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Témporas



Las témporas, en la Iglesia católica, son los breves ciclos litúrgicos, correspondientes al final e inicio de las cuatro estaciones del año, consagrados especialmente a la plegaria y a la penitencia. En su origen, el objeto de las témporas era dedicar un tiempo a dar gracias a Dios por los beneficios recibidos de la tierra y a pedirle su bendición sobre las siembras para que produjeran cosechas abundantes. Tratándose de una institución que afecta a toda la comunidad cristiana, ese tiempo se organizó hasta convertirse en un conjunto de celebraciones litúrgicas, con sus formularios propios. Desde el principio la celebración de las témporas suponía actos penitenciales colectivos, ayuno en su sentido amplio particularmente, medio necesario para purificar el espíritu y para poder ofrecer a Dios el culto confiado de la Iglesia, del modo más sincero.

Una fuente remota de la institución de las témporas podríamos encontrarla en el Antiguo Testamento. En dicho libro, el profeta Zacarías hace referencia a un ayuno especial que debe observarse el cuarto, quinto, séptimo y décimo mes; ayuno que «se tornará en gozo y regocijo y en festivas solemnidades» (Zacarías 8:19). Sin embargo, se tiene por cierto que los primeros cristianos no siguieron esa costumbre. La institución cristiana de las témporas aparece en Roma, quizá ya durante el siglo III, según una hipótesis bien fundada, reemplazando los festejos paganos de las «ferias de la cosecha», «ferias de la vendimia» y «ferias de la siembra». Según otra opinión, fue el papa Siricio (384-399) quien, buscando la moderación, las impuso con el fin de oponerse a los ataques de Joviniano contra el ayuno y de librar al pueblo del ayuno continuo que pretendían introducir algunos.

A semejanza de las fiestas agrícolas paganas, al principio las témporas no correspondían a una semana determinada dentro del ciclo litúrgico; se celebraban independientemente, conforme al curso natural de las cosechas y de las siembras, más o menos variable en cada región. Con la difusión del rito romano, las témporas se propagaron por toda la liturgia de Occidente; los ritos orientales las desconocen. Las más antiguas témporas son las de septiembre, diciembre y las que se llamaban del cuarto mes y después témporas de Pentecostés por celebrarse durante la octava de esa festividad.

Popularmente, especialmente en el norte de España, se han empleado las témporas para tratar de predecir el tiempo que hará en cada una de las estaciones siguientes a las témporas correspondientes. A pesar de que los días de témporas son los mismos en todas partes, la interpretación que se haga difiere mucho de un lugar a otro.

Para la predicción meteorológica, se calculan las témporas del siguiente modo:

Para la predicción meteorológica, deberemos observar el tiempo que hace en las témporas correspondientes. Debe tenerse en cuenta, más que los meteoros puntuales como lluvia o sol, la dirección del viento, el encapotamiento del cielo y también pueden tenerse en cuenta fenómenos fenológicos (es decir, aquellos que afectan a animales y plantas según el tiempo meteorológico). A partir de aquí, la predicción se hace de diferente manera según las zonas. Los dos métodos de predicción más habituales son:

A pesar de que es un método basado en la influencia lunar y planetaria, se trata de un método popular que tenía gran importancia en el campo. Es importante conocer si durante la época de vendimia helará, porque en ese caso, habría que adelantarla para no perder la producción. O si la primavera será húmeda para decidir el tipo de cultivo.

A diferencia de otros métodos populares (como por ejemplo, las cabañuelas, que tienen en cuenta días fijos y continuados) en realidad las témporas son fijadas cada año según el calendario lunar, utilizándose referencias religiosas sólo para facilitar su cálculo, sin ninguna influencia mágica o sobrenatural.

Desde el punto de vista científico, las témporas carecen por completo de sentido a la hora de obtener predicciones sobre el tiempo meteorológico, por los siguientes motivos:

La persistencia de la creencia en la efectividad de las témporas se debería, por tanto:

Así, ningún centro meteorológico serio utiliza ni las cabañuelas ni las témporas como apoyo a sus predicciones, por serles totalmente inútiles.[2]​ Aunque las témporas tienen valor como tradición y son parte de nuestro patrimonio cultural, no existe ninguna evidencia que sustente el uso de las témporas como un sistema de predicción estacional fiable.

La meteorología realiza predicciones a partir de principios físicos básicos, formulados mediante ecuaciones complejas que se resuelven en ordenadores de última generación. La sociedad dedica grandes cantidades de dinero a mantener centros de predicción numérica, sensores meteorológicos en superficie, barcos oceanográficos, boyas, radiosondeos verticales, satélites y otros sistemas de medida. Gracias a ello, los pronósticos del tiempo son cada día más precisos, facilitando la protección social ante eventos meteorológicos adversos. En resumen, la meteorología es una ciencia y las témporas son una superstición, a pesar de su arraigo y demanda populares.[3]




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