El Museo de América es un Museo Nacional español con sede en Madrid, en el número 6 de la avenida de los Reyes Católicos, en la Ciudad Universitaria. Fue creado mediante Decreto de 19 de abril de 1941 como un deslinde de las colecciones de arqueología, arte y etnografía americanos que hasta ese momento pertenecían al Museo Arqueológico Nacional.
Posee más de 25 000 obras, que comprenden cronológicamente desde el Paleolítico hasta la actualidad y cubren la totalidad del continente. Colecciona todo tipo de piezas arqueológicas, artísticas y etnográficas, salvo las de numismática, que se conservan esencialmente en el Museo Arqueológico Nacional, y las de arte moderno, en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía. Accesoriamente, tiene asimismo una pequeña colección de historia natural y una xiloteca. La mayor parte de los objetos proceden o están relacionados con el Nuevo Mundo, aunque también cuenta con una importante colección de Oceanía y Filipinas, además de un reducido número de piezas originarias de África, e incluso de lugares sin relación alguna con las exploraciones y conquistas ultramarinas españolas, como un grupo de cerca de cien objetos samis (lapones).
El museo es de titularidad estatal y de gestión directa del Ministerio de Cultura (actualmente Ministerio de Cultura y Deporte). Orgánicamente depende de la Dirección General de Bellas Artes, concretamente de la Subdirección General de Museos Estatales.
El incendio del Alcázar de Madrid de 1734 destruyó las colecciones americanas que los reyes de España habían ido formando, que incluían las piezas ofrecidas a la Corona por los conquistadores. Solo se tiene constancia de que se salvaran un reducido número de piezas por encontrarse en otros lugares, como los códices y las mitras de plumas que se conservan en el Monasterio de El Escorial y algunos códices mexicanos que estaban en la Real Biblioteca Pública, hoy Biblioteca Nacional de España. A causa de ello, las colecciones más antiguas del Museo son las procedentes del Real Gabinete de Historia Natural, constituido por Carlos III en 1771 a partir de la donación de la colección que Pedro Franco Dávila había reunido durante su estancia de más de catorce años en París. Con el fin de aumentar los fondos, esta institución emitió a los territorios de la América española instrucciones para la recopilación y remisión de obras representativas, que incluyeron piezas procedentes de las primeras excavaciones arqueológicas que se llevaron a cabo en el continente. Asimismo se incorporaron al Real Gabinete materiales etnográficos obtenidos en las expediciones científicas y de descubrimiento.
En 1868 las colecciones de antigüedades, arte y etnografía del Real Gabinete (que en 1815 había sido disuelto e integrado, junto con otras instituciones, en el nuevo Real Museo de Ciencias Naturales de Madrid, antecedente directo del actual Museo Nacional de Ciencias Naturales) fueron transferidas al Museo Arqueológico Nacional, creado el año anterior, a las que se sumaron las del Museo de Medallas y Antigüedades de la Biblioteca Nacional, que tenía algunas piezas americanas, las de la Escuela Superior de Diplomática y las de la Real Academia de la Historia. Del Museo Arqueológico a su vez se separarían las de origen americano (hasta entonces en la Sección IV o de Etnografía) por el Decreto de creación del Museo de América, de 19 de abril de 1941, que establecía que «El fondo inicial lo constituirán las colecciones de Etnografía y Arqueología americanas existentes en el Museo Arqueológico Nacional, con sus libros, vitrinas y mobiliario». Aunque el decreto fundacional no las mencionaba, también pasaron al nuevo museo las colecciones de Filipinas y Oceanía, al igual que una pequeña colección africana y el conjunto de cerca de cien objetos samis que había sido donado al MAN en 1896 por el ingeniero sueco Åke Sjögren (sv).
Ya creado el nuevo museo, la colección fue instalada provisionalmente en el ala izquierda de la planta principal del propio MAN, inaugurándose el 13 de julio de 1944. Eran tan solo once salas, siete dedicadas a los fondos precolombinos y las otras cuatro a los coloniales.
