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Principio de no agresión



El principio de no agresión (o de no coacción o no invasión,[cita requerida] abreviado PNA o NAP, del inglés non-aggression principle) es un principio ético y jurídico, paralelo al de propiedad de uno mismo, que sostiene que debe ser legal para cualquier individuo hacer lo que desee, siempre que no inicie ni amenace con iniciar violencia física contra otro individuo o su propiedad.[1][2]​ Afirma que la coacción —definida como el inicio de fuerza o violencia física, la amenaza de tal, o el fraude a las personas o sus bienes pacíficamente adquiridos— es intrínsecamente ilegítima y debe ser rechazada. El principio no se opone a la defensa contra la agresión, al contrario, la respalda y legitima.[3]

La no agresión es un principio que típicamente incluye la propiedad como parte del propietario; agredir contra la propiedad de alguien es agredir contra la persona porque sus bienes son de importancia para ella. De este modo, el principio lleva al rechazo del robo, vandalismo, asesinatos y fraudes. Cuando se aplica a los gobiernos, se ha adoptado para impedir muchas políticas incluidos impuestos y proyectos militares. Cuando se lleva a su consecuencia lógica (caso de los anarquistas), llama a la abolición del Estado (al ser una institución involuntaria y coactiva) y a proteger a las personas de la agresión de este sobre su soberanía individual.

Este principio está presente en algunas filosofías como el iusnaturalismo y el utilitarismo, e ideologías de corte anarquista y, especialmente, en el liberalismo libertario y el anarcocapitalismo, donde este principio ha sido desarrollado sistemáticamente.

El principio de no agresión ha existido en diversas formas, en su contenido como en su estructura. El principio se remonta hasta la Antigüedad y luego popularizado por los pensadores libertarios.[cita requerida]

Varios autores han creado su propia formulación del principio de no agresión, como se muestra en la siguiente tabla.

«Obra sólo según aquella máxima por la cual puedas querer que al mismo tiempo se convierta en ley universal. Obra como si la máxima de tu acción pudiera convertirse por tu voluntad en una ley universal de la naturaleza» (AA IV:421). «Obra de tal modo que uses a la humanidad, tanto en tu persona como en la persona de cualquier otro, siempre al mismo tiempo como fin y nunca simplemente como medio» (AA IV:429).



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