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Ángel Marcos



¿Dónde nació Ángel Marcos?

Ángel Marcos nació en Medina del Campo.


Ángel Marcos Hernández (Medina del Campo, Valladolid, 1955) es un fotógrafo español.[1][2]

Ángel Marcos nace la ciudad de Medina del Campo en el año 1955. Reside en la ciudad de Valladolid. Marcos se inicia pronto en la técnica fotográfica. Durante años compagina sus inquietudes creativas con la experiencia profesional como fotógrafo publicitario.[3]

Influido por su experiencia como trabajador social desarrolla una especial sensibilidad que traslada a sus proyectos donde explícita o implícitamente aparecen elementos de las relaciones sociales, económicas e históricas -poder, vulnerabilidad, exclusión, emigración- y su reflejo en el medio natural, rural, urbano y sus periferias.[3]

Realiza su primera exposición individual en la galería Siena de Valladolid en el año 1982. En 1984 realiza Estampas personales, obra precursora del autor. Será después del encargo fotográfico realizado en 1992, Un viaje por el teatro Calderón, sobre el teatro Calderón de Valladolid antes de su reforma integral, cuando decidirá su dedicación en exclusiva a la fotografía artística. Sus proyectos tienen como escenario el medio natural cercano a su ciudad natal, la propia ciudad de Medina del Campo, España, Estados Unidos, Cuba, China, Europa y África.[4]

Ángel M. ha expuesto en numerosas ferias de arte, centros artísticos y museos nacionales e internacionales alcanzado reconocimiento nacional e internacional. Su obra forma parte de importantes colecciones de museos de Europa y América.[5][6]

En la obra de Ángel Marcos destaca su carácter escenográfico, eliminado lo que considera anecdótico con el objeto de evocar la memoria (del lugar, del autor, del espectador) a través de la presencia de objetos y el propio espacio que nos interpela con una fuerte carga simbólica.[7][8]

En sus trayectoria artística utiliza el territorio y el viaje como grandes evocadores de lo que somos. En muchas de sus obras la figura humana está ausente pero son obras que obligan a una indagación personal, a una toma de conciencia sobre obligada al espectador. Partiendo de los trabajos en los territorios más cercanos -parajes y memoria de la ciudad de origen, Medina del Campo- en los proyectos Paisajes, Subversión íntima ('El desorden establecido')[2]​ hasta dibujar la periferia del sueño urbano contemporáneo (Alrededor del sueño).

Ángel Marcos ha convertido el género del paisaje en una constante que logra describirnos con más profundidad que un retrato. Nos da una relectura de los campos de Castilla en las huellas de su crueldad, periferias y extrarradios de la Babilonia contemporánea: Nueva York, Cuba, China, Las Vegas o en las marcas de acontecimientos casi escultóricos en la serie Rastros. En palabras del autor “Yo no hago fotografía documental, mi intención se centra en la constante oferta de pensamientos a través de las imágenes; ofrecer emociones”.[9]

En sus obras el paisaje suele ser el protagonista principal, de hecho, sus fotografías están íntimamente ligadas a la idea del viaje y al diálogo con el territorio recorrido. Esta idea la ha desarrollado a lo largo de toda su producción, desde sus primeras series en las que captaba los paisajes de los alrededores de Medina (su pueblo natal) hasta sus últimas obras en las que se aleja de España cada vez más y recorre medio mundo para mostrarnos su visión personal de lugares tan diferentes como pueden ser: Nueva York, China, Cuba o Las Vegas en las que el principal protagonista es siempre el paisaje. Marcos nos enseña la ciudad y sus alrededores, pasando, en el caso de que aparezcan, las personas a un discreto segundo plano.

Usando la fotografía como técnica principal de expresión artística, nos sitúa delante de lo cotidiano haciéndonos reflexionar sobre nuestra propia condición. Estas imágenes nos invitan a disfrutar en una primera mirada, luego el espectador se sentirá sumergido en una especie de desazón o al menos de interés inquietante. Sus obras cargadas de un gran atractivo plástico, nos devolverán al mundo con una realidad crítica poco común.

Diferentes críticos han opinado sobre su obra con criterios diferentes, pero siempre haciendo referencia a su especial interés en fotografiar en lugares que podrían denominarse el “no lugar”. Sus fotografías a veces construidas juegan con la falsa certeza colectiva de la “fotografía – verdad”, pero al mismo tiempo el reconocimiento por parte del autor de que son imágenes construidas, hacen situarse al espectador en una posición más crítica.

