Un pozo es un agujero, excavación o túnel vertical que perfora la tierra, hasta una profundidad suficiente para alcanzar lo que se busca, sea la reserva de agua subterránea de una capa freática o fluidos como el petróleo. Construidos con desarrollo y forma cilíndrica —en la mayoría de los casos—, se suelen asegurar sus paredes con ladrillo, piedra, cemento o madera, para evitar su deterioro y derrumbe, que podrían causar el taponamiento del pozo.
Los pozos tradicionales para recoger agua suelen emplazarse en el entorno de las casas, bien en el patio de la vivienda (como el tradicional pozo artesiano) o en la zona común vecinal (con modelos específicos como los singulares «pozzi» de la ciudad de Venecia). Por seguridad y utilidad, el pozo se rodea a nivel de superficie con un brocal, a modo de pretil o parapeto, sobre el que se instala una polea o un cigüeño, para subir y bajar el recipiente, por lo general un cubo o balde. También se le suele colocar una tapadera para evitar que caiga suciedad en su interior o posibles accidentes.
El conjunto del pozo con el brocal y la polea se le conoce también como aljibe.
En las poblaciones donde, por filtración de aguas residuales, el nivel freático puede estar contaminado y el agua del pozo ya no es potable, puede seguir utilizándose para labores de limpieza y riego.
Ha quedado referencia arqueológica de pozos del siglo XII a. C. en Persia.[cita requerida]
Como símbolo, el pozo aparece ya en las culturas más primitivas, anteriores a la civilizaciones de la Antigüedad. Así, por ejemplo, el controvertido musicólogo alemán Marius Schneider anotaba que en los ritos medicinales entre los animistas, el eje o centro del proceso queda representado por un lago o pozo, con cuyas aguas se mojan manos, pecho y cabeza los enfermos; como signos acuáticos de salvación, al borde del agua crecen las cañas y quedan depositadas las conchas. También la diosa griega de la agricultura, Deméter, y otras deidades clásicas suelen representarse junto al brocal de un pozo. En el cristianismo, el pozo es símbolo de salvación (dentro del esquema conceptual de la vida como peregrinación), siendo el agua refrescante y purificadora "símbolo de la aspiración sublime, de la cuerda de plata que liga el palacio del centro".
En el acto de sacar agua de un pozo —como en el simbolismo de la pesca— se lee el proceso purificador de 'extraer desde lo hondo', siendo lo que asciende "puro contenido numinoso". Del mismo modo que mirar el fondo de un pozo, como contemplar el agua de un lago son representaciones del acto místico contemplativo. Finalmente, Juan Eduardo Cirlot, anota también el dato de la asociación de pozo en las alegorías medievales como símbolo del ánima y atributo femenino.
En la iconografía del cristianismo, como en el de otras religiones, el brocal del pozo en un elemento casi recurrente, presente en varios conocidos pasajes del Viejo y el Nuevo Testamentos. La Biblia, como libro escrito por y para un pueblo de pastores, el pozo es "el lugar de encuentro". Como símbolo se materializa no solo por su funcionalidad y utilidad sino también representando el lugar de las aguas vivas (culminación de la revelación cristiana), que se sintetiza en el pasaje de Cristo y la mujer samaritana donde Jesús "expresa de manera clara su condición mesiánica".
Perugino (1506)
Lucas Cranach el Viejo (1525 a 1537)
Alonso Cano (1640)
Jacinto de Espinosa (ca. 1650)
En un marco cultural más amplio, y siempre a través de la herencia del simbolismo, el pozo sintetiza una tripe iconografía como "eje de la representación del Universo":
De entre una rica colección entre refranes, adagios, frases hechas y dichos relativos al pozo, pueden servir como ejemplos:
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