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Oído interno



El oído interno o laberinto es una de las tres porciones en que se divide el oído. Está formado por dos partes diferenciadas:

El oído interno se localiza en el cráneo, en la pirámide petrosa o peñasco del hueso temporal que dispone de una oquedad llamada laberinto óseo.[1]

El oído interno o laberinto se encuentra en el interior del hueso temporal, se divide en tres cavidades: [2]

Las fibras nerviosas que salen del vestíbulo y los canales semicirculares se reúnen para formar el nervio vestibular, las que salen de la cóclea forman el nervio coclear. Ambos se unen para formar el nervio vestibulococlear que atraviesa el hueso temporal y se conecta con el encéfalo en el interior del cráneo.[2]

El laberinto óseo es una cavidad irregular excavada en el hueso temporal formada por varios espacios unidos entre sí, en su interior se encuentra el laberinto membranoso que tiene la misma forma y está constituido por un conjunto de conductos huecos por los que circula un líquido denominado endolinfa. El laberinto óseo puede describirse como una cáscara de hueso que envuelve totalmente al laberinto membranoso. En el espacio que queda entre el laberinto óseo y el membranoso se encuentra la perilinfa. La endolinfa tiene consistencia viscosa y su composición iónica es parecida a la del líquido intracelular, es rica en potasio y pobre en sodio, la perilinfa tiene una composición parecida a la del líquido extracelular es pobre en potasio y rica en sodio.[3]

El vestíbulo es una cavidad situada en la región media del oído interno, tiene forma oval y se encuentra situado entre la cóclea y los canales semicirculares. Un estrechamiento lo divide en dos partes: el sáculo y el utrículo, ambos disponen de regiones sensibles llamadas máculas otolíticas que están dispuestas perpendiculares entre sí y contienen células ciliadas que tienen la función de detectar las aceleraciones o desaceleraciones lineales que se producen en cualquiera de los tres planos del espacio.[4][5]

Los canales semicirculares son tres pequeños tubos cilíndricos con forma de semicírculo. Están orientados en los tres planos del espacio, de tal manera que forman entre ellos ángulos de 90 grados. Tienen la función de detectar cualquier movimiento de aceleración angular en alguno de los tres planos espaciales y son muy importantes para el mantenimiento del equilibrio corporal.

La cóclea es un conducto con forma de espiral que se asemeja en cierto modo a la concha de un caracol, por lo que también recibe el nombre de caracol. En su interior se encuentran las células sensoriales ciliadas que generan los impulsos nerviosos que hacen posible la percepción del sonido. La cóclea está formada en realidad por tres conductos paralelos separados por dos membranas:[6]

Dos membranas separan estos conductos:

La rampa vestibular se relaciona con la ventana oval mediante el vestíbulo y la rampa timpánica limita con la ventana redonda. Ambos conductos comunican abiertamente en el vértice del caracol o helicotrema. Las oscilaciones de la perilinfa en la rampa vestibular se transmiten a la endolinfa de la rampa media con facilidad debido a que la membrana de Reissner es muy delgada.

Fue descrito por primera vez por Corti en 1851.[7]​ Está formado por células de soporte, células ciliadas sensoriales, la membrana tectoria y las fibras nerviosas. Se encuentra situado en el conducto coclear o rampa media de la cóclea o caracol. Tiene la función de generar los impulsos eléctricos que después se transmiten a través de la rama auditiva del VIII par craneal hacia el encéfalo, para hacer posible la audición. El órgano de Corti tiene la forma de una lámina enrollada y cuenta con alrededor de 16 000 células ciliadas que son los receptores para la audición y realizan la mecanotransducción, es decir transforman estímulos mecánicos en estímulos nerviosos que mediante fibras nerviosas que se integran en el nervio vestibulococlear llevan al cerebro la información auditiva.[6]




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