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Viajes de agua en el Madrid histórico



Los viajes de agua en el Madrid histórico son el conjunto de redes de canales subterráneos o «qanat» creados para asegurar el abastecimiento de agua en Madrid a partir de la época musulmana del asentamiento y su desarrollo hasta el siglo xix,[1]​ en que fueron sustituidos por la red de depósitos y conducciones del Canal de Isabel II.[2]

Los cuatro principales «viages» fueron el de Amaniel (1610-1621) –perteneciente a la Corona– y los tres «viages» propiedad de la Villa de Madrid: el de la Fuente Castellana (1613-1620), y los llamados del Abroñigal Alto y Abroñigal Bajo (1617-1630). A ellos se añadieron luego otros importantes en el conjunto de la red hidrogeológica, como el Viaje del Buen Suceso (1612-1618) –para surtir una fuente en la Puerta del Sol–, y los complementarios del de la Castellana, los «viages» de Contreras (1637-1645) y de la Alcubilla (1688-1692).[3]

Los «viages» de Madrid,[4]​ siguiendo el modelo «qanat» de origen persa, se construyeron entre los siglos viii y ix, durante la dominación árabe de la ciudadela y el primitivo «Mayrit» (o «Majerit»), y aparecen mencionados por primera vez en el Fuero de Madrid de 1202.[5]​ Según especifica dicho Fuero, el viaje más antiguo del que se tiene noticia, pasaba por debajo de la «alcantariella de Sancti Petri», por lo que se le asocia con el arroyo Matrice, que suministraba agua a los Baños Públicos y a las tenerías, donde se curtían pieles y se teñían paños y telas, situadas cerca del río Manzanares (antiguo campo de la 'Tela', y luego parque de Atenas).[6]

El agua de las abundantes fuentes, y arroyos alimentados por los acuíferos del terreno ocupado por antigua Villa y su entorno,[7]​ sirvieron de suministro, tanto para consumo humano, como para regadío y ornamento (fuentes) desde su fundación hasta la creación del Canal de Isabel II, en el siglo xix. Durante esos once siglos el «qanat» árabe original sufrió sucesivas ampliaciones para aumentar su capacidad a medida que la población fue creciendo.[8]

En un principio, tanto el pueblo como los reyes, su generosa corte y la aún más abultada población religiosa del Madrid de los Austrias, bebían de los pozos y fuentes públicas primitivos. El primer capítulo de la infraestructura hidrogeológica y el consumo fue el remozado viaje musulmán llamado de Amaniel, puesto en funcionamiento entre 1610-1621.[9][a][10]

El gran enemigo de los viajes de agua madrileños fue su progresiva contaminación. El defecto de origen puede imputársele a los arquitectos de Carlos III que construyeron el alcantarillado de la capital de España (hasta mediados del Dieciocho en la Villa de Madrid se usaban las calles como desagüe para toda la ciudad), pero olvidaron incluir sifones, lo que supuso que los diez mil pozos sépticos creados envenenaron el agua de los «viages».[10]​ Más tarde, atajado y subsanado el sistema de alcantarillado, se crearon además varias estaciones de depuración de las aguas de los viajes. Las primeras y más importantes fueron la de la plaza de Santa Bárbara (para potabilizar los grandes viajes del Alto Abroñigal y la Castellana); la de la calle de Goya, capaz de depurar casi mil metros cúbicos diarios,[10]​ para las aguas del Abroñigal Bajo; la de la plaza de Chamberí para las del viaje de Alcubilla; y la de la estación elevadora del viaje de la Fuente de la Reina, el último en construirse, situada en las inmediaciones de la Montaña del Príncipe Pío.[10]

Aunque su demostración resulta ya imposible, la calidad del agua,[b][10]​ diferenciada en fina y gorda,[c][11][12]​ ha agrupado históricamente los «viages» en:[d]

Alcubilla, Alto y Bajo Abroñigal (con fama de ser la más fina), Fuente Castellana, Alto y Bajo del Retiro (o arroyo de Oropesa), Amaniel (o «de Palacio»), Pascualas, Fuente de la Salud, Caños Viejos, San Dámaso (o arroyo Butarque), Retamar, Fuente del Rey, Conde de Salinas, Casa de Vacas y, en la Casa de Campo, el del arroyo Meaques.[11][12]

