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Receptores



Los receptores sensoriales son más conocidos como terminaciones nerviosas o células especializadas capaces de captar estímulos internos o externos y generar en respuesta impulsos nerviosos. Transforman señales fisicoquímicas de diferentes tipos en señales eléctricas, convirtiendo la energía física en un potencial eléctrico mediante un proceso que se denomina transducción de señal. Los impulsos originados en los receptores son transportados al sistema nervioso central y procesados en distintas áreas dentro de la corteza cerebral, para proporcionar al individuo información de las condiciones ambientales que lo rodean o detectar el adecuado funcionamiento de los órganos internos. Existen receptores sensoriales en las fosas nasales que permiten oler, en el oído que hacen posible la audición, en el ojo para poder ver, también en la piel para proporcionar el sentido del tacto y percibir el dolor. Los receptores internos se encargan de numerosas funciones de gran importancia para mantener la homeostasis, entre ellas la detección de la presión arterial, la temperatura interna o la posición del cuerpo. Dependiendo del estímulo a que responden, los receptores sensoriales se clasifican en: fotorreceptores (luz), mecanorreceptores (tacto, presión, oído), termorreceptores (temperatura), quimiorreceptores (gusto, olfato, cuerpo carotídeo) y nociceptores (dolor), dentro de cada grupo se distinguen diferentes subtipos. [1]

Los receptores sensoriales tienen las siguientes características:

Los receptores sensoriales son estructuras microscópicas que pueden clasificarse en alguno de los tres grupos siguiente:[2]

Las estructuras sensoriales más utilizadas para estudiar el funcionamiento básico de los receptores han sido los corpúsculos de Pacini, los husos musculares y los receptores de estiramiento en crustáceos. Los corpúsculos de Pacini son mecanorreceptores localizados en capas profundas de la piel, en tejidos conectivos, tendones y articulaciones. Están implicados en la sensación de presión y de vibración. Son relativamente grandes (longitud: 1 mm, diámetro:0,6 mm), fácilmente disecables y estructuralmente sencillos.

Cualquier presión superficial se transmite a través de la estructura accesoria hasta la membrana receptora, cuya permeabilidad aumenta por apertura de los canales iónicos. Así la membrana receptora se despolariza y da lugar al potencial generador, cuya magnitud depende de la deformación de la membrana y, por lo tanto, de la magnitud del estímulo. Este potencial local se transmite mediante circuitos de corrientes locales hasta el primer nodo de Ranvier. Aquí, si la intensidad de las corrientes es suficiente para alcanzar el umbral de excitación, se generará un potencial de acción, que se propagará sin decremento en sentido centrípeto. La frecuencia de impulsos nerviosos que viajan por el axón depende de la magnitud del potencial generador, la cual es función de la intensidad del estímulo: en el receptor se produce una codificación del estímulo en frecuencias de impulsos nerviosos. Básicamente, estos hechos son comunes a la fisiología de todos los receptores.[4]

Cada variedad de receptor sensitivo detecta un tipo diferente de estímulo y en cambio es insensible a otros. De esta forma los conos y bastones situados en la retina son sensibles a la luz, los osmorreceptores del hipotálamo son capaces de responder a pequeños cambios en la osmolaridad de la sangre y los receptores al dolor situados en la piel se activan ante cualquier estímulo que provoque daño en el tejido circundante. Los receptores sensoriales se pueden clasificar de varias formas, la más utilizada es según el tipo de estímulo al que son capaces de reaccionar.[5]



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