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Nicolás Videla del Pino



Nicolás Videla del Pino (Córdoba del Tucumán, 6 de diciembre de 1741 – Buenos Aires, 17 de marzo de 1819) fue un sacerdote rioplatense, obispo de la diócesis de Salta en la época de la Revolución de Mayo.

Estudió en el Colegio de Monserrat de Córdoba, y en la Universidad de esa misma ciudad, graduándose de doctor en teología, y se ordenó sacerdote en 1765.[1]

Por varios años ejerció como profesor de la Universidad de Córdoba y rector del Seminario. Fue nombrado obispo de la diócesis de Asunción del Paraguay en agosto de 1802, y ordenado obispo el 22 de septiembre de 1803 por el obispo de Buenos Aires, Benito Lué.[1]​ Se destacó por lograr ejercer su cargo sin dejarse controlar por el poderoso gobernador Bernardo de Velasco.

En marzo de 1807 fue nombrado obispo de Salta, partiendo del Paraguay en abril de 1808. En junio de 1808 hizo su entrada en la diócesis por el sur de la actual provincia de Santiago del Estero, utilizando varios meses para hacer una cuidadosa visita a todos los curatos del sur de su jurisdicción. No llegó a la ciudad de Salta hasta junio de 1809, fecha en que también asumió su diócesis Rodrigo de Orellana, obispo de Córdoba. Juntamente con Benito Lué, de Buenos Aires eran los tres obispos existentes en el actual territorio argentino en la época de la Independencia de ese país.[2]​ Asumió solemnemente la cátedra obispal el 23 de agosto de 1809.[1]

Al producirse la Revolución de Mayo se mostró partidario de la misma; posiblemente no tuvo problemas con ella, porque creyó las declaraciones de la Primera Junta de gobernar en nombre del rey Fernando VII.[3]​ Poco antes de la Revolución, había apoyado al carlotismo, que pretendía establecer una regencia en nombre del rey cautivo, en la persona de su hermana.[4]

Cuando los sucesivos gobiernos revolucionarios se opusieron a las autoridades nombradas desde España, apoyó las invasiones realistas a su provincia. La más peligrosa de todas, la de 1812, contó con su apoyo moral y económico. Incluso aprobó —no la sancionó personalmente— la excomunión que lanzara el arzobispo de Charcas sobre todos los patriotas. Cuando al año siguiente, el general Manuel Belgrano se apoderó de Salta en la batalla de ese nombre, simplemente separó al obispo de su cargo y ordenó su traslado a Buenos Aires el 15 de abril de 1812, olvidándose de la autoridad papal.[5]

El obispo optó por otra solución: huyó de su sede episcopal y merodeó varias semanas por las montañas, antes de refugiarse en una cueva de una familia humilde de los alrededores de la ciudad de Salta; las mujeres de la familia, asustadas por la desmejoría en la salud del obispo lo convencieron de entregarse al gobernador de la ciudad, Domingo García, que lo capturó el 3 de agosto. Poco después fue enviado a Buenos Aires.[5]

Permaneció en arresto domiciliario en la capital durante algunos meses, mientras comenzaba un juicio en su contra bajo la acusación de alta traición, que fue quedando en el olvido. Fue trasladado a Río Cuarto a mediados de 1813, mientras la causa criminal languidecía y finalmente quedaba en nada. La discusión sobre si debía o no volver a ocupar su puesto ocupó varios años: la Asamblea del año XIII, de mayoritaria inspiración masónica, le negó esa posibilidad y tampoco se preocupó por conseguirle un reemplazante.[5]

El Congreso de Tucumán le permitió volver a Salta, pero no le permitió ejercer su autoridad eclesiástica, ni siquiera celebrar misa o predicar. Por esa razón se trasladó a Buenos Aires en 1817. Allí, el mismo Congreso dilató por otros dos años la cuestión.[5]

La actual Argentina —por ese tiempo, todavía Provincias Unidas del Río de la Plata— ya no tenía obispos: el de Córdoba, Orellana, había emigrado a España, donde fue nombrado obispo de Ávila. El de Buenos Aires, Lué, había muerto en 1812. Y el de Salta, Videla del Pino, nunca se reintegró a su diócesis. Por varios años, el Papa no nombró obispos para ese país, ya que no reconocía su independencia.[5]

Monseñor Videla del Pino falleció en una quinta de Barracas (Buenos Aires) en marzo de 1819.[5]



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