En 1962 comenzó el traslado a su emplazamiento definitivo, que fue inaugurado oficialmente tres años después, el 17 de julio de 1965. El Museo permaneció cerrado entre 1981 y 1994 debido a trabajos de remodelación.Tiene calificación de Bien de Interés Cultural con categoría de monumento en virtud del Decreto 474/1962, de 1 de marzo (BOE de 9 de marzo), mediante el que determinados museos fueron declarados monumentos histórico-artísticos.
Rodeado de espacios arbolados, el Museo de América se ubica en una zona del campus de la Universidad Complutense que se quiso reservar para consagrar los vínculos entre España y el continente americano (en las inmediaciones se construyó también el Instituto de Cultura Hispánica, predecesor de la actual Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo). Su superficie total es de 17.400 m², y cuenta con dieciséis salas dedicadas a la colección permanente y tres a exposiciones temporales.
El proyecto del inmueble fue encargado por Pedro Muguruza, que ocupaba el cargo de director general de Arquitectura, a Luis Moya, que le ofreció a Luis Martínez-Feduchi colaborar en él. Concibieron un edificio historicista de estilo neocolonial, con el interior organizado en torno a un claustro central ajardinado, al modo de las misiones y palacios coloniales. Moya se ocupó de las partes más estructurales y Martínez-Feduchi de las más historicistas y decorativas, como la torre. Los arquitectos, ante la escasez de hierro y cemento que había en España en aquella época, se decidieron por una estructura íntegramente de ladrillo, destacando en ella la cubrición mediante bóvedas tabicadas —en las que Luis Moya era un maestro—, todas diferentes, algunas de las cuales, reforzadas (a la vez que decoradas) con nervaduras, alcanzan los doce metros de luz. Las obras se llevaron a cabo entre 1943 y 1954, aunque algunas partes del proyecto no se llegaron a ejecutar. Además, hasta la reforma el Museo tuvo que compartir el edificio con otras instituciones que a partir de 1952 fueron instalándose en él: la parroquia de la Ciudad Universitaria —iglesia parroquial de Santo Tomás de Aquino—, que se instaló en la sala que estaba destinada a exposiciones temporales, el Colegio Mayor Sacerdotal, el Seminario Sacerdotal Hispanoamericano, el Museo Nacional de Reproducciones Artísticas (1961-1990), el Instituto de Conservación y Restauración de Obras de Arte y la Escuela de Restauración.
En 1980 se inició una profunda remodelación del edificio que hizo que el Museo tuviera que cerrar sus puertas al público el 28 de diciembre de 1981. Durante los primeros cinco años, hasta 1986, permaneció abierta una sala para mostrar exposiciones temporales, aunque luego el cierre fue ya total.Descubrimiento de América, los retrasos en las obras (las indecisiones y cambios de criterio en el Ministerio dieron como resultado la redacción de cuatro proyectos sucesivos) hicieron finalmente que no pudiera tener lugar hasta dos años más tarde, el 12 de octubre de 1994. Los trabajos triplicaron la superficie disponible y permitieron dotar de nuevas áreas de servicio al Museo, que además estrenó un nuevo montaje museográfico, que estuvo a cargo de Juan Ignacio Macua y Pedro García Ramos. La inversión fue de 1.200 millones de pesetas para las obras y otros 425 para la instalación.
Se desalojó del inmueble a las instituciones ajenas al Museo que permanecían en él (el Instituto de Conservación y Restauración de Obras de Arte ya lo había abandonado al construirse su nueva sede) y se ejecutó un proyecto, bajo la dirección del arquitecto Antón Capitel (biógrafo, además, de Luis Moya), para intentar terminar el edificio según el plan original, aparte de recuperar la totalidad del espacio para los fines museológicos para los que había sido concebido. Aunque se pretendió hacer coincidir la reinauguración con el V Centenario delEl museo conserva más de veinticinco mil piezas, de las que están expuestas cerca de dos mil quinientas.precolombina, arte virreinal y etnografía. Abarcan desde el año 10 000 a. C., en el Paleolítico, hasta nuestros días, y proceden de todo el continente, no solo de la América hispana, sino también de territorios en los que nunca hubo presencia española permanente, como ciertas zonas de Estados Unidos y Brasil, Canadá o Surinam.
