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Perro semihundido



Perro semihundido, o El perro, es una de las Pinturas negras que formaron parte de la decoración de los muros de la casa —llamada la Quinta del Sordo— que Francisco de Goya adquirió en 1819. La obra ocupaba un lugar a la izquierda de la puerta de la planta alta de la casa.[1]

La obra, junto con el resto de las Pinturas negras, fue trasladada de revoco a lienzo, a partir de 1873, por Salvador Martínez Cubells por encargo del barón Émile d’Erlanger,[2]​ un banquero francés, que tenía intención de venderlas en la Exposición Universal de París de 1878. Sin embargo, las obras no atrajeron compradores y él mismo las donó, en 1881, al Museo del Prado, donde actualmente se exponen.

En su estado actual, el cuadro, muy austero, solo presenta la cabeza de un perro escondida o hundida sobre un plano inclinado de ocre oscuro y un espacio vertical en ocre más claro, todo ello exento de cualquier otra figura. La mirada de la cabeza del perro se dirige hacia arriba, y podría representar la soledad.

Aunque hoy solo pueden apreciarse estos elementos, en reproducciones fotográficas realizadas por J. Laurent, entre los años 1863 y 1874, antes de ser arrancadas las pinturas de los muros de la Quinta del Sordo, podría apreciarse un paisaje de fondo formado por una gran roca y unos supuestos pájaros a los que el perro mira. Todas las fotografías de Laurent de las Pinturas negras fueron publicadas en 1992 en el Boletín del Museo del Prado, en un artículo escrito por Carmen Torrecillas.[3]​ Y en 1994, el Ministerio de Cultura editó una espléndida lámina, de 31 x 41 centímetros, de la fotografía de Laurent de la pintura El perro.[4]​ El negativo original se conserva —en perfecto estado— en el Archivo Ruiz Vernacci.

El hispanista británico Nigel Glendinning señaló en 1986 algunas diferencias entre el estado actual de las Pinturas negras y el que presentaban antes de su traslado y restauración, documentadas en fotografías de Laurent. Afirmó que algunos toques y pinceladas de Goya desaparecieron al mudar las obras y realizar la primera restauración. Además se mostró fascinado por la decoración de los muros de las salas con papeles pintados que probablemente eligió el propio pintor. En cuanto a la pintura del Perro semihundido escribió: «El perro parece el único ser cariñoso, preocupado, humilde: humano, por así decirlo».[5]

A partir del examen de la fotografía de Laurent, José Manuel Arnaiz en su libro Las pinturas negras de Goya, de 1996, indicó que el perro mira interesado el vuelo de unos pájaros.[7]

Valeriano Bozal, en 1997 y posteriormente, recoge todas las opiniones, incluyendo que el perro observa a dos pájaros que vuelan, o que el artista no terminó El perro. Pero afirma rotundamente que ninguno es argumento concluyente. Ni siquiera podemos estar seguros de que el animal se esté hundiendo.[8]

A fines de 2010, otro estudio de las imágenes de Laurent realizado por Carlos Foradada, pintor y profesor de Historia del Arte, difundió en los medios de comunicación que Goya había pintado parte del lomo del perro, una gran roca y sobre ella dos aves, a las que mira el can.[6][9]

Hace más de 100 años, en un artículo publicado en La España Moderna, en noviembre de 1909, Valeriano de Loga (Valerian von Loga), conservador del Museo de Berlín, ya escribió: «Detrás de una roca del primer término se ve una cabeza de perro, que quiere coger pájaros».[10]

Se han propuesto variadas interpretaciones, desde la insignificancia del ser vivo ante el espacio que le rodea, hasta que estemos ante una obra inacabada, pasando por una posible pérdida de elementos presentes en el cuadro antes de su traslado a lienzo.

La obra, tal y como se presenta en nuestros días, supondría una ruptura de las convenciones de representación pictórica, donde habría desaparecido desde la ilusión de perspectiva hasta el paisaje mismo. Así, el perro de Goya sería una muestra de extrema libertad del tema en la pintura. Un simple espacio de color, con el elemento mínimo de una cabeza de poco tamaño, definida con vigorosos trazos en negros, blancos y grises en relación con los planos ocres, de textura orgánica, de un cuadro que insiste en su verticalidad, mediante la dirección de la mirada del can y el amplio plano vacío sobre el perro. El cuadro, de este modo, prefiguraría la abstracción y el surrealismo en pintura, como ya lo había hecho Goya con respecto a otras corrientes pictóricas de las vanguardias, como el impresionismo, o el expresionismo.

Fue admirado por su coterráneo Antonio Saura, que lo calificó como «el cuadro más bello del mundo». Rafael Canogar mostró su devoción por el que llamó «poema visual» y lo califica de primera obra pictórica simbolista de Occidente. También el escultor Pablo Serrano le rindió homenaje en su serie Entretenimientos en el Prado. Lo compara con la obra de Antoni Tàpies y las atmósferas de Francis Bacon.



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