Fuente del Berro (con fama de ser la más gorda), Leganitos, Contreras, Fuente de la Reina, Prado de San Jerónimo, Caños del Peral, Conde de Salinas, Pajaritos, Harinas, Hospital General, Atocha, Conchas, Neptuno, Toledo, Gremios, Fuente del Zacón, Fuente de Húmera, Fuente de la Casa de Campo.[11][12][13]

Depositado a unos dos mil metros de profundidad, el acuífero de la reserva de aguas subterráneas de «la fosa de Madrid» alcanza los tres millones de hectómetros cúbicos de aguas de varia composición química en función de la antigüedad geológica de los suelos.[e]​ Así, en el denominado «acuífero del Terciario detrítico» quedan diferenciados tres tipos básicos: al norte y noreste, el contenido de los gneis y granitos detríticos cercanos al Guadarrama;[2]​ en el centro de la Comunidad de Madrid, el rico y extenso playazo de arenas arcillosas; y al sur y sureste de ese imaginario trapecio hidrológico un largo pasillo compuesto básicamente de yesos.[14]​ En ese inmenso escenario geológico, los protagonistas de los viajes de agua han sido durante siglos los “lentejones” de masas arenosas impregnadas de agua (vexigones de agua subterránea) de un metro de grueso y muy diversa longitud; reservas de sencilla captación bien por bombeo del líquido o por los ingeniosos «qanat» y sus «viages».

Es importante señalar que, a pesar de su gran extensión –o quizá por ello mismo–, las aguas del acuífero, lejos de permanecer estancadas, «experimentan flujos y desplazamientos constantes, aunque lentísimos, que se miden en centímetros/ día». Se han registrado todo tipo de movimientos, ascendentes, descendentes, inducidos al parecer por el sistema de recargas producido por las precipitaciones en colinas y collados, y la consecuente red de descargas o afloramientos en los valles intermedios, que generan un mapa de parajes húmedos. Los especialistas observan que «ambos movimientos son, curiosamente, de recorrido curvo y se rigen por algo muy parecido a la teoría de los vasos comunicantes».[14]

Diversos estudios muestran el subsuelo de Madrid como «un gran vaso de 3700 kilómetros cuadrados de aguas subterráneas». A su vez, los hidrogeólogos explican que la alternancia de colinas absorbentes y vaguadas permeables, que permiten el afloramiento en humedales y charcas (en una progresión inversa que tiende a la desaparición de muchos de ellos). No obstante, este afortunado panorama hídrico al pie del Guadarrama está «articulado por hondos sustratos batolíticos dispuestos al modo de las teclas de un piano gigante y a profundidades bajo el nivel del mar». En superficie, contrastan las cotas orográficas de los 760 metros en la reunión de los ríos Jarama y Manzanares, con los 360 en la confluencia del Alberche con el Tajo.[15]​ En el substrato, el acuífero, rellenándose por sus interfluvios a lo largo de los siglos ha sufrido un considerable descenso desde el comienzo del siglo xxi. Otro aspecto a tomar en cuenta al estudiar los valores potables de este gran acuífero es la progresiva salinización, menos notable en «las áreas graníticas de la sierra y máxima en Talavera».[14][2]

Dado que el funcionamiento de los «viages» viene determinado por la ley de la gravedad y su influencia sobre los fluidos, su mejor comprensión o visualización quedará explicada por las diversas vaguadas o cuencas imbríferas de la geografía madrileña,[16]​ áreas drenadas por los antiguos arroyos que desde su origen determinaron el camino de cada viaje de agua en función del nacimiento del acuífero, su recorrido, el desnivel y la zona a abastecer.[11]

Ingenieros o estudiosos interesados en los «viages» parecen coincidir en la idónea localización del antiguo Madrid, unas «434 hectáreas de superficie levantadas a unos 70 metros sobre la cuenca del río Manzanares» y provisto de «dos vertientes de escorrentía delimitadas por una divisoria norte-sur, y drenadas por quince arroyos cuyas subcuencas vertientes bautizaron las calles cuyos trazados respectivos coinciden con el de los cauces que entonces discurrían por el territorio.»[17]​ Esos quince arroyos y sus correspondientes cuencas podrían ordenarse sobre el mapa de la ciudad antigua de Madrid, en esta relación, de norte a sur:



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