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Precariedad laboral



Se denomina precariedad laboral a la situación en que viven las personas trabajadoras que, por razones diversas, sufren procesos que conllevan inseguridad, incertidumbre y falta de garantía en las condiciones de trabajo, más allá del límite considerado como normal.

La precariedad laboral tiene especial incidencia cuando los ingresos económicos que se perciben por el trabajo no cubren las necesidades básicas de una persona, ya que es la economía el factor con el que se cuenta para cubrir las necesidades de la población.[1]​ En las sociedades desarrolladas las necesidades a satisfacer con los ingresos salariales no implican solo aquellas que están relacionadas con la mera supervivencia biológica (alimentos, cobijo, vestido, etc.) sino que incluyen un numeroso grupo de demandas relacionadas con el hecho de nuestra naturaleza social: afectos, ocio, cuidados, cultura, educación, comunicación, etc.[2]

Ejemplos de precariedad laboral son: que el trabajador no reciba el sueldo que le corresponde por el trabajo que realiza, que no esté inscrito en la Seguridad Social de su país (en el caso de Ecuador, IESS, ISSPOL o ISSFA), que las condiciones laborales sean insalubres, que trabaje sin contrato, etc.

Uno de los aspectos que también son importantes de la precariedad laboral, es su medición empírica, debido a que esta variable no se encuentra como tal en las encuestas de trabajo y empleo se ha tratado de identificar y hacer operativas dimensiones que permiten ciertos acuerdos en la investigación empírica orientada a estudios de caso o comparativos. En tal sentido, ESOPE (2004: 46) propone delimitar estrictamente el concepto de precariedad laboral en cuatro dimensiones: Temporal, organizacional, económica y social.[3]

La precariedad laboral puede producir un aumento del sufrimiento psicológico y un empeoramiento de la salud y calidad de vida de las personas que dependen de esa actividad laboral insegura. La incertidumbre sobre el futuro que ocasiona el trabajo precario altera el comportamiento social del individuo, porque aumenta las dificultades para conformar y afianzar identidades individuales y colectivas en torno al trabajo.

La estabilidad en el empleo es uno de los elementos que más se valoran por parte de los trabajadores. Así que el trabajo temporal es percibido como una anomalía y, si persiste en el tiempo, quien tiene un empleo precario es visto por el colectivo de trabajadores como una persona estigmatizada, con intereses y solidaridades opuestas. Las personas con trabajo precario se sienten permanentemente inseguras, porque sienten la amenaza abstracta de pérdida de empleo o las amenazas concretas de pérdida de ciertos aspectos del trabajo que son valorados muy positivamente, como la carrera profesional, las retribuciones, el estatus, etc.[7]

La precariedad laboral es un conjunto de inactividad, desempleo, eventualidad, empleo forzoso a tiempo parcial y economía sumergida que afecta más a las mujeres que a los varones, a los jóvenes en mayor medida que a los mayores, e incide más en unas regiones que en otras. Asimismo, hay que destacar la grave situación de algunos colectivos como los parados de larga duración mayores de 40 años, las minorías étnicas, los inmigrantes y las personas con discapacidad.[8]

Las mujeres inmigrantes son un colectivo en doble desventaja por su doble condición, una de mujer y otra de extranjera. Se sitúa como uno de los colectivos que más atención necesita para su inserción social y laboral para poder equipararse en la sociedad a otros colectivos. La llegada a una sociedad de recepción está marcada por desigualdades, tanto en recursos básicos como en condiciones laborales y de vida, que afectan a la manera en que se desarrollan las personas en este nuevo entorno. Concretamente, dentro del colectivo diverso de extranjeros, la inmigración femenina tiene características particulares que son poco tenidas en cuenta cuando se analizan los fenómenos migratorios.[9]

Actualmente el fenómeno de las migraciones de mujeres en Europa no solo viene dado por sus grandes cifras, sino también por el protagonismo que ha ido adquiriendo tanto a nivel económico como social en los países receptores. Por lo general suelen ser las primeras de la familia en iniciar la marcha a otro país para preparar la llegada del resto de los miembros de la familia. En muchas ocasiones se obvia este hecho y se masculiniza.

