El punto ciego, también conocido como papila óptica, mancha ciega o disco óptico, es la zona de la retina de donde surge el nervio óptico.
Esta zona del polo posterior del ojo carece de células sensibles a la luz, tanto de conos como de bastones, perdiendo así toda la sensibilidad óptica. Normalmente no percibimos su existencia debido a que el punto ciego de un ojo es suplido por la información visual que nos proporciona el movimiento ocular. También es difícil percibirlo con un solo ojo, ya que ante la falta de información visual en la zona del punto ciego, el cerebro recrea virtualmente y rellena esa pequeña área en relación al entorno visual que la rodea.
Se puede realizar un fácil experimento dibujando en un folio una cruz y un punto con una cierta distancia entre ellos. A continuación, se sitúa el papel a unos 20 cm del ojo izquierdo, se cierra el ojo derecho y, fijando la vista en el punto que está a la derecha con el ojo izquierdo, se acerca lentamente el papel y se podrá observar cómo desaparece el otro punto al entrar en el área sin sensibilidad óptica; al continuar acercando el papel, el punto vuelve a aparecer. El experimento no siempre funciona debido a que el cerebro se autoengaña y, una vez llegado al punto ciego, el punto no desaparece porque el cerebro cree que lo está viendo, pero en realidad no es así.
El punto ciego existe en los humanos y otros animales, pero no en todos. La evolución del ojo comenzó hace 540 millones de años. La aparición del primer ojo con una genuina formación de la imagen provocó una fuerte competición, que favoreció la evolución simultánea de diversos tipos de ojos. Los ojos de los calamares y sepias son un ejemplo de ojos similares a los humanos por convergencia evolutiva, pero que evitan la formación de un punto ciego.
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