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Tiglath-Pileser III



Tiglath-Pileser III (en acadio: Tukultī-Apil Ešarra: Mi confianza está en el hijo de Esharra) fue un prominente rey de Asiria en el siglo VIII a. C. Gobernó entre 745 y 727 a. C. y fue el fundador del Imperio neoasirio.[1][2]​ Está considerado uno de los más exitosos comandantes de la historia. Sus conquistas abarcaron la mayor parte del mundo conocido por los antiguos asirios.

Hijo de Adadnarari III, fue precedido en el trono por tres de sus hermanos, sin importancia histórica, que fueron asesinados. Restableció rápidamente el orden interior, y durante su primer año de reinado emprendió la primera expedición militar contra las tribus arameas y caldeas del sur, respetando la integridad de Babilonia, de la que se consideraba protector natural, así como de sus santuarios.

Al año siguiente, dirigió las operaciones contra las tribus montañosas de los Zagros. En 743 a. C. se enfrentó con una coalición siria, apoyada por Urartu, sitiando Arpad, que era el centro de la rebelión, durante tres años, hasta su caída, lo que provocó que los demás reinos sirios se sometieran como tributarios.

Una vez dominada Siria, se dirigió contra los medos, obteniendo un enorme botín de ganado y prisioneros, que fueron deportados a la región del Diyala. En 735 a. C. atacó a su principal enemigo, Urartu, apoderándose de una serie de fortalezas, aunque no pudo conquistar la capital Turushpa.

Al año siguiente volvió a Siria para sofocar diversas rebeliones en Damasco, Samaria, Ascalón y Gaza. También acudió en ayuda del rey Acaz de Judá, al que asediaban Israel y Damasco, por lo que invadió ambos Estados, deportando a las poblaciones e imponiendo a su protegido Oseas en Israel en 732 a. C.

Con respecto a Babilonia, no queriendo reducirla a provincia ni dejarla en manos de aventureros, inició una nueva política, la de ligarla a Asiria por una doble monarquía personal. Así se proclamó rey de Babilonia en 728 a. C., con el nombre de Pulu o Pul, logrando la adhesión del clero de Marduk.

A su muerte, dejó un reino mucho más extenso del que había recibido, con un ejército poderoso y modernizado, y una administración reformada. Como la política de conquistas y adhesiones amenazaba con exceder las posibilidades del Estado, procuró limitarlas a las indispensables, prefiriendo rodearse de Estados tributarios vasallos, y la creación de plazas fuertes, guarniciones y colonos deportados, que podían servir como tropas auxiliares. Asimismo, la rápida expansión del imperio condujo a desplazamientos de población en gran escala, por la política de deportaciones masivas seguidas con los pueblos enemigos, para romper su cohesión social.




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