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San Julián de los Prados



La basílica de San Julián de los Prados o Santullano (en asturiano: Santuyano), es una Iglesia prerrománica de principios del siglo IX que se encuentra en Oviedo (Principado de Asturias), siendo una de las principales muestras del arte asturiano. La iglesia está dedicada a los santos mártires Julián y Basilisa.

Fue declarada Monumento Histórico Artístico en junio de 1917 y Patrimonio de la Humanidad el 2 de diciembre de 1998.[1]

Su fecha exacta de construcción no ha llegado a nuestros días, pero se sabe que su construcción fue ordenada por Alfonso II[2]​ El templo está dedicado a los santos mártires egipcios Julián y Basilisa y se hizo sobre el siglo IX.

Es un templo espacioso que presenta claramente definidos los caracteres propios de este estilo. Tiene planta basilical de tres naves, separadas por pilares cuadrados que sostienen arcos de medio punto y presenta un transepto con un alzado remarcado. El iconostasio, que separa la parte reservada al clero, del resto del templo, presenta una remarcable similitud con un arco triunfal.

Destaca de este templo su grandiosidad y su originalidad que se aparta de modelos visigodos. Pero sin duda, lo que más atrae de este templo es su decoración pictórica, con pinturas al fresco siguiendo la técnica bizantina, en tres cuerpos superpuestos, anicónicas, con decoración arquitectónica, de claro influjo romano. Se trataría más bien de un templo monástico y no palatino, si bien se reservaba para el rey una tribuna en el transepto.

De las tres entradas al templo hoy en día dos están tapiadas.

La decoración escultórica que ha perdurado hasta nuestros días se reduce a los capiteles de mármol en los que descansan los arcos de medio punto. Existen también dos losas de mármol labradas con figuras geométricas de forma hexagonal y motivos florares que hoy en día se encuentran el la capilla central.

La decoración pictórica es el elemento de mayor importancia que se puede ver en la iglesia. Se trata sin duda de la más importante, tanto en extensión, conservación, como variedad de iconos representados de su época en toda Europa occidental.[3][4]

En estas pinturas al fresco se aplica una técnica de tradición romana (sobre capas de mortero de cal y arena se aplican los pigmentos, como una derivación de la técnica romana, para crear los motivos decorativos). El programa iconográfico se encuentra en la nave central y el transepto.

Aparece un concepto anicónico de la pintura en el que no hay representaciones figuradas y la decoración corresponde al gusto del comitente o mecenas.

Manuel Gómez-Moreno relacionó este aspecto anicónico con el rechazo de España a las representaciones figuradas, ya que a partir del IV concilio de Elvira España se declara anicónica.



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