El crítico Alberto Martín subraya de su trabajo: “Los bienaventurados, Obras póstumas, La chute, Alrededor del sueño, [...] abordan otros tantos estados del sujeto: la marginación, el deseo, la frustración, el anhelo. La sordidez de las escenas de la primera, la aparente cotidianeidad de las siguientes les otorgan ese aspecto documental que sin embargo sólo poseen en un cierto grado. Podría hablarse a este respecto de un documentalismo construido, es decir de una representación, cuyas estrategias compositivas logran rebajar esa huella absoluta de lo real que impide a la fotografía generar una lectura simbólica”

Para Marcos sigue siendo prioritario el encuadramiento cultural y político de las imágenes, esto es, su ubicación y su significado en un contexto de información global como el actual. Este aspecto resulta especialmente importante al afrontar su trabajo, porque refleja su actitud ante las imágenes, y explica la elección del medio fotográfico para desarrollar su creación. Ante todo le interesa cómo las imágenes nos aportan significados y siguen “mediando entre las realidades interiores y exteriores “. A pesar del papel protagónico que le otorga a los objetos fotografiados, nada tiene que ver ese universo con el de la publicidad. Muy por el contrario, ellas se sitúan al otro lado del espectro visual e ideológico. Aquí muestran la mella del uso, su agotamiento y su carácter efímero y es precisamente por ello que se abre un espacio para la reflexión.

Con objeto de comprender, describir y conceptualizar la obra de Ángel Marcos se han utilizado numerosos conceptos del arte contemporáneo.

Entre sus proyectos cabe destacar:

El curator y crítico Alberto Martín comenta acerca de este trabajo: “Si en su trabajo anterior, “Paisajes”, Ángel Marcos reflexionaba sobre la desolación, y lo hacía introduciendo una fuerte carga biográfica en su obras, ahora, en esta nueva propuesta, “Los bienaventurados”, lo hace sobre la exclusión. Y de nuevo, decide pasar por el filtro de lo autobiográfico las imágenes del mundo. Para él, los incidentes de la vida moderna pasan sobre los excluidos, se pueden ver reflejados tanto en un concepto urbano (tan al uso en buena parte del arte actual), como en un espacio ficticio construido sobre la base de una experiencia biográfica. Esta vuelta a espacios cargados de vida frente a los escenarios fríos y anónimos de la urbe mediática es sintomática de su posicionamiento artístico”

En esta serie lo que se ofrece es un combinado de elementos en el que se mantienen tres componentes constantes. La escena, la pantalla y la imagen sobre ella proyectada. La elección de las escenas y su organización, nos introduce de lleno en una de las constantes de la fotografía en este fin de siglo: la denuncia de su supuesta transparencia y el hacer ostensible su condición de representación. La ruptura del principio de realismo, tal como lo entendemos hoy en día, y el añadido de teatralidad que cada una de las situaciones manifiesta, nos hacen ver su artificialidad. Lo que vemos no nos introduce en un discurso de tipo testimonial, “eso es lo que hubieras visto si hubieses estado ahí”, sino en otro de carácter representacional, que muestra una situación-tipo, más virtual, y en el terreno de lo arquetípico, que histórica.

La mayor parte de este trabajo se ha realizado en Bruselas, capital al norte del Sur, que ha sabido conservar de su influencia española algo del barroco, de la desmesura interior. El artista pone a sus actores en situación de pareja, de familia, en donde lo cotidiano va dejando poco a poco su poso de hastío. En estas imágenes podemos percibir algo de la pintura holandesa: al mismo tiempo cuadros y escenas de género, todo ello envuelto en una luz que modela a la perfección los detalles más mínimos.

La desocupación de personas en los escenarios dispuestos para interpretar el mundo actual, es el tema central de la obra de Ángel Marcos en Alrededor del sueño. Escenarios para el vacío. Una desocupación que apunta a la necesidad de recurrir a las reservas de esperanza para que la realidad sea algo más que lo que muestra más allá de trascendencias de orden superior. Como se ha apuntado en otro lugar, el autor nos remite al punto ciego de Canetti: “más allá del cual las cosas han dejado de ser verdaderas”.

A través de los objetos, “Rastros” representa lo acontecido, lo que no aconteció, lo que está o estará aconteciendo o lo que podría haber acontecido. En la naturaleza, en lugares que se asemejan a templos, altares naturales, se han instalado pruebas evidentes de relaciones, aspiraciones, deseos y realidades. Nos cuentan historias sobre recuerdos, cómo éstos repercuten en nosotros y de cómo los objetos lo representan. Situaciones cargadas de realidades o pensamientos pasados, dispuestas en escenarios genéricos pero aislados y siempre con criterios claros de soledad. En Rastros ha distribuido su iconografía personal en trozos de espacios naturales ante una cuidada reflexión de cómo estos objetos juegan con la memoria. En su relación con el tiempo, hace que nos situemos nítidamente en lo escenificado ocupando el presente, el pasado o el futuro de unas acciones difícilmente evitables.

