La campiña o marisma (sx.t en singular) de Aaru (Iaru, Aalu, Yaar o Yalu) era el lugar paradisíaco donde reinaba Osiris, y morada también de Ra Hor-Ajti, Seth y otros dioses importantes, según la mitología egipcia.
El Aaru fue situado originalmente en los Textos de las Pirámides próxima a la campiña o marisma de las ofrendas o bendiciones (sx.t-Htp), o dentro de la misma (según otras tradiciones), la cual era localizada en la región del norte, donde las estrellas imperecederas o circumpolares. “Pon tu morada en la Campiña de las Ofrendas, entre las estrellas imperecederas (Pyr. 749c-e)". Posteriormente se localizó en el nordeste y también en el noroeste, y se describe como un campo eternamente fértil o una serie de islas cubiertas de cañas (un campo de Juncos), similar al terrenal delta del Nilo: una zona de caza y pesca ideal. El lugar donde moraba Osiris también fue denominado, a veces, Campo de Ofrendas, Sejet Hetep (sx.t-Htp) en egipcio antiguo.
Solamente a los espíritus cuyos actos pasados terrenales (conciencia y moralidad, representados por el corazón) pesaban igual que el Maat (la armonía cósmica, representada simbólicamente por una pluma) les era permitido comenzar un largo y peligroso viaje al Aaru, para disfrutar placenteramente por toda la eternidad.
Pero la vida nueva que comienza después de un juicio favorable no es, al principio, mejor o más espiritual que la vida en la tierra. El justo sigue siendo un caminante en un viaje largo y difícil para lograr alcanzar la dicha y seguridad en los fértiles campos de Aaru.
En este viaje estaba expuesto a múltiples peligros y, para evitarlos, el espíritu del difunto dependía de la energía y conocimientos que hubiera adquirido en la vida pasada, y de las palabras mágicas registradas en el Libro de los muertos.
Además necesitaba la ayuda proporcionada por los parientes y amigos que aún vivían en la Tierra, pues eran ellos los que aseguraban la conservación de su cadáver para que él pudiera volver y utilizarlo como tumba indestructible, hogar y abrigo de su Ka, necesitando alimento y bebida para su sustento, rezos y sacrificios para su salvación, y perseverar su recuerdo inscribiendo en los muros de la tumba, o escribiendo en rollos de papiro, capítulos del libro de los muertos, introducidos entre los vendajes de su cuerpo momificado.
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