Las colecciones comprenden arqueologíaSegún Paz Cabello, antigua directora, este museo «es el más completo. Aunque en Europa y América hay museos que tienen más fondos nuestras colecciones son muy amplias, muy buenas y muy antiguas y estas tres características no se suelen dar juntas. Hay muchas piezas que datan de la época de las colonias y los demás museos no suelen tener nada de esto porque se circunscriben sobre todo a los aspectos indígenas. Tampoco hay que olvidar que éste es un museo etnográfico y arqueológico».
Los fondos más antiguos son los procedentes del Real Gabinete de Historia Natural. Dos de las salas del museo se destinaron a recrear el aspecto de sus estancias, basándose en planos y dibujos originales, y la mayoría de las obras que contienen pertenecieron a él. Esas colecciones fundacionales posteriormente fueron incrementadas mediante diversas compras, donaciones y legados.
El montaje original seguía un criterio tradicional -geográfico y cronológico-, pero en la remodelación se cambió por uno temático, estructurado en cinco áreas: «El conocimiento de América», «La realidad de América», «La sociedad», «La religión» y «La comunicación».
Las culturas mejor representadas son las centroandinas, esto es, las del Antiguo Perú, actuales Perú y Bolivia. Son, con diferencia, las que tienen una presencia más cuantiosa, con varios miles de piezas, y asimismo más variada.
En 1872 se produjo la primera compra de una gran colección con destino al recientemente creado Museo Arqueológico Nacional, la de José Ignacio Miró, integrada por un número de piezas superior a doscientas cincuenta. De ellas únicamente cuatro eran americanas, pero entre las mismas figuraba —además de tres cabezas monumentales en piedra mayas que decoraban edificios de Uxmal (México)— el fragmento pequeño o Cortesiano del libro más importante de la colección del museo y una de las piezas más significativas de la colección maya de la institución, el Códice Tro-Cortesiano, o Códice de Madrid, uno de los cuatro únicos códices mayas que se conservan en todo el mundo (posteriormente también fue adquirido el otro fragmento, el grande o Troano, en 1888). La otra obra maya más relevante del museo es la Estela de Madrid, una de las dos patas que sostenían el trono del rey Pakal de Palenque. También hay varias figuras cerámicas de la isla de Jaina.
De la colección azteca sobresale el Códice Tudela, o Códice del Museo de América, adquirido en 1948, el segundo libro más importante de la colección de la institución tras el Códice Tro-Cortesiano.
Hay que destacar asimismo, por su calidad y por haber cubierto un hueco en las colecciones, el legado del diplomático Luis Mariñas Otero, ingresado en 1989, compuesto por ochenta y seis piezas precolombinas -ochenta y cinco cerámicas y una figura en piedra- de la zona de El Salvador.
Tapadera de incensario con representación del dios de la lluvia Tláloc. Teotihuacan, fase Xolalpan (400-650), México.
Estela maya procedente de Palenque conocida como Estela de Madrid, 600-800.
Urna funeraria maya con representación de Kinich Ahau, 600-900.
Facsímil del Códice Tro-Cortesiano o Códice de Madrid (maya, 1250-1500) (detalle).
Estatua en piedra de la diosa azteca de las aguas, Chalchiuhtlicue. 1350-1521.
Facsímil del Códice Tudela o del Museo de América, azteca, 1553.
Se extiende por Nicaragua, Costa Rica, Panamá, Las Antillas y la franja costera de Venezuela.
Colgante de oro. Diquís, período V-VI (700-1500), Costa Rica.
Comprende Colombia y gran parte de Ecuador.
