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Teatro de marionetas



El teatro de títeres (también llamado de teatro de marionetas o teatro de muñecos) es el espectáculo mudo o sonoro realizado con títeres, o muñecos para manipular, ya sean de guante, de varilla, de sombra, o marionetas (títeres articulados movidos por hilos).[1][nota 1][2]​ Asimismo, teatro de títeres puede hacer referencia al local o espacio donde se representan las funciones, así como al teatrillo, retablo o conjunto de escenario, atrezo, decorados y muñecos, construidos para hacer títeres.

A lo largo de los siglos, esta forma de espectáculo ha desarrollado una rica variedad de modelos, tipos, y técnicas, desde las más primitivas en antiguas civilizaciones de Oriente y Occidente, hasta las nuevas fórmulas y estéticas aparecidas en la segunda mitad del siglo XX, algunas de ellas con un progresivo uso de tecnología.[3]

Algunos historiadores sostienen que su uso se anticipó a los actores en el teatro.[4]​ Hay ejemplos arqueológicos de que existieron en Egipto unos 2000 antes de Cristo con el uso de figuras de madera manipulables con una cuerda. Algunos muñecos articulados de marfil también fueron encontrados en tumbas egipcias. Incluso algunos jeroglíficos describen "estatuas de pie" utilizadas por los antiguos egipcios en dramas religiosos.

Los escritos más antiguos sobre los títeres se atribuyen a Jenofonte en 422 a. C. Entre las modernas aportaciones pueden mencionarse la de Jodorowsky, con su creación en 1950 del Teatro de Títeres del Teatro Experimental de la Universidad de Chile; y la de Jim Henson, su Muppets Show y demás "teleñecos".

Los primeros teatritos mecánicos que se mencionan, en 1539 según Varey, son los llamados retablos (por su parecido con las tablas pintadas o en relieve).[5]​ El término, de origen religioso, se aplicó poco después a los títeres manuales.[nota 2]​ Más tarde llegarían a diferenciarse ambos teatrillos, quedando el término retablo para los manuales, y los ópticos y mecánicos empezaron a conocerse como tutilimundi, totilimondi, mundinovi o mundonuevo. Covarrubias, en su definición, aclara que el mencionado retablo era la "caxa" (armazón del teatrillo) y no los títeres.[6]

En las artes escénicas, "retablo" es el pequeño escenario en el que se representa el teatro de títeres. El DRAE hace derivar ese uso ("pequeño escenario en que se representaba una acción valiéndose de figurillas o títeres") de la definición y descripción de los retablos pictórico-escultóricos, y destaca su capacidad de representación narrativa: "conjunto o colección de figuras pintadas o de talla, que representan una historia o suceso") antes que su capacidad decorativa como elemento arquitectónico.[7]​ En 1611, el citado Covarrubias dejó escrita en su Tesoro de la lengua castellana, una curiosa descripción de los diferentes modelos de retablo y sus maquinarias.[8]

Cervantes, que dejó noticia de titiriteros en varias de sus obras, se refiere a los retablos en dos ocasiones singulares, en El retablo de las maravillas, entremés de 1615, y en los capítulos XXV y XXVI de la segunda parte de Don Quijote de la Mancha, publicada aquel mismo año.[9]​ Por su parte, tomando al autor del Quijote como referente, Manuel de Falla compuso en 1923 El retablo de Maese Pedro (con títeres y escenografía de Hermenegildo Lanz y la colaboración de Manuel Ángeles Ortiz); continuando la cultura de las marionetas gaditanas de la Tía Norica (una de las más valiosas colecciones de títeres de cuerda de España). Poco después, en 1930, culminando sus trabajos para los populares títeres de cachiporra, Federico García Lorca escribió el Retablillo de Don Cristóbal.[10][11]

En las primeras décadas del siglo XX, la cultura del títere alcanzó un alto nivel de calidad artística y literaria. Además de las incursiones en el medio titiritero de Falla y Lorca, en Cataluña, por ejemplo, a partir de la introducción por artistas italianos de las sombras chinescas al comienzo del siglo XIX, el teatro de sombras sedujo con su poética a personajes como Pere Romeu, Santiago Rusiñol y Miquel Utrillo, impulsores de inolvidables veladas titiriteras en el café de «Els Quatre Gats» en la Barcelona del cambio del siglo XIX al XX.[2][12]​ Poética que más tarde recuperó Jacinto Grau en El señor de Pigmalión (1921).

La reunión en Madrid de artistas e intelectuales de toda España rescató del olvido el arte titiritera durante las primeras décadas del siglo XX.[13]​ Se considera como uno de los estimulantes de esa renovación del género la experiencia propuesta por Jacinto Benavente y su teatro para niños (Teatro fantástico), en cuyo marco se estrenó en 1910 la Farsa infantil de la cabeza del dragón de Ramón del Valle Inclán, y más tarde el "Teatro Pinocho" dirigido por Magda Donato y Salvador Bartolozzi, y llegando desde Granada el don Cristóbal, bruto poético, par de otros "títeres de cachiporra" como Punch, Guiñol o los primitivos polichinelas.[14]​ En la década de 1920, la literatura del títere español alcanzaría su momento más brillante de la mano del gallego Valle-Incláncon su Tablado de marionetas para la educación de príncipes (1926) y los "dramas para marionetas" incluidos en su Retablo de la avaricia, la lujuria y la muerte.[2]

En el umbral de la guerra civil española, el Gobierno de la Segunda República Española a través del Ministro de Instrucción Pública y desde las plataformas del Museo Pedagógico Nacional y la Institución Libre de Enseñanza patrocinó el proyecto de solidaridad cultural conocido como Misiones Pedagógicas impulsadas por Manuel Bartolomé Cossío desde la Institución Libre de Enseñanza. Dentro de ellas, y como recurso para llegar a los confines más perdidos de la geografía española, se organizó el "Retablo de fantoches". Uno de sus directores y dramaturgos fue Rafael Dieste, que escribió para aquel mágico guiñol ambulante piezas como Farsa infantil de la fiera risueña (1933), El falso faquir (1933), Curiosa muerte burlada (1933), La doncella guerrera (1933) y Simbiosis (1934).[15][16]

Los profesionales reconocen cuatro técnicas básicas: los títeres de guante, los de varilla, los de sombra y las marionetas (títere articulado movido por cuerdas o hilos). A lo largo de la historia, estos cuatro modelos de manipulación se han mezclado, ampliado y enriquecido, desarrollando una variada tipología:[17]

Entre los titiriteros y creadores pioneros, y las numerosas compañías que continúan activas se podrían citar: Mané Bernardo, la familia Cueto, Wilberth Herrera, Javier Villafañe, Roberto Lago, Frederik Vanmelle, Silvina Reinaudi, Fredy Reyna, los hermanos Rosete Aranda, Héctor di Mauro y un largo etcétera.[19]



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