Las actividades productivas que desarrolla este colectivo suelen ser ocupaciones discriminadas por el género, puestos de trabajo que anteriormente ocupaban mujeres de la sociedad de acogida. En la actualidad la mayoría de ellas trabaja como proveedoras de servicios a partir del rol femenino tradicional, ya sea por el cuidado de personas como del hogar.

Las mujeres suelen insertarse laboralmente en el servicio doméstico (en muchos casos como internas) teniendo trabajos mal remunerados, temporales, flexibles y largas jornadas en un régimen laboral irregular.[10]​ Por lo general suelen ser trabajos desprestigiados por la sociedad receptora.

Estadísticas:[11]

Distribución del trabajo por sexo.

Cabe destacar que actualmente, el grupo de mujeres con permiso de trabajo es menor que al de hombres.

Ocupados por nacionalidad y sexo.

Tasas de actividad por nacionalidad y sexo.

Toda esta situación socieconómica condena a las mujeres a desigualdades y exclusión social.

La precariedad puede llevar a una ausencia de derechos laborales y sociales porque la contratación en precario elimina o mitiga las normas, y en consecuencia las relaciones laborales pasan a funcionar de formas distintas a las democráticamente previstas (por las leyes).

Tolerar legalmente la precariedad laboral no necesariamente conduce al pleno empleo: en países como España se dan, simultáneamente, un alto desempleo y una alta precariedad.[13]​ En cambio, de 2017 a 2019 Alemania se encuentra en pleno empleo técnico, pero con millones de los llamados (en alemán) minijobs.[14]

Las estadísticas de siniestralidad laboral indican que la incidencia de accidentes de trabajo es más alta entre la población con trabajo precario que entre la que tiene empleo estable, porque los trabajadores precarios conocen menos las normas de seguridad y cómo aplicarlas, y además se les encargan las actividades más nocivas y peligrosas.

El «precariado» es un neologismo tomado del estudio de la Fundación Friedrich Ebert, vinculada al Partido Socialdemócrata de Alemania (SPD), cuyo título en castellano puede traducirse como La sociedad en transformación. Hace referencia a personas con contratos de trabajo temporal, o que pasan largas temporadas en el desempleo, con bajos salarios cuando trabajan, sin formación y sin redes familiares.[15]

El término fue introducido en el debate político español en la campaña electoral de las elecciones legislativas de 2008 por Gaspar Llamazares. Según este, sería una clase social, compuesta en España por once millones de trabajadores con empleo precario, con menos de 1.000 euros mensuales y horarios enormes, en la que se incluyen tanto personas de nacionalidad española como inmigrantes. Como concepto ha recibido diversas críticas.[16]​ La elección de la cantidad de 1000 euros mensuales se hace como referencia al término mileurista, y la terminación en -ariado alude inequívocamente a la categorización clásica (en términos marxistas) de proletariado en la primera y segunda Revolución industrial, que se suele considerar obsoleta a partir de la Tercera revolución industrial.

Existe en varios países una precariedad por tipo de contrato. Son contratos introducidas en la ley laboral con objetivo de "flexibilizar" el mercado laboral.

Las reformas Hartz en 2005 introdujeron un nuevo tipo de contrato llamado «minijob». Son contratos de trabajo por pocas horas y con un nivel de protección social reducida.[17]​ También se conocen como contratos a 450 euros por el techo definido por ley.

Los empleados bajo este tipo de contrato no tienen cobertura sanitaria directa (pueden tenerla indirectamente por su pareja o sus padres. Contribuyen al seguro de jubilación. Tienen derecho a ciertos ayudas sociales, tales como un subsidio para pagar una vivienda y una subvención directa para permitir acceder a las necesidades básicas.

En 2014 había aproximadamente 4 millones de empleados (10% del total) bajo este tipo de contrato.

En Reino Unido existen los denominados contratos de cero horas que permiten emplear a un trabajador sin garantizarle un número mínimo de horas semanales de trabajo. Además los empleados con este tipo de contrato no tienen el mismo nivel de protección social que los trabajadores con contrato clásico.[18]​ Generalmente son contratos con menos de 25 horas semanales, por lo cual no acumulan derechos de jubilación estatal, ni se benefician de prestación por incapacidad temporal por accidente o enfermedad.

En Reino Unido había 1,8 millones de estos contratos[19]​ a finales de 2014 de un total de poco más de 30 millones.



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