional de los Ciudadanos del Mundo, que se expande rápidamente por 78 países y sigue un progresivo crecimiento en los años posteriores. Tanto es así que en el año 1969 se organizan las primeras elecciones transnacionales para el Congreso de los Pueblos, símbolo y simiente de una futura asamblea mundial.

Guy y Renée Marchand, que dedicaron toda su vida a la causa mundialista, fueron los activistas más significados desde entonces e impulsaron el tratado Summa mundialista,[3]​ referente fundamental sobre la entidad y el contenido del mundialismo.

El mundialismo no engloba un odio hacia la patria propia o el lugar donde se ha nacido o donde se reside. Al contrario de esto, un mundialista desea la prosperidad en dicho lugar. Lo que ocurre es que en su mentalidad creerá que la mejor forma de conseguir prosperidad en la patria es consiguiendo prosperidad en el mundo, de forma que la patria será próspera.

Así pues, el mundialismo no pretende de ningún modo la homogeneización de los diversos pueblos y culturas, ni tampoco que desaparezcan las soberanías nacionales, pero sí que se autolimiten en lo necesario. Es decir, que determinados problemas de alcance y entidad auténticamente universales sean afrontados y resueltos mediante la intervención de una autoridad realmente supranacional, cuyas decisiones puedan extenderse a todo el planeta, sin execepción. Quienes en verdad se sienten mundialistas insisten, pues, en el respeto a la entidad y a la integridad de cada persona en la toma de conciencia de los problemas actuales y en el desarrollo de una actitud cívica y solidaria hacia los demás.

El mundialismo no es el Nuevo Orden Mundial (New World Order).[4]

El mundialismo propugna y se hace suyo el principio Unidad en la Diversidad dentro del ámbito planetario, que en ningún caso se ha de confundir con uniformidad. Lo que el mundialismo propone es que las fronteras[5]​ pierdan su carácter de separación y sean, en cambio, oportunidades de convivencia y solidaridad.[6]​ Es conveniente – dicen los mundialistas – que existan etnias, países, naciones, etc.,[7]​ en el sentido de que son factores de afirmación personal dentro de la colectividad, pero todo esto tiene que servir para enriquecer este concepto de etnia (o cualquier otro de similar entidad) con otro más universal. La propuesta mundialista no quita fuerza, importancia, variedad ni particularismo, sino que aporta un factor nuevo de dimensión planetaria. Nacionalismo y mundialismo, pues, no se oponen; en todo caso, se complementan. La función de los organismos mundiales es la de limitarse a garantizar el derecho de convivencia pacífica entre las diversas naciones del mundo y facilitar intercambios entre ellas para que se enriquezcan mutuamente.

Muchos mundialistas se llaman a sí mismos ciudadanos del mundo,[8][9]​ especialmente si se han inscrito en el Registro de Ciudadanos del Mundo (RECIM).[10]​ Éstos afirman que el mundialismo no es utópico, pero sí difícil.[11]​ "El mundo será uno o no será".[12]

Los ciudadanos del mundo protagonizaron un acto mundialista muy importante en 1966, cuando trece personalidades de renombre universal – inscritos en el Registro de Ciudadanos del Mundo – publicaron un manifesto a favor del civismo mundial,[13][14][15]​ conocido como Manifiesto de los Trece.[16]​ Estas trece personalidades firmaron el Manifiesto aquel 3 de marzo de 1966 con los siguientes nombres y distinciones:



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