La tragedia lírica («tragédie en musique» o «tragédie lyrique») es un género musical francés de los siglos xvii y xviii, que solía ser representado en la escena de la Académie royale de musique de París, y que después se difundió por otras ciudades francesas y extranjeras.
El término ópera es inapropiado para designar este género en que el creador, Jean-Baptiste Lully, ha querido precisamente desmarcarse de la ópera italiana entonces en boga en el resto de Europa, a despecho (¿o por causa?) de sus propios orígenes italianos. La «tragédie en musique» es el resultado de una fusión de elementos del ballet de Cour, de la pastoral, de la «pièce à machines» y de la comédie y tragédie-ballet. Sus creadores —el compositor Lully y su libretista Philippe Quinault— ambicionaban hacer de ella un género tan prestigioso como la tragedia clásica de Corneille y Racine: como ejemplo de esto último, la tragédie comporta cinco actos.
La ópera italiana (en tres actos) tendía a poner en valor la música, y sobre todo el canto solista (el «bel canto») mientras que la «tragédie lyrique» es concebida como un espectáculo completo que quiere poner en igualdad el conjunto de sus componentes: el texto (en verso), los decorados, el vestuario, la música, la danza, las «machines», las luces, etc.
La intriga de la «tragédie lyrique» recurre la mayoría de las veces a la mitología y a la leyenda (sobre todo greco-latinas), pero explota también los poemas épicos del Renacimiento en la vena del Roland furieux, de Jérusalem délivrée, etc. Los amores desgraciados o contrariados son el fondo de comercio habitual de los libretistas. Lo «merveilleux» (maravilloso) es un elemento fundamental, permitiendo, a mayor beneficio del espectáculo aunque no de la verosimilitud, multiplicar los efectos de maquinaria para poner en escena dioses y héroes, monstruos y fenómenos naturales (descenso de los cielos de Júpiter, caída de Faetón, descenso a los Infiernos, temblores de tierra, etc.). Esto la acerca a la ópera italiana contemporánea; pero a diferencia de ésta, la intriga debe igualmente reservar un importante lugar a la danza, con escenas de fiestas, festejos y alegría dispuestas al propósito. Los principales intérpretes debían de saber cantar y danzar.
La «tragédie lyrique» comprendía, generalmente:
En algunas obras, un pasacalle de grandes proporciones se insertaba en uno de los actos, en función de las posibilidades del libreto. Es el caso del pasacalle de Armide, de Lully, considerado en su tiempo como la obra maestra del género con su extraordinaria sucesión de variaciones instrumentales o corales.
La música vocal de la «tragédie en musique» difiere profundamente de la de la ópera italiana contemporánea por los siguientes aspectos:
En efecto, la prosodia de la lengua francesa lleva el recitativo a distinguirse del «recitativo secco» casi hablado de la ópera italiana. La «mélodie» es más marcada, dando a la «tragédie lyrique» una cierta continuidad de la que se ha dicho que prefigura la melodía continua de la ópera wagneriana.
Después de Cadmus et Hermione en 1673, Lully compuso una «tragédie lyrique» cada año, hasta su muerte (dejó Achille et Polyxène inacabada).
El género tuvo el favor del rey y después de la desaparición del Surintendant, el de numerosos compositores a finales del siglo XVII y principios del XVIII. Permanece sin embargo exclusivamente francés incluso aunque algunos de sus componentes hayan encontrado eco en el extranjero —y notablemente la famosa «ouverture à la française» adoptada por Purcell, Haendel, Bach y otros.
La muerte de Luis XIV condujo a dejar el género un poco aislado: la Régence vio florecer formas más joviales, menos solemnes, menos afectadas: opéra-ballet, pastorales…
Estaba ya anticuada, cuando Rameau, genio tardío y solitario, le vuelve a dar lustre mientras se prepara la confrontación con la ópera italiana de la que la Querelle des Bouffons será la manifestación tangible. La moda es de más simplicidad, de naturalidad. Rameau, aunque conservó los elementos introducidos por Lully, renovó completamente el estilo musical: fue así, paradójicamente, criticado a la vez por aquellos de sus contemporáneos que consideraban la «tragédie lyrique» como un género anticuado, y por aquellos que le reprochaban la gran modernidad de su lenguaje musical. La confrontación de la «tragédie lyrique» con la opéra-bouffe fue la cuestión de partida de la «querelle des Bouffons» de la que será uno de los principales protagonistas.
La calidad excepcional de la música compuesta por Rameau no pudo impedir que la «tragédie lyrique» volviera a caer en desuso, aunque su última obra, Les Boréades, estaba ensayándose cuando sobrevino, en septiembre de 1764 la muerte del gran compositor. Este canto de cisne no fue finalmente representado y la «tragédie en musique», espectáculo completo y la forma la más acabada y simbólica de la música francesa, deviene simplemente sujeto de estudio de los historiadores de la música, desapareciendo del repertorio durante dos siglos sen que nadie pudiera prever que saldría un día del purgatorio.
En una Histoire de la musique editada en 1969 y reimpresa en 1985, Lucien Rebatet, profeta poco inspirado, escribe:
Por el contrario, desde los años 1970, no solamente algunas de estas obras han sido presentadas en concierto, grabadas, representadas en favor del movimiento en favor de la música antigua, sino que rencontraron un franco éxito. Las cinco tragedias de Rameau han sido grabadas (en CD) una o más veces. Y nueve más de las Lully, seguramente la más estereotipadas, lo han sido igualmente. Igual sucede con otros compositores, como André Campra, Marin Marais, Jean-Marie Leclair, Marc-Antoine Charpentier o Jean-Joseph Mouret.
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