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Partido Conservador (México)



El Partido Conservador fue un partido político mexicano que luchó en la Guerra de Reforma quedando derrotado en 1861, y que luego promovió, en parte, el establecimiento del Segundo Imperio mexicano. Termina, según la historiografía mexicana, con los fusilamientos de Maximiliano I, Miguel Miramón y Tomás Mejía en el Cerro de las Campanas, en junio de 1867. Episodio que marcó tanto el fin de la intervención extranjera como la disolución del Partido Conservador.[1]

Sin embargo, hay que hacer notar que el llamado Partido Conservador nunca estuvo organizado como un partido político, con jefaturas establecidas, órganos de representación, membresía inscrita, etcétera. Se trató, en rigor, de un grupo de personas que representaban los intereses y las ideas de un sector del pueblo mexicano, muy especialmente, de la Iglesia católica. Este hecho nos hace ver que el Partido Conservador nunca pudo ser disuelto, porque nunca fue constituido, y que mientras vivieran los hombres que habían encabezado o apoyado la reacción contra el Estado liberal, mientras existiera la Iglesia católica en México, difícilmente, desaparecería ese grupo de mexicanos conservadores, al cual se llamó, en la lucha política, Partido Conservador.[2][3]

Se sabe que uno de los fundadores del Partido Conservador fue el historiador Lucas Alamán, junto con otras personas tales como Ignacio Aguilar y Marocho, Francisco de Paula Arrangoiz, Antonio de Haro y Tamariz, Miguel Miramón y Leonardo Márquez, quienes apoyaban una forma de gobierno centralizada e insistían en que la solución permanente a los problemas que enfrentaba México se verían resueltos bajo un sistema de gobierno monárquico en lugar de uno de representación popular. En principio apoyaban la idea de invitar a un miembro de la Casa de Borbón a gobernar México dado a su búsqueda por la protección paternalista de los reyes de España, a quienes los conservadores veían sus años de gobierno en la Nueva España como justos y prósperos; sobre todo en el sentido de volverles a otorgar a los indígenas de un "estatus especial" separados como entidades jurídicas aparte, con sus propias leyes y protección de la Corona, en tanto que el poder político como tal, permanecería en manos de las élites y nobleza mexicanas.[4]

El punto focal del conflicto entre Liberales y Conservadores en México siempre fue la posición de la Iglesia Católica en el país. Los conservadores se mantenían leales a ella y luchaban por conservar el poder económico y social de la misma. Su lema principal era: "Religión y Fueros".[5]​ Entre sus ideas principales se encontraba el preservar el catolicismo como la única religión de la sociedad mexicana, sin tolerancia a ninguna otra. Del mismo modo, buscaban tener el monopolio de la educación, a fin de prevenir la entrada de ideas liberales. Similarmente, luchaban por preservar las cortes militares y religiosas, así como asegurar su autonomía. Las ideas conservadoras estaban basadas en ideas morales y religiosas aplicadas a los distintos ámbitos como son el respeto a la familia, a las tradiciones, a la propiedad individual y a la comunitaria. Buscaban que los gobernantes fueran hombres honrados y dignos portadores de los valores tradicionales.[6]

Luego de su derrota en la Guerra de Reforma, los conservadores aprovecharon el caos imperante en el país producido por la invasión francesa y enviaron una delegación al castillo de Miramar, donde residía el archiduque austriaco Maximiliano de Habsburgo, y le ofrecieron la corona imperial de México. Habiendo quedado establecido el Segundo Imperio, muchos conservadores mexicanos quedaron decepcionados por el gobierno de Maximiliano al ver que este pretendía un gobierno de tintes liberales.

Un mes después del fusilamiento del archiduque (15 de julio de 1867), Benito Juárez finalmente entró triunfante a la capital de México, marcando la victoria del Partido Liberal y comenzando el periodo conocido como la Restauración Republicana en que todo el país quedaría organizado bajo los lineamientos de la Constitución Política de 1857 que tanto combatieron los conservadores. Como sucede al término de las guerras civiles, el partido vencedor tomó medidas para quitar toda influencia a la facción vencida y el gobierno anunció que mantendría vigente el decreto del 16 de agosto de 1863, en el que se consideraban «traidores» a quienes hubieran sido soldados, empleados o funcionarios del gobierno imperial y a todos aquellos que sirvieron o auxiliaron "directa o indirectamente a la causa de la intervención".

Pese a la disolución del Partido Conservador y la situación de marginación política que vivieron los católicos conservadores durante 1867, y hasta el año 1892, estos se consolidaron en una posición independiente frente a los círculos oficiales que les permitió observar y enjuiciar el funcionamiento de las instituciones liberales y el comportamiento de las autoridades hasta los últimos años del Porfiriato.[7]

Los gobernantes con ideología conservadora que estuvieron en el poder en las distintas etapas fueron:[8]

El Segundo Imperio Mexicano fue el nombre del Estado gobernado por Maximiliano de Habsburgo como emperador de México, formado a partir de la segunda intervención francesa entre 1863 y 1867. La terminología «segundo» hace referencia a la sucesión natural del previo Primer Imperio Mexicano

Durante la Guerra de Reforma y los dos gobiernos simultáneos de Benito Juárez (Partido Liberal) y Miguel Miramón (Partido Conservador), cada uno de ellos firmó un tratado en busca del reconocimiento internacional:

Ambos tratados fueron firmados en el año de 1859. El McLane-Ocampo sería firmado el 14 de diciembre por Melchor Ocampo y Robert McLane, embajador estadounidense en México. Por su parte, los conservadores buscaron la ayuda de los países europeos por medio del tratado Mon-Almonte, firmado el 26 de septiembre en París, Francia, entre Juan Nepomuceno Almonte, ministro del gobierno conservador en Francia, y Alejandro Mon, embajador español en Francia. Dicho tratado tenía como objetivo terminar la disputa diplomática entre ambos países desde la Independencia de México.

Naturalmente, el tratado fue desconocido por el gobierno liberal al mismo tiempo que los conservadores hicieron lo propio con el McLane-Ocampo.



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