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Royal Collection



La Royal Collection del Reino Unido es la extensa colección de obras de arte y objetos decorativos de la Corona Británica. Incluye también un extenso fondo bibliográfico y documental custodiado en la Biblioteca Real de Windsor. Su titular actual es Isabel II de Inglaterra, pero esta propiedad es solo formal pues la Royal Collection no se puede vender ni dividir, ya que permanece ligada a la Corona y a la nación, estando los sucesivos monarcas obligados a garantizar su integridad.

La Royal Collection es la última gran colección de la realeza europea que continúa bajo propiedad formal de los reyes. Otras colecciones similares, como las de España, Francia y Rusia, fueron nacionalizadas entre los siglos XVIII y XX, y se custodian (al menos en parte) en museos estatales como el Museo del Prado de Madrid, el Louvre de París y el Ermitage de San Petersburgo.

La colección real británica se despliega por las diversas residencias reales del país, tanto en salas abiertas al público como decorando las estancias privadas que habita la Familia Real. Sus núcleos más valiosos se concentran en el Palacio de Buckingham, el Castillo de Windsor y el palacio de Hampton Court. Otras piezas de la colección se exhiben prestadas de manera más o menos prolongada en museos públicos del país, como la National Gallery y el Victoria and Albert Museum. Aunque es difícil poner precio a un conjunto tan extenso, alguna fuente estima su valor global en 10 000 millones de libras esterlinas.

Al igual que las demás colecciones reales europeas, la Royal Collection refleja las peripecias históricas del país y de la monarquía: su esplendor político, económico y cultural, alternado con épocas de guerras y demás crisis. Por ello, si bien la riqueza de la colección es enorme, hay que lamentar múltiples pérdidas como las acaecidas tras el destronamiento de Carlos I de Inglaterra, cuando muchas de sus obras de arte se vendieron. Algunas se pudieron recuperar para la Royal Collection, pero otras pasaron a casas reales extranjeras y se hallan en el Louvre, el Prado y otros museos del mundo.

La primera etapa de esplendor del coleccionismo real en Inglaterra se remonta al reinado de Enrique VIII, mayoritariamente en la década de 1530. Tuvo por retratista oficial a Hans Holbein el Joven, uno de los primeros pintores europeos que viajaron a Londres para trabajar al servicio de la corte. Los reyes y nobles ingleses dirigían sus principales encargos a artistas extranjeros, mayormente flamencos e italianos, a los que consideraban más dotados y refinados que los nacionales. Esta costumbre se prolongaría en el Reino Unido hasta muy avanzado el siglo XVIII, lo que motivó las quejas de varios artistas locales como William Hogarth.

Enrique VIII promovió múltiples proyectos arquitectónicos y Holbein dejó una memorable serie de efigies de su corte, pero a decir verdad, este monarca no era demasiado aficionado a la pintura y apenas encargó cuadros aparte de los retratos oficiales.

Durante casi un siglo, la Royal Collection no experimentó un enriquecimiento relevante, de tal modo que era muy desigual cuando Carlos I llegó al trono (1625). Este rey se propuso enriquecerla para hacerla comparable (o superior) a las colecciones existentes en Madrid y París. Siendo príncipe de Gales, había contemplado en Madrid la colección de Felipe IV de España, quien le regaló algunos cuadros. La riqueza artística de la corte madrileña hizo ver a Carlos la inferioridad de Londres, y además le convenció de que el arte, aparte de decorar, tenía una función propagandística como expresión pública de poder y de cultura.

Carlos I puso a su servicio a Anton van Dyck como retratista, y además encargó a Rubens la decoración de la Banqueting House en el Palacio de Whitehall. Pero toda colección principesca debía contar con obras de los viejos maestros del Renacimiento, y como no abundaban en Inglaterra, había que importarlas del extranjero. En 1627, y con la mediación de un marchante veneciano, este rey compró una parte importante de la colección del Palacio Ducal de Mantua, propiedad de los Gonzaga, una operación que asombró a Rubens por su envergadura. De este modo, la colección real sumó obras maestras de Andrea Mantegna (Los triunfos del César), Rafael, Correggio, Tiziano y otros genios italianos. Además, el rey Carlos recibió regalos por diversos cauces, como el famoso Autorretrato de Durero (ahora en el Museo del Prado).

Los afanes artísticos de Carlos I, que incluyeron encargos a Orazio Gentileschi (pintor italiano radicado en Londres), proyectaron una imagen suya de monarca refinado, pero al mismo tiempo le acarrearon fama de derrochador y contribuyeron a su creciente impopularidad. La guerra civil inglesa culminó con la muerte de este rey, decapitado en 1649, y el nuevo gobierno ordenó la liquidación de su colección para pagar a los múltiples acreedores. Emisarios llegados desde Madrid, París y otras ciudades compraron muchas de tales obras, encubriendo en algunos casos que iban destinadas a reyes del continente. Resultaba «poco estético» que los monarcas europeos apoyasen con su dinero, siquiera indirectamente, a los verdugos del difunto Carlos.

Por suerte para la Royal Collection, la Restauración de la monarquía llegó en pocos años, y el nuevo rey Carlos II se lanzó a recuperar parte de las obras dispersadas.

