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Pedro de Lagasca



Carlos I de España

Carlos I / Felipe II de España

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Felipe II de España

Pedro de la Gasca o Pedro Lagasca (Navarregadilla de Ávila, Corona de Castilla, agosto de 1493-Sigüenza de Guadalajara, Corona de España, 13 de noviembre de 1567) fue un sacerdote, funcionario, diplomático y militar español del siglo XVI, nombrado caballero de la Orden de Santiago y consejero del Tribunal del Santo Oficio.

Fue designado en 1546 presidente de la Real Audiencia de Lima con la misión de acabar con la rebelión de Gonzalo Pizarro en el Virreinato del Perú, cometido que cumplió cabalmente, y ha pasado a la historia con el apelativo de Pacificador. Luego de efectuar un ordenamiento general del territorio, culminó su brillante carrera como obispo de Palencia (1550-1561) y de Sigüenza (1561-1567).

Pedro de la Gasca nació en Navarregadilla, localidad cercana al pueblo de El Barco de Ávila.[1]​ Sus padres fueron Juan Jiménez de Ávila y García, y María Gasca, ambos de familias hidalgas. Inició sus estudios en la Universidad de Salamanca. Tras la muerte de su padre hacia 1513, fue su tío, el licenciado Barco, quien se encargó de su educación; así, lo presentó ante el cardenal Cisneros para que estudiara en la Universidad de Alcalá de Henares. Recibió el grado de maestro en Artes y licenciado en Teología, y entró como colegial en el Colegio Mayor de San Ildefonso de la misma universidad. Entusiasmado por la política del emperador Carlos V, luchó en el bando real durante la Guerra de las Comunidades de Castilla.

Acabada la guerra, su tío lo envió a Salamanca (1522), donde logró destacar por encima del resto gracias a su privilegiado intelecto y su talento negociador. En la universidad salmantina cursó Derecho Civil y Canónico; se graduó de bachiller en ambos Derechos y fue elegido rector en el curso de 1528-1529. Posteriormente, obtuvo una beca en el prestigioso Colegio Mayor de San Bartolomé o Colegio Viejo (1531), donde se formaban los más importantes políticos de la España del Renacimiento. Allí se graduó de licenciado en Cánones y fue designado rector de dicho colegio en dos oportunidades.

Concluidos sus estudios, recibió las sagradas órdenes, abrazando la carrera eclesiástica. Fue nombrado canónigo en el cabildo catedralicio de Salamanca y juez vicario en la diócesis de ese lugar.

Su fama de hombre virtuoso y capaz llegó a conocimiento del político más importante de su tiempo, el cardenal Juan Tavera, arzobispo de Toledo y presidente del Consejo Real. Por influencia de este personaje, en 1537 pasó a ser juez vicario en Alcalá de Henares y juez residenciador del cabildo metropolitano de Toledo. En noviembre de 1540 obtuvo una plaza de oidor en el Consejo de la Suprema Inquisición, dejando de lado todos los cargos anteriores.

Su primera responsabilidad que llamaríamos política se dio en 1541, cuando las cortes de Monzón solicitaron que fuera nombrado visitador del reino de Valencia, pues ya tenía prestigio en tareas similares. A fin de cumplir tal comisión, La Gasca obtuvo la autorización papal para poder intervenir en problemas ajenos a la labor de los clérigos. Pasó en el reino de Valencia tres años (1542-1545), durante los cuales se ocupó del adoctrinamiento y sujeción de los moros, así como de la defensa del reino, fortificando la costa y las islas Baleares ante posibles ataques berberiscos y, principalmente, del pirata Barbarroja. Asimismo, hizo una toma de cuentas a los oficiales de hacienda y aplicó juicio de residencia a los ministros de justicia. Así adquirió un notable conocimiento de las funciones gubernativas, que luego aplicaría en América.