En este trabajo vacía la ciudad, espera a que la gente desaparezca para evitar ese magnético protagonismo de los cubanos, felices pese a todo. “Me basta con captar el malecón con esas calles donde pone “venceremos”, ahí está todo”, dice el propio Ángel. A veces, cuando necesito algo onírico, introduzco a la gente, por ejemplo al fotografiar la escuela de baile español del Teatro García Lorca. Intento atrapar el deseo de una chica que quiere ser bailarina, como algo que está más allá de la propaganda, un anhelo de escapar de toda limitación”. A veces hay que buscar la belleza, en vez de en el canon, en lo marginal, en la gente anónima, mientras otros rostros son protegidos de la crudeza de la cámara. La fotografía nos muestra una realidad anterior, algo que, en verdad, no puede tocarse, que aunque da la impresión de idealidad no se la percibe nunca como algo puramente ilusorio: “es el documento de una ‘realidad de la que nos hallamos fuera de alcance’”. Sin duda las fotografías atrapan la ocasión, aquello que nos toca, algo que tuvo lugar una vez y se mantiene para siempre”


En este trabajo el artista se pregunta, ayudándose de su herramienta que es la fotografía, acerca del éxito innegable de la competición económica; sobre el progreso que genera, pero también sobre los dramas humanos que acarrea. Como si se tratase de una declaración incontestable de neutralidad, ha preferido trabajar en color –para subrayar la precisión de los elementos, el matiz de las cosas– y en gran formato para afirmar, en la visión frontal del encuadre, esa misma que por la fuerza de su composición no se puede eludir, la evolución de su pensamiento a la vista de ese modelo de arquitectura contemporánea, de esos no-lugares que son las periferias de las ciudades y de los últimos vestigios de la cultura tradicional. En imágenes de una geometría perfecta, canta en primer lugar el himno sublime de la modernidad absoluta; las torres –debería decir las supertorres– afirman su omnipresencia en un espacio fotográfico donde por otra parte sólo se manifiesta un cielo monocromo, en ocasiones azul, la mayoría de las veces gris blanquecino totalmente neutro. Para él, la contaminación es la primera y más visible manifestación, la misma que oculta el perfil de la ciudad bajo una nube monótona. Plantea sus dudas en torno a este universo demasiado bien ordenado. La inmensidad vertical que desafía a la ley de la gravedad, el vértigo a las alturas, la repetición de formas, las paredes lisas y uniformes, los mil reflejos tornasolados de las ventanas, en una palabra el poder absoluto del hombre sobre la materia y, sobre todo, la ausencia casi total del individuo en estos lugares que le han sido destinados, provocan poco a poco un sentimiento de desasosiego.

Sobre este trabajo Fernando Castro Flórez dice: Ni el desierto ni el juego son espacios libres: son espacios finitos, concéntricos, que crecen en intensidad hacia el interior, hacia un punto central: el alma del juego es similar al corazón del desierto –espacios de predilección, espacios inmemoriales en el que las cosas pierden su sombra, el dinero su valor- y la extrema rareza de las huellas y su significado conducen a los hombres a buscar la instantaneidad de la riqueza Deambula por Las Vegas sintiendo el vértigo del juego y del placer, consciente de que nosotros somos los habitantes de la arquitectura de la congestión.

La actitud de Ángel Marcos en medio de la vorágine de Las Vegas es la del antropólogo o, en otros términos, la del merodeador. Apenas fotografía dentro de los casinos, prefiere deambular por las aceras y apartarse del bullicio para conseguir contemplar todo ese espectáculo como un paisaje del desconcierto. Contempla los coches que circulan con ansiedad junto a un neón con una copa de cóctel que se inclina, cae la tarde y una oscura figura camina cerca de un zapato de tacón iluminado por bombillas de colores, en la entrada del Flamingo vemos como se repite la publicidad de un humorista y de una atractiva mujer pero da la impresión de que todo eso va a quedar atrás.

Impactante ha sido sin duda su instalación de 'La mar negra', una serie que comenzó hace años en torno a la inmigración. 13 personajes, hombres, mujeres y niños, rodean desde cajas de luz una larga mesa en la que quedan las sobras de una comilona. La mesa de 16 metros de largo ocupa el centro de la sala. Los inmigrantes la rodean con sus miradas. No han llegado exhaustos a la orilla de nuestra riqueza. Por el contrario, miran con firmeza a los ojos de la cámara, miran a los restos de nuestra opulencia que no suelen tener a su alcance. Y su mirada por sí sola es una denuncia.

En este trabajo se plantea el hecho migratorio, particularizando en los emigrantes que desde África, concretamente desde Senegal llegan a las islas Canarias. Vienen en cayucos, unos vivos, otros no lo logran. Inicialmente para desarrollar este proyecto, se trabajó en “las dos orillas”, primero en el puerto de los Cristianos de Santa Cruz de Tenerife, asistiendo a las llegadas de cayucos, después en Senegal, concretamente en Sant Louis, frontera con Mauritania, lugar donde viven o acuden muchas de las personas que parten en barcos pesqueros (cayucos) para intentar lograr sus sueños.

La Mar Negra plantea como causas fundamentales que empujan a la gente a emigrar, la escasez de recursos básicos y el deseo de otras personas mejor acomodadas que quieren compartir esto que vendemos como calidad de vida del primer mundo. Lo intentan una y otra vez en condiciones inhumanas para intentar hacerse con la otra orilla. Orilla llena de trampas de trucos que invitan a venir, pero esta invitación hace que algunos pierdan la vida, otros lo logran y mientras allí hay una gran ilusión VENIR aunque el precio sea alto.

El trabajo se presentó en el stand de EL MUNDO en la edición de 2010 de la feria ARCO y ha sido expuesto en numerosas ocasiones.[12]

Entre muchas de las publicaciones de Ángel Marcos podemos señalar:[15]



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