En los siglos XVIII y XIX, los monarcas británicos prosiguieron enriqueciendo sus residencias mediante sucesivas reformas arquitectónicas y decorativas, así como encargando obras de arte e importando otras. Jorge III se volcó en coleccionar dibujos y grabados, Jorge IV compró cuadros de Rembrandt y de otros autores holandeses, y la Reina Victoria y su esposo se aficionaron al arte medieval, lo que propició la suma de ejemplos de los «primitivos» italianos, entonces muy asequibles y ahora escasos. Mientras otros países europeos sufrían un masivo éxodo de tesoros artísticos por diversas peripecias, como la Revolución francesa y las guerras napoleónicas, la Royal Collection siguió creciendo gracias al apogeo económico del Imperio británico. En el siglo XIX, la Familia real eligió Buckingham como su residencia oficial, que tras sufrir bombardeos durante la II Guerra mundial fue dotada de espacios específicos (como la Queen’s Gallery) para la exhibición de obras al público.

La Royal Collection británica suele ser considerada «la colección privada más importante del mundo», y bajo tal denominación solía compararse con otras como la Thyssen, pero pertenece a la reina Isabel II de manera solo formal, ya que ostenta una categoría institucional que obliga a su protección.[2]​ Se puede decir que es como «un gran museo» cedido en usufructo a los reyes. Puede enriquecerse con más obras, pero no venderse ni dividirse. Su conservación ha de ser costeada por la Familia real, quien a raíz del incendio del Castillo de Windsor (1992) debió asumir una mayor fiscalización de sus finanzas impuesta por el gobierno.

La colección cuenta con unas 7 000 pinturas, 40 000 acuarelas y dibujos, y cerca de 150 000 grabados antiguos, así como con muebles, tapices, cerámicas, libros y un largo etcétera.

En líneas generales, las pinturas más relevantes se custodian en el Palacio de Buckingham, y de ellas las más conocidas se exhiben en áreas accesibles al público como la Queen’s Gallery. La excepción más ilustre es la serie de grandes lienzos Los triunfos del César, de Andrea Mantegna, que permanece en Hampton Court. En la Biblioteca Real del Castillo de Windsor se guardan muchas de las obras sobre papel, como los abundantes dibujos de Leonardo da Vinci. Otra Galería de la Reina se halla anexa al Palacio de Holyrood en Edimburgo.

Subsiste poco de las obras reunidas por Enrique VIII en la colección real, si bien cuenta con un importante repertorio de Hans Holbein el Joven: siete pinturas y un envidiable conjunto de dibujos (alrededor de 80). Isabel II quiso sumarle el Retrato de Enrique VIII del Museo Thyssen-Bornemisza de Madrid, y se dice que Margaret Thatcher quiso atraer dicho museo a Londres más que nada por este cuadro.

La parte más sustancial y característica de la Royal Collection se debe a Carlos I, tanto por su mecenazgo sobre Van Dyck, Orazio Gentileschi y otros artistas extranjeros como por las obras antiguas que importó del continente europeo. Aunque muchas se dispersaron y revendieron a su muerte, tras la Restauración su sucesor Carlos II recuperó algunas, sumó los dibujos de Holbein y recibió el llamado Dutch Gift: 28 pinturas y 12 esculturas regaladas por la nueva República de Holanda. Este regalo incluía retratos de Tiziano y Lorenzo Lotto, junto con otras obras de Parmigianino y Gerrit Dou.

Es muy difícil resumir la riqueza de la Royal Collection, tanto por su amplitud y por la gran cantidad de obras maestras, como porque existe poca bibliografía en español. Tampoco la página web oficial de la colección ofrece un repertorio completo, tarea que por lo demás sería casi imposible.

Los fondos de pinturas y dibujos son los más conocidos, gracias a que suelen participar en exposiciones temporales, tanto en el Reino Unido como en el extranjero. Sin embargo, la Royal Collection cuenta con gran cantidad de muebles, alfombras y tapices, cerámicas, objetos de plata y demás enseres. Parte de ellos fue encargada directamente por los reyes a diversos artesanos y manufacturas de Europa, por lo que reflejan sus gustos personales y la vida en palacio. Algunas vajillas y cuberterías, de altísimo valor, se siguen empleando en los banquetes que ofrece Isabel II a sus invitados.

En lo que respecta a pintura y dibujos, la Royal Collection ofrece un panorama casi enciclopédico, con ejemplos de casi todos los grandes genios europeos, desde Duccio en el siglo XIII hasta Thomas Lawrence en el siglo XIX. Ha ido sumando (más tímidamente) obras modernas, como cuatro coloristas retratos de Isabel II producidos por Andy Warhol en 1985 (adquiridos en 2012) y otro de la misma reina pintado por Lucian Freud. Hay que lamentar la escueta presencia de pintores de España, que puede achacarse a la tradicional rivalidad política entre ambos países. Casi todos los ejemplos españoles existentes son retratos cortesanos, recibidos como regalos diplomáticos y que salvo excepciones son copias o versiones de discreta calidad.

Rafael, San Pablo predicando en Atenas (de Los hechos de los apóstoles)

Caravaggio, La vocación de los santos Andrés y Pedro

Johannes Vermeer, La lección de música

Anton van Dyck, Triple retrato de Carlos I de Inglaterra



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