Por entonces llegaron a la corte las noticias del levantamiento de Gonzalo Pizarro (hermano de Francisco Pizarro), que se había sublevado junto a otros encomenderos contra las Leyes Nuevas y el gobierno del virrey Blasco Núñez Vela. Ante la disyuntiva de mandar al Perú a un letrado negociador o a un militar con experiencia, se decidió por la primera opción, y el escogido por el emperador Carlos V fue el licenciado Pedro de la Gasca.

El 16 de febrero de 1546 La Gasca fue nombrado Presidente de la Real Audiencia de Lima con extensas facultades en lo civil y en lo eclesiástico, y tres meses más tarde, el 26 de mayo, se embarcó en Sanlúcar de Barrameda, rumbo al Perú. Pasó por la caribeña Santa Marta —en la costa de la actual Colombia— donde se enteró de la muerte del virrey Blasco Núñez Vela a manos de los rebeldes gonzalistas.

Llegó a Nombre de Dios, en la costa caribeña del istmo de Panamá, el 27 de julio del mismo año, sin más bagaje que su breviario y sus cédulas en blanco. Sus únicas armas eran los plenos poderes que había recibido del emperador, para premiar y castigar. Ya en Panamá, asumió formalmente la Presidencia de la Audiencia, el 13 de agosto. Fue recibido con poco respeto, y recibió burlas por su aspecto físico, pero en respuesta se limitó a mostrar a todos buen semblante.

Su talento diplomático no tardó en mostrarse, al lograr la adhesión del general Pedro de Hinojosa y los demás jefes del ejército pizarrista, quienes en recompensa fueron perdonados por su rebeldía, así como la promesa de obtener luego ricas encomiendas de indios. Se le adhirieron luego Sebastián de Benalcázar, Pedro de Valdivia, el oidor Pedro Ramírez, el contador Juan de Cáceres y Lorenzo de Aldana, enviado del mismo Gonzalo Pizarro.

Tuvo relación también con el capitán realista Diego Centeno, quien salió de su escondite para presentar otro frente de guerra a Gonzalo Pizarro en el sur, aunque sería derrotado en la batalla de Huarina, el 20 de octubre de 1547. Pero esta victoria sería la última de Pizarro; sus mismos oficiales y soldados fueron paulatinamente abandonándole para sumarse al ejército realista encabezado por La Gasca.

En abril de 1547 La Gasca partió de Panamá con una flota de dieciocho navíos, y tras dificultosa travesía, desembarcó en el puerto de Manta (actual costa de Ecuador). Prosiguió su ruta a lo largo de la costa hasta llegar a la desembocadura del río Santa (en el actual departamento de Ancash), y de allí se internó hacia la cordillera andina. Asentó su campamento primero en Jauja y después en Andahuaylas, acogiendo varios contingentes de soldados, muchos de los cuales eran desertores del bando gonzalista.

La Gasca insistió en ofrecer la paz a Gonzalo Pizarro a cambio de su rendición, pero no recibió respuesta. Con los refuerzos militares que recibió desde Guatemala, Popayán y Chile, logró sumar 700 arcabuceros, 500 piqueros y 400 jinetes, todos bajo el mando del capitán Alonso de Alvarado. El esperado encuentro con las fuerzas de Gonzalo Pizarro se produjo en la pampa de Jaquijahuana, cerca del Cuzco, el 9 de abril de 1548.

Pero no hubo batalla pues los gonzalistas se pasaron uno a uno al bando de La Gasca; entre los primeros desertores se encontraban el capitán Sebastián Garcilaso de la Vega (padre del inca historiador) y el oidor Diego Vásquez de Cepeda. Gonzalo Pizarro, Francisco de Carvajal y otros principales cabecillas rebeldes fueron capturados en el mismo campo y sometidos a proceso sumario. Cuarenta y ocho rebeldes fueron condenados a la pena de muerte, entre ellos Pizarro y Carvajal, y muchos otros recibieron como castigo azotes, destierro, trabajo en las galeras y confiscación de bienes.

