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Simoníaco



La simonía es, en el cristianismo, la pretensión de la compra o venta de lo espiritual por medio de bienes materiales. Incluye cargos eclesiásticos, sacramentos, reliquias, promesas de oración, la gracia, la jurisdicción eclesiástica, la excomunión, etc.[1]​ El papa Gregorio VII (1020-1085), antes monje cluniacense Hildebrando de Soana, acabó con la venta de cargos eclesiásticos durante la llamada Querella de las Investiduras.[2]

La palabra simonía deriva de un personaje de los Hechos de los Apóstoles llamado Simón el Mago, quien quiso comprarle al apóstol Simón Pedro[3]​ su poder para hacer milagros y conferir, como ellos, el poder del Espíritu Santo, lo que le supuso la reprobación del Apóstol: «¡Que tu dinero desaparezca contigo, dado que has creído que el don de Dios se adquiere a precio de oro!»

Desde el siglo IX gran número de abades y obispos se integraron en el sistema feudo-vasallático. Los señores consideraban que las iglesias y sus bienes pertenecían a su propio patrimonio. Los príncipes otorgaban la investidura episcopal y decidían a qué señores pertenecían las parroquias rurales. Así se hizo práctica común el hecho de otorgar las parroquias a los curas por ellos elegidos que se atribuyeron una parte (cada vez más importante) del dinero y donativos agrícolas dados por los feligreses para mantener al clero.

El sistema fue confirmado en 962, después de que el emperador Otón I de Alemania obtuviera del joven Papa Juan XII la prerrogativa de designar a los Papas. El emperador Enrique IV fue el protector y el gran beneficiario de este abuso: La investidura de laicos incompetentes como prelados, simonía y nicolaísmo.

Los reyes y los príncipes territoriales (condes y duques) exigieron también el servicio armado de los prelados. Así, algunos prelados se convirtieron ellos mismos en señores, obteniendo beneficio de la acuñación de monedas y ejerciendo el derecho de bando (poder señorial en la Edad Media).

Explotaron todos los medios posibles para acrecentar su poder: jugaron con el miedo al infierno, arrebataron los dones y vendieron los sacramentos. Los cargos episcopales y eclesiásticos vendidos fueron objeto de un verdadero tráfico. Así se establecieron muchas de las dinastías de obispos.

La simonía fue, realmente, un hecho deshonroso, contrario a la palabra de Jesucristo según el Evangelio de Mateo: Vosotros habéis recibido gratuitamente, dad también gratuitamente.[4]

Este será uno de los muchos reproches dirigidos por la Reforma Protestante a la Iglesia católica, que intentó, en varias ocasiones, condenar esta práctica de manera formal:

Entre 1008 y 1048, tuvieron lugar ocho concilios regionales en Francia, Italia y España. John Wycliffe capellán deI rey de Inglaterra, nombrado rector Lutterworth y heraldo del movimiento protestante, expuso ante el concilio la oposición al pago de tributos al papado.

Fue llamado a defender los derechos de la corona de Inglaterra con el fin de preconizar las reformas precisas para acabar con el abuso y la disfunción del sistema.

Esta práctica fue combatida por distintos reformadores. El papa Nicolás II (1058-1061) prohibió a los clérigos que aceptaran la entrega de una iglesia por parte de un laico y la obtención de cargos eclesiásticos a cambio de dinero. El principal perseguidor de los herejes protestantes Gregorio XI muere poco después de haberles decretado muerte, provocando que se dispersaran los eclesiásticos que se había reunido para el juicio de Wycliffe, hombre ilustrado en el estudio de las escrituras.

El delito de simonía en Iuscanonicum



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