Tras la clausura de la Exposición Histórico-Americana de 1892, conmemorativa del IV Centenario del Descubrimiento, diversos estados americanos donaron varios de los objetos precolombinos que habían participado en la muestra. Entre ellos descuellan las ciento veintitrés piezas del Tesoro de los Quimbayas, donadas por el Gobierno de Colombia en agradecimiento por la intermediación de España en el conflicto fronterizo de aquel país con Venezuela, que culminó con un laudo arbitral dictado por la reina regente María Cristina de Habsburgo-Lorena en el que se reconocían los derechos colombianos sobre la margen izquierda del río Orinoco. En palabras de la citada Paz Cabello, esta colección de orfebrería quimbaya «es única y de un valor incalculable. Es la más importante de cuantas existen en el mundo e incluso muy superior a la que se muestra en el Museo del Oro de Bogotá». De Colombia están igualmente representadas las culturas San Agustín, calima, muisca, sinú y tairona.
Por su parte, de Ecuador hay piezas de las culturas Bahía, Jama-Coaque, Chorrera y manteña, entre ellas una de las denominadas «sillas manteñas», consideradas tradicionalmente tronos ceremoniales pero que en realidad eran receptáculos, posiblemente para contener fardos funerarios con los restos de antepasados de los caciques. También hay objetos de la Valdivia, una de las primeras culturas cerámicas del continente, incluidas varias de las figuritas conocidas como «Venus de Valdivia», datadas entre 4000 y 1450 a. C.
De la zona fronteriza entre ambos países son las culturas Tumaco-La Tolita —Tumaco en Colombia y La Tolita en Ecuador— (siglos VII a. C.-IV d. C.) y Nariño-Carchi —actuales departamento de Nariño en Colombia y provincia de Carchi en Ecuador— (siglos IX-XVI), asimismo presentes en la colección.
Vasija con figura de guerrero. Jama-Coaque, 500 a. C.-500 d. C.
Estatuilla de oro perteneciente al Tesoro de los Quimbayas.
Sobresale particularmente la colección inca, una de las más destacadas del museo y de las mejores a nivel mundial. Procede en su mayor parte de la donación de Juan Larrea, quien en 1937 entregó su colección —reunida en tan solo dos meses durante su estancia en Perú—, integrada por quinientos sesenta y dos objetos de arte precolombino, principalmente inca, la más completa e interesante, artística y antropológicamente, de esta cultura que existe fuera del continente americano. A ella se suma la donación de objetos incaicos realizada en 1920 por el peruano Rafael Larco Herrera (fundador del museo que lleva su nombre en Lima), consistente en quinientos ochenta vasos de barro, cincuenta vasos de metal, armas de bronce y dos momias con textiles.
También destaca la colección de cerámica nazca, una de las más importantes que existen, por cantidad —alrededor de mil doscientas piezas—, calidad y variedad. Otra notable pieza de la colección es la momia de Paracas.
Vasija de cerámica nazca. Perú, 100-700.
Cabeza llamada del Inca Viracocha, 1400-1533. Donación Juan Larrea.
Kero con forma de cabeza de jaguar. Madera. Departamento de Cuzco, Perú, 1532-1600, inca-colonial. Donación Juan Larrea.
Sobresalen los materiales recopilados por las expediciones científicas españolas de los siglos XVIII y XIX, en especial las colecciones indígenas de la costa noroeste de Estados Unidos y Canadá. En este campo destaca la donación de ciento sesenta y nueve dibujos de la Expedición Malaspina efectuada por Carlos Sanz en 1961. También es de gran importancia la colección de plumería.
Sombrero de jefe de balleneros nutka (actual Columbia Británica, Canadá), siglo XVIII, procedente de las expediciones científicas.
Casco tlingit, considerado una de las obras maestras de esta cultura. Alaska, siglo XVIII.
Gorro (mahiole) y capa ('ahu 'ula) de príncipe hawaiano, del siglo XVIII.
Sombrero de plumaria cholón. Perú, siglo XVIII. Recogido por la Expedición Botánica al Virreinato del Perú.
Tzantza, cabeza reducida de los shuar (jíbaros). Ecuador, siglo XIX.
Mocasines posiblemente cheyennes o sioux. Piel, tendón y cuentas de vidrio de colores. Estados Unidos, último cuarto del siglo XIX.
Joni Chomo, vasija antropomorfa shipibo, Amazonía peruana. Contemporánea (anterior a 1986).
En el conjunto de las colecciones españolas el número de piezas virreinales mesoamericanas es mayor que el de las procedentes del área andina.
