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Sigilografía



La sigilografía como ciencia histórica con carácter autónomo, auxiliar o dependiente, e íntimamente relacionada con la diplomática, el derecho, la historia del arte, la heráldica o la genealogía, es el estudio científico (crítico) de los sellos utilizados por el hombre a lo largo de los siglos como instrumento o medio adecuado para autorizar y validar la documentación pública (oficial) y aún la privada.

La sigilografía es disciplina arqueológica auxiliar de la historia.

Un sello se puede definir como la impronta obtenida sobre un soporte por la presión de una matriz con los signos distintivos de una persona física o jurídica para testimoniar la voluntad de intervención de su dueño. La matriz es el instrumento que se utiliza para sellar, lleva grabados en hueco los signos distintivos de su titular; la impronta, resultado de la operación de sellar, es la huella dejada por la matriz sobre un soporte maleable.

Sello es toda pieza de metal, cera, lacre, papel o materia equivalente que lleva estampadas figuras o signos.

La palabra «sigilografía», etimológicamente procede de un vocablo grecolatino, compuesto de dos términos, uno latino: sigillum (sello) y otro griego: γραφή (descripción, doctrina, ciencia). Al latinizarse, mediante el sufijo «ia», el vocablo griego γραφή se mudó a «graphia» y luego a «grafía»,[1]​ la definición etimológica de «sigilografía» encaja perfectamente con el objeto de esta disciplina, es decir:

Esta disciplina recibe también el nombre de «esfragistica», del griego: σφραγίς (sello) o como la denominó Heumann (a. 1745): «ars sphragistica»,[2]​ término menos amplio que el anterior y aplicable, fundamentalmente, al aspecto técnico-artístico e histórico de los mismos, mientras que la Sigilografía, sin olvidar la técnica artística y materialidad del sello, se fija más en la importancia intrínseca, es decir, en el elevado valor crítico (histórico, jurídico, diplomático) del sello en cuanto parte o elemento integrante y, a la vez, garantía de la documentación.

A las escuelas austríaco-alemanas de los siglos XVIII y XIX se debe, principalmente, la denominación de «esfragística», entendiendo por tal el arte o técnica del sello, ya que hasta entonces éste había sido estudiado preferentemente en su aspecto técnico y factura material, en alguna de estas facetas: histórico-artística, costumbrista, genealógica, heráldica o cultural.

La Esfragística antigua es menos amplia y de significado más reducido que el de la Sigilografía en sentido moderno, ya que tal disciplina, como decíamos anteriormente, sin olvidar la materialidad (factura y técnica del sello) y demás aspectos en él reflejados (artísticos, costumbristas, histórico-culturales, genealógicos), estudia y se fija, principalmente, en la importancia intrínseca y valor crítico del sello, sea de orden histórico, jurídico o diplomático.

De su misma definición se desprende que lo principal en el sello son las figuras y signos que ostenta, los cuales siempre han de corresponderse con las estructuras políticas subyacentes, ideas, costumbres y progreso artístico de la época en que se trazaron. Su época más prolífica coincide con la Edad Media.

En el diccionario de la Real Academia Española podemos encontrar una breve pero correcta definición, ajustada a la etimología de la palabra, para la sigilografía, que se describe como el "estudio de los sellos empleados para autorizar documentos, cerrar pliegos, etc.",[3]​ la cual sólo difiere ligeramente de la definición dada por el Comité de Sigillographie, en la cual se trata de dar una perspectiva histórica para alejarla de su posición como ciencia auxiliar, para ello se la define como "la disciplina histórica que tiene por objeto el estudio de los sellos bajo todos sus aspectos y cualquiera que sea su época".

La conexión entre sigilografía y diplomática se retrotrae a los orígenes de ambas disciplinas, el sello en un primer momento era estudiado por su valor jurídico y a pesar de que actualmente puede ser analizado desde otras perspectivas, siempre podrá estudiarse desde esa perspectiva, por lo que el profesor Canellas[4]​ señaló que ambas son disciplinas inseparables.

La sigilografía como disciplina científica nace como parte de la diplomática. El término aparece plasmado por primera vez dentro del tratado sobre diplomática imperial Heumann von Teutschbrunn (1749), pero el valor jurídico de los sellos ya había sido percibido dentro de Mabillon (1709).

Desde la perspectiva diplomática, el sello puede ser un factor externo del documento, un factor interno como elemento validatorio y también una prueba para determinar la tradición documental del acto jurídico (pudiendo detectarse falsos documentales por uso fraudulento de un sello o mediante su falsificación).

El sello como objeto de arte y antigüedad tuvo un gran valor dentro del mundo del coleccionismo y de los anticuarios, un fenómeno que incidió especialmente en el siglo XIX d. C. cuando estas prácticas estaban en boga y no existía una noción clara del patrimonio histórico. Los sellos entraron dentro de los circuitos comerciales y el robo de estas pequeñas piezas se puso de moda, por lo que en la actualidad encontramos numerosos documentos que deberían de tener su sello pero que sólo mantienen su mención y la plica, mientras que sus sellos (los sellos sueltos) han formado parte no solo de colecciones privadas sino también de colecciones públicas, y es que la mayor parte de archivos tiene una sección facticia formada por sellos sueltos.

Actualmente el coleccionismo de estas piezas está restringido por las leyes de patrimonio, pero todavía heredamos los estragos del fenómeno de los sellos sueltos y la creación de colecciones facticias. Sin embargo, este matiz coleccionista ha sido el impulsor de la clasificación sistemática de los sellos, creando nuevas tipologías que superan la tradicional división de la diplomática por autoridades (sello ecuestre, sedente, parlante, monumental, heráldico, iconográfico) y una metodología descriptiva exhaustiva (material, forma, modo de aposición, medidas). Además todavía continúa siendo un ápice para la creación de catálogos en papel o en bases de datos en línea, labor facilitada por la concentración de estas piezas en colecciones.

A mediados del siglo XIX d. C., historiadores como Hermann Grotefend, Otto Posse, Louis-Claude Douet d'Arcq y Germain Demay, fueron los propulsores de la nueva sigilografía donde el sello se convierte en una fuente histórica. Aunque podemos poner como precedente el tratado sobre los sellos que publicó Heineck en 1709, donde además de la perspectiva diplomática, se analizaban los sellos desde la perspectiva de la historia, de la historia del arte y de la arqueología.

La nueva sigilografía sostiene que el sello como objeto material se presta a diversos puntos de vista: la historia, la genealogía, la heráldica, la arqueología, la historia del arte (es un pequeño objeto de arte mueble), la historia del poder y la historia del derecho (es una prueba de la capacidad jurisdiccional de una persona o una institución), la historia del armamento, la historia del vestido y la historia de la metalurgia. Actualmente nadie duda de su carácter como fuente histórica, e incluso algunos la definen como disciplina arqueológica auxiliar de la historia, aunque tampoco se debe olvidar que la sigilografía sigue siendo una parte importante de la diplomática y de las ciencias y técnicas historiográficas.



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