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Potro (instrumento de tortura)



El potro o ecúleo[1]​ era un instrumento y un método de tortura en el que el acusado era atado de pies y manos a una superficie conectada a un torno (el potro). Al girar, el torno tiraba de las extremidades en sentidos diferentes, usualmente dislocándolas pero también pudiendo llegar a desmembrar.

Sin embargo, el método de tortura del potro usado por la Inquisición Española fue diferente, ya que consistía, según Henry Kamen, en atar al prisionero "fuertemente a un bastidor o banqueta con cuerdas pasadas en torno al cuerpo y las extremidades, que eran controladas por el verdugo, que las iba apretando mediante vueltas dadas a sus extremos. Con cada vuelta las cuerdas mordían la carne atravesándola".[2]

Actualmente también se da esta denominación a un mueble usado por la subcultura BDSM en sus juegos de rol dominante-sumisa/o.

El potro fue uno de los tres métodos de tortura más empleados por la Inquisición española junto con la «garrucha» y el «tormento del agua».[3]​ Según Henry Kamen "fue el procedimiento más corriente a partir del siglo XVI".[2]​ Lo mismo afirma Francisco Tomás y Valiente, que dice que siguió usándose hasta el siglo XVIII, aunque este historiador del derecho no llama a este procedimiento de tortura potro, sino "de cordeles o garrotes": "se ponían en los brazos y muslos del reo, y se iba dando vueltas a las cuerdas a medida que el juez preguntaba y el reo callaba; a veces, para agravar el dolor, se rociaban de agua las cuerdas durante el suplicio, y como eran de esparto se encogían y hacían más profundas las heridas".[4]

El escribano que estaba presente en la sesión de tortura recogía todos los detalles y "anotaba cada palabra y cada gesto, dándonos con ello una impresionante y macabra prueba de los sufrimientos de las víctimas de la Inquisición". El siguiente es un ejemplo de estos documentos. Se trata de una mujer judeoconversa acusada de seguir practicando su antigua religión por no comer carne de cerdo ni cambiarse de ropa los sábados (aunque ella, cuando es puesta en el potro, desconoce completamente la acusación y lo que han afirmado los testigos de cargo, pues esta era la forma de actuar de la Inquisición: que el reo confesara sin que se le dijera qué supuesto delito había cometido):[5]



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