El Museo de América no es una excepción y las obras de arte virreinal mesoamericano son, con diferencia, las más numerosas, al contrario de lo que ocurre en la sección de arqueología del centro. La mayor parte de ellas fueron realizadas en el siglo XVIII. Las compras realizadas en el período que va desde la creación del museo hasta la inauguración de su sede definitiva (1941-1965), supusieron un notable aumento de los fondos y permitieron reunir una importante colección, amplia y variada.
Dentro de la colección de arte virreinal sobresale la de pintura, en la que figuran series de cuadros de mestizaje (pintura de castas), tres biombos novohispanos y enconchados, de los que cuenta con ochenta y ocho (parte de ellos depositados por el Museo del Prado), de un total de doscientos setenta y cuatro que existen en todo el mundo. Estos últimos son tablas, en ocasiones forradas de tela de lino, sobre las que se pegan fragmentos de nácar y posteriormente se pinta el conjunto al óleo.
Entre los autores de las distintas modalidades están muchos de los más notables, como Miguel Cabrera, del que se cuenta con un amplio conjunto, más de veinte obras, que incluyen ocho lienzos (de un total de dieciséis) de la única serie de pintura de castas que realizó, considerada la mejor de las más de ciento veinte que se conocen. También hay once de una serie de catorce o dieciséis óleos sobre la Vida de la Virgen, de 1751, una de las primeras que firmó, además de otras imágenes religiosas. De su mano posee asimismo el museo una miniatura, una Inmaculada ejecutada sobre pergamino.
De Juan Patricio Morlete (en) el museo tiene desde 2020 una Virgen de Guadalupe sobre cobre atribuida, aunque a otra autógrafa de superior calidad, firmada y datada, que se hallaba en una colección particular española, la Junta de Calificación, Valoración y Exportación le concedió en cambio permiso de exportación y fue subastada en Christie's Nueva York en 2019.
Gregorio Vásquez de Arce, el más destacado representante de la escuela neogranadina, está presente con un lienzo de 1685, firmado y datado: La Huida a Egipto.
Del pintor más importante de la escuela limeña de mediados del siglo XVIII, Cristóbal Lozano, hay un retrato ecuestre de José Antonio Manso de Velazco, I conde de Superunda y XXX virrey del Perú, de grandes dimensiones (291 × 238 cm), aunque gran parte de él se halla en mal estado de conservación.
Otros pintores representados son Juan de Correa, Nicolás Correa, José de Ibarra, Nicolás Rodríguez Juárez, su hermano menor, Juan; Vicente Albán, Melchor Pérez de Holguín (Entrada del virrey arzobispo Morcillo en Potosí), José de Páez (diez óleos que incluyen uno de sus retratos más sobresalientes, el del gobernador de Oaxaca Francisco Antonio de Larrea y Vitorica con sus dos hijos, Miguel José Joaquín y Pedro Nolasco José), Luis Lagarto, Alonso López de Herrera («El divino Herrera»), José de Alcíbar, Alonso Vázquez (dos tablas atribuidas), Diego Quispe Tito, Nicolás Enríquez, Luis Berrueco (una serie de pintura de castas completa, con dieciséis escenas distribuidas en cuatro lienzos —originalmente uno solo, destinado a ser dividido en dieciséis pinturas independientes—), Andrés López, Luis de Mena (en), Andrés de Islas (una serie de pintura de castas completa —dieciséis lienzos—, además de un retrato de sor Juana Inés de la Cruz) y José Campeche, artista en el que ejerció gran influencia el peninsular Luis Paret durante sus años de destierro en Puerto Rico.
Los mulatos de Esmeraldas, de Andrés Sánchez Gallque (escuela quiteña), 1599 (depósito del Museo del Prado).
Conquista de México. Recibimiento de Moctezuma, enconchado de Juan y Miguel González, escuela novohispana, 1698 (depósito del Prado).
Escena de mestizaje (pintura de castas): De chino cambujo e india, loba. Miguel Cabrera, escuela novohispana, 1763.
