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Presagio



Un presagio es un fenómeno que se cree que sirve para adivinar el futuro, y que a menudo hace referencia al advenimiento de un cambio. También es llamado augurio, como los realizados por los augures en la Antigua Roma.

La interpretación de presagios y de signos proféticos es una forma de adivinación.

Las prácticas adivinatorias también estaban relacionadas con la medicina primitiva en la era pre-cristiana.

Los presagios pueden considerarse buenos o malos dependiendo de su interpretación. Se puede interpretar de forma diferente un mismo signo según la persona o la cultura que lo esté haciendo, o por la diferencia de la persona.

Los presagios, anuncios, predicciones y vaticinios se diferenciaban de los augurios en que éstos se practicaban y percibían conforme los signos buscados y prevenidos por las reglas del arte augural, en tanto que los presagios, como dimanados de la casualidad, eran interpretados por cada persona de un modo más vago o al capricho. Se pueden reducir a siete clases principales:

Además de todos estos presagios, de la observación de la luz de la vela o lámpara, se deducían los pronósticos para saber el cambio o mudanza del tiempo y también el éxito de los negocios. Por último, no se olvidaba el uso pueril de hacer crujir en la mano las hojas de cualquier flor o planta o estrujar entre los dedos las pepitas de las manzanas y hacerlas saltar al techo para hacer la prueba de si la persona se encontraba correspondida por su amante...

Como en todo tiempo y ocasión eran indispensables los presagios, su uso se hizo tan general que, según se ha dicho, se tomaban al tiempo de comenzar cualquier trabajo o faena. De aquí procedió que se introdujera en Roma la costumbre de no proferir ninguna palabra de disgusto en determinado día de enero; por el contrario, frases de agrado y contento, y felicitaciones con mutuos y expresivos cumplimientos acompañados de algunos cortos agasajos, se prodigaban con motivo de esta solemnidad. Por esta razón, en todas las ceremonias religiosas y en los actos públicos precedía la fórmula: Quod felix, faustum, fortunatumque sit: lo propio se decía cuando llegaba el caso de celebrarse matrimonios, en el nacimiento de las personas, en los viajes, en los festines...

Pero no bastaba con observar los presagios, era preciso aceptarlos cuando parecían favorables a fin de que produjeran su efecto. Se necesitaba tributar las más cumplidas gracias a los dioses que habían dado los presagios, pidiéndoles que los cumplieran y rogándoles al propio tiempo siguieran acordando nuevos felices prestigios que confirmaran o fuesen tan gratos como los primeros. Mas si el presagio se mostraba funesto o impertinente, se desechaba la idea con horror. Todas las súplicas a los dioses se dirigían para aplacar su ira y evitar los terribles efectos del presagio, siempre que este se hubiese anunciado por casualidad; pero si había sido solicitado por la persona, no le quedaba otro arbitrio que someterse a la voluntad de los dioses.

Se remediaban los malos presagios de varios modos. Para borrar en el ánimo los efectos de un discurso o evitar la repugnancia que causara la vista de cualquier objeto desagradable, era uno de los medios más frecuente salivar o arrojar un esputo en el instante. No pudiéndose excusar el uso de ciertas palabras o frases de mal agüero, se tomaba la precaución de indicar con la higa o por el gesto o la acción que se desechaban con aborrecimiento, como igualmente todo lo que pudiese presagiar cosas funestas; todos estos eran actos apotropaicos.

De esta suerte, se empleaban de ordinario en la locución palabras más gratas que evitasen el tabú por medio de algún eufemismo, sustituyendo voces que ofrecían a la imaginación las ideas menos tristes y lúgubres. Era un lenguaje metafórico, de forma que para significar que una persona estaba muerta, se decía que había vivido. Por este orden, los atenienses nombraban a la cárcel, la casa, al verdugo o ejecutor de la justicia, el hombre público, a las Furias las Euménides o diosas compasivas...



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