Se procedió luego al denominado Reparto de Guaynarima (16 de agosto de 1548), donde La Gasca distribuyó 1.300.000 pesos en rentas o encomiendas entre sus soldados, dejando a muchos descontentos, por no recibir nada o creer que se les daba muy poco. Procedió luego a hacer un reordenamiento de la administración del Virreinato (ver más adelante).

El 27 de enero de 1550, considerando cumplida su labor, emprendió el retorno a España, llevando para el Rey un extraordinario cargamento de casi dos millones de escudos en metales preciosos. Dejó el gobierno en manos de la Audiencia de Lima presidida por Andrés de Cianca. En el istmo de Panamá sofocó la rebelión que los hermanos Hernando y Pedro Contreras habían promovido en la provincia de Castilla del Oro o Tierra Firme, de cuyo gobierno se habían apoderado violentamente con el plan de desposeer a España del Perú, rehacer el imperio incaico y ceñir su corona. La Gasca continuó el viaje a España, arribando a Sevilla en septiembre del mismo año de 1550. Aquí Juan de Quirós compuso entonces un poema latino sobre su victoria, lamentablemente perdido.[2]

En reconocimiento a sus brillantes servicios, Pedro de la Gasca fue premiado con la dignidad de Obispo. Primero recibió por auspicio de Carlos I la dignidad episcopal de Palencia, que llevaba anejo el Condado de Pernia (1551). Luego fue promovido al rango de Obispo y Señor de Sigüenza, ya en tiempos de Felipe II (1562).

Falleció el 13 de noviembre de 1567, a los 74 años de edad, siendo sepultado en la Iglesia de Santa María Magdalena de Valladolid en un sepulcro en alabastro obra del escultor romanista Esteban Jordán.

Luego del Reparto de Guaynarima (en la que distribuyó las encomiendas o repartimientos de indios entre los capitanes y soldados de su ejército triunfador), La Gasca se dedicó a realizar un reordenamiento general en la administración del Virreinato del Perú. Concibió la necesidad de formar una aristocracia de encomenderos que constituyeran el núcleo de la sociedad colonial, sustentada en la mano de obra indígena, pero bajo el control político y económico de la Corona, cuya preponderancia consideraba de suma importancia afirmar.

En su período de gobierno de un año y medio (1548-1550) dictó varias medidas con el propósito de garantizar la solidez del poder central:

Otras disposiciones y medidas que tomó La Gasca fueron las siguientes:

Es necesario remarcar, como ejemplo de civismo, que a Pedro de la Gasca nunca lo tentó el poder ni la riqueza del Perú, y retornó a España sin más posesión que su vestimenta y su breviario. Enviado al Perú sin ninguna fuerza armada, solo con amplios poderes para perdonar y castigar a los rebeldes, retornó a España una vez cumplida brillantemente su misión, que consistió nada menos que la de retornar al seno de la Corona española al riquísimo Virreinato del Perú. Pero por si fuera poco, condujo a España un impresionante cargamento de metales preciosos, venciendo todo peligro que un viaje de ese tipo entrañaba. De otro lado los indios quedaron muy agradecidos por las disposiciones que había dado a favor de ellos, y sintieron mucho su partida.

Físicamente, La Gasca no era muy agraciado, pues “era muy pequeño de cuerpo, con extraña hechura, que de la cintura abajo tenía tanto cuerpo como cualquiera hombre alto y de la cintura al hombro no tenía una tercia. Andando a caballo parecía aún más pequeño de lo que era porque todo era piernas; de rostro era muy feo”, según lo describe el Inca Garcilaso de la Vega, quien añade enseguida: “Pero lo que la naturaleza le negó de los dotes del cuerpo se los dobló en los del ánimo… pues redujo un Imperio, tan perdido como estaba el Perú, al servicio de su Rey”.[3]




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