Yapanga de Quito con el traje que usa esta clase de mujeres que tratan de agradar. Lienzo de Vicente Albán de 1783, escuela quiteña.
De la escuela huamanguina, que realizaba sus trabajos en la llamada piedra de Huamanga —un tipo de alabastro—, apenas hay ejemplos en España, lo que otorga relevancia adicional a las dos esculturas de esta escuela que conserva el museo, un San Miguel Arcángel y una Piedad, ambas del siglo XVII y de buena factura, a las que se une un Nacimiento de figuras de pequeño tamaño datado en la primera mitad del siglo XIX.
De Pedro Laboria, escultor nacido en Andalucía que se estableció en el Virreinato de Nueva Granada, el museo tiene un San Francisco Javier.
En 1877, Ignacio Muñoz de Baena y Goyeneche, VI marqués de Prado Alegre, donó un conjunto de figuras de cera de Andrés García (México, siglo XIX), con ciento veintiséis números de catálogo, aunque algunos eran grupos de varias figuras. Gracias a esta donación, a la que se sumó la de varias figuras más realizada en 1967 por Luis Pereda, el Museo de América posee la más importante colección de figuras de cera mexicanas, tanto por su cantidad (en la actualidad más de ciento cincuenta ejemplares), como por su calidad y variedad.
Imagen de San Antonio, con el Niño Jesús sentado sobre la Biblia (detalle). Talla en madera policromada, del siglo XVIII, de la escuela quiteña.
Tlachiquero extrayendo el jugo del maguey,Andrés García. México, primera mitad del siglo XIX.
figura de cera deLa colección de platería incluye piezas virreinales y también algunas realizadas en los países americanos tras su independencia y en Filipinas. La virreinal es la más numerosa entre las colecciones españolas, si bien heterogénea.
Figuran obras de los principales focos: Virreinato de Nueva España, Capitanía General de Guatemala y Virreinato del Perú. De Nueva España son dos placas ornamentales neoclásicas realizadas por José María Rodallega, el más destacado orfebre novohispano de la segunda mitad del siglo XVIII.
En la Capitanía General de Guatemala el arte de la platería comenzó a desarrollarse a mediados del siglo XVI y llegó a alcanzar un gran esplendor, que perduró hasta mediados del XIX. Sus producciones se caracterizan por su originalidad, tanto en lo referente a tipologías como a ornamentaciones.Antigua Guatemala hacia 1575, que además es una de las más sobresalientes, puesto que existen pocas de su tipo. Del tercer cuarto del siglo XVII hay una excepcional copa de oro. Posiblemente se trate de una copa de comunión —empleada para dar a beber agua tras comulgar—, una tipología de la que hasta la publicación del ejemplar del museo solo se conocían piezas ejecutadas en plata, mientras que de la existencia de copas realizadas en oro únicamente se sabía por estar documentada en inventarios de la época. Por otra parte, del más eminente platero guatemalteco, Miguel Guerra, el museo cuenta con una tachuela datada hacia 1790, de estilo rococó.
De este origen es la pieza más antigua de toda la colección de platería del museo, un jarro de pico labrado enDel Virreinato del Perú hay otro jarro de pico, ejecutado quizás en un taller limeño, procedente del pecio del galeón Nuestra Señora de Atocha. También una mitra, igualmente de plata, atribuida a talleres potosinos, que probablemente estuviera destinada en origen a coronar la talla de algún santo obispo.
Jarro de pico. Plata. Virreinato del Perú, tal vez taller limeño, c. 1600-1622. Procedente del pecio del galeón Nuestra Señora de Atocha.
Custodia de sol. Plata sobredorada y esmalte. Escuela cuzqueña, último tercio del siglo XVII.
Portaviático.
Oro con decoración de esmaltes a la porcelana, esmeraldas y rubíes. Taller limeño de finales del siglo XVII (atribución).En el campo de la cerámica resulta fundamental el grupo integrado por casi un millar de piezas del XVII, reunidas en ese siglo por Catalina Vélez de Guevara, IX condesa de Oñate, y legadas en 1884 al Museo Arqueológico Nacional por María Josefa de la Cerda y Palafox, condesa viuda de Oñate.
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