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Pascendi Dominici gregis



Pascendi Dominici gregis es una encíclica papal promulgada por San Pío X el 8 de septiembre de 1907. En ella el papa condenó el modernismo teológico y toma unas medidas para evitar que su error dañe a la fe de los católicos.

En la aparición del modernismo confluyen varias líneas de pensamiento: el protestantismo liberal, una tendencia a la acción huérfana de oración (el americanismo) y el esfuerzo mal encauzado de renovar la apologética católica[1]​. La obra de Alfred Loisy, L'Evangile et L'Eglise (1902), puede considerarse el inicio del modernismo teológico, según afirmaba el autor en este libro trataba de apoyarse solo en los hechos, pero esto le llevaba a afirmar que el reino predicado por Jesús solo tenía un sentido escatológico, y a dudar de la divinidad de Jesucristo. el evangelio en un mensaje escatológico. Un año después en Autour d'un petit livre (1903) se reafirmaba en estas ideas. El historiador Ricardo de la Cierva[2]​ considera que Loisy cree en la evolución de los dogmas, entendidos como símbolos, las instituciones, los ritos y los sacramentos.

Esa visión historicista de la iglesia, se presenta de un modo claro en The Church and the future (1903), publicada bajo seudónimo por Geroge Tyrell, en ella afirmaba que "Cristo había dejado un espíritu, no una doctina; los dogmas no podían ser otra cosa que una 'aproximación necesariamente falible' a la verdad divina y, en consecuencia revisable".[3]

Ya tras la publicación de L'Évangile et L'Église, la jerarquía de la iglesia –en concreto el arzobispo de París– declaró la incompatibilidad de esos pensamiento con la fe católica; pero la publicación de otros libros en una dirección similar y la difusión de esas ideas mostraron su peligro para la fe. Como ha afirmado Lortz:

Como años antes con el Syllabus (1864), el magisterio pontificio respondió con la condena de una lista de errores; el decreto Lamentabilis, publicado con la aprobación de Pío X, el 3 de julio de 1907, contenía una relación de 65 proposiciones que se declaraban contrarias a la fe: fundamentalmente hacía referencia a dos problemas: el bíblico y el dogmático[4]​. Pero el papa consideró que no bastaba condenar los errores, sino que era preciso explicar la causa de esos errores y los medios que deberían ponerse para evitar el daño a la Iglesia: este es el objetivo de la encíclica que dató (8 de septiembre de 1907) apenas dos meses después del decreto.

El inicio de la encíclica manifiesta ya la importancia que el papa da a su contenido, y su carácter magisterial

Señala enseguida que los errores se han dado desde el comienzo de la Iglesia, pero los que se presentan en este momento son especialmente dañinos y peligrosos, pues utilizann artes enteramente nuevas, pues son asumidos por laicos católicos, y aún por sacerdotes, que -a pesar de carecer de conocimientos serios en filosofía y teología, se presentan como restauradores de la iglesia.

La encíclica pasa enseguida a exponer estos errores, en cuyo origen se encuentra un planteamiento agnóstico, como si no fuese posible a la razón conocer la existencia de Dios, rechazan así la enseñanza del Vaticano I que decretó:

Queda desechada así no solo la revelación sino también la capacidad de la razón para conocer a Dios, y con ello los verdaderos fundamentos de la religión. Pasan pues a buscar el origen de la religión en el interior del hombre, queda así rechazada todo dimensión trascendente de la religión, y afirmado el principio de inmanecia religiosa. Consideran que la explicación de la religión ha de buscarse en el interior del hombre, se trataría -según afirman- de un fenómeno vital y, como tal

La revelación, para el modernismo, no es sino esa misma experiencia religiosa; de modo que toda religión es a la vez natural y sobrenatural, pues es a través de la experiencia que Dios revela y es al tiempo causa y objeto de la fe. Pero sobre este sentimiento religioso trabaja la razón, reflexiona sobre ese sentimiento y así llega a fórmulas religiosas que proporcionan al creyente un modo de dar razón de su fe; son pues signos inadecuados de su objeto, o lo que es lo mismo símbolos.

Tras identificar las bases del pensamiento modernista sobre la religión, y por tanto, también sobre la Iglesia y su doctrina, la encíclica pasa reseñar los errores que supone respecto a la fe los principios de inmanencia y simbolismo que defiende: "Dios es inmanente en el hombre", y" las representaciones de la realidad divina simbólicas"

Desde estos planteamientos el dogma es el resultado de la elaboración que realiza el creyente sobre sus propios pensamientos, atendiendo a las circunstancias, de decir -según afirman- vitalmente; así se forman que responden a una conciencia común, y que acaban siendo reconocidas por el magisterio público como doigmas.

Para ellos los libros sagrados no suponen más que una colección de experiencias extraordinarias de creyentes, que han recordado y reelaborado hechos pasados (así sucede en los libros históricos), o hace lo propio con el posible futuro (actúa así en los escritos apocalípticos). Lo que la iglesia llama inspiración, no es más que el grado de vehemencia o el impulso con que los autores expresan su experiencia; algo similar a la inspiración poética.

La iglesia sería, según el modernismo, resultado de un doble necesidad: un ámbito donde comunicar a otros su fe -es decir sus experiencias religiosas-, y para conservar, aumentar y propogar esos sentimientos.

Por último, y es consecuencia de todo lo demás, para el modernismo no existe nada que no sea variable, y que por tanto deba variarse; por tanto

De acuerdo con estos presupuestos nada habría estable en la iglesia, y todo debería ser adaptado a las circunstancias de tiempo y lugar.

La encíclica acaba con la acostumbrada bendición apostólica del Papa

El papa identifica las causas de estos errores:

Después la encíclica expone la táctica que utilzana los propulsores de esta doctrina para extenderla entre los fieles. Ante todo atacan las cosas que tiene por contrarias a sus propóisto: el método escolástico de filosofar, la autoridad de los Padres y la ws, el magisterio eclesiástico. Se oponen así a las enseñanzas de la iglesia: ya Pío IX reprobó la opinión de los que "consideraban que el método y los principios con los que los antiguos doctores escolásticos cultivaron la teología no corresponden a las necesidades de nuestro tiempo ni al progreso de la ciencia"[9]​; y el Concilio Nicea condenó ."a aquellos que osan..., conformándose con los criminales herejes, despreciar las tradiciones eclesiásticas e inventar cualquier novedad..., o excogitar torcida o astutamente para desmoronar algo de las legítimas tradiciones de la Iglesia católica"; y, si así actúa, en estos temas, con la misma fuerza atacan al magisterio y a quienes lo defienden. Recuerda a continuación la encíclica lo que escribió León XIII.

Expuestos los errores y el modo en que el modernismo trata de propagarse entre los católico, el papa, señala los remedios que han de ponerse para evitar ese error[10]​:

Concluye el papa la encíclica, avisando que de su contenido tomarán ocasión los adversarios de la Iglesia, para calumniarla como enemiga de la sabiiduría y del progreso de la humanidad.



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