El argumento a silentio, argumentum a silentio, argumentum ex silentio o argumento desde el silencio es una falacia en la que se extrae una conclusión basada en el silencio o ausencia de evidencia. En el campo de los estudios clásicos, este término hace referencia a la conclusión de que un autor ignoraba un determinado asunto debido a la falta de referencias al mismo en sus escritos. Cuando se usa como modo de prueba razonamiento puro está clasificado entre las falacias, a pesar de lo cual puede ser válido y convincente cuando se trata de un razonamiento abductivo.
El siguiente sería un ejemplo simple de un razonamiento falaz a silentio:
Entonces A podría llegar a la conclusión de que B no sabe realmente dónde vive María, pero dicha conclusión no tiene por qué estar justificada; quizá B simplemente no quiere decírselo o lo considera un dato confidencial.
Sin embargo, considera este otro ejemplo:
Pero más adelante B se sigue negando a proporcionarle a A la traducción, ya sea no haciéndole caso o dándole excusas. A entonces llega a la conclusión, por argumento a silentio, de que en realidad B no sabe francés o no lo habla bien; en otras palabras, A concluye que la ignorancia de B es la explicación más probable para su silencio. El uso del argumento desde el silencio en esta situación es razonable, dadas las alternativas (que B no quiera darle la traducción o tenga miedo de hacerlo) que no parecen razonables a simple vista.
Otro ejemplo en un contexto diferente podría ser:
Cuando A sigue preguntando por la contraseña, B no le hace absolutamente ningún caso. Así que, usando el argumento desde el silencio, A llega a la conclusión de que B no conoce realmente la contraseña de su mujer. Sin embargo, este argumento desde el silencio no es razonable, ya que una contraseña es un mecanismo de seguridad que no debe ser compartido con otra persona simplemente porque lo pregunte. Es razonable asumir, por ende, que B conoce la contraseña, pero no la quiere compartir por motivos de seguridad.
Este razonamiento es usado varias veces para «probar» que la tierra es plana. Uno de los más recurrentes es alegar que no se sabe exactamente cómo Eratóstenes midió la distancia entre Alejandría y Siena, y cómo midió las sombras en los dos lugares un mismo día a una misma hora. Este razonamiento tiene esta estructura:
Que A no se sepa cómo Eratóstenes logró medir las sombras de dos palos verticales en dos lugares distintos en un mismo día a una hora determinada no refuta el hecho de que en 21 de junio a las 12:00 un palo vertical en Siena no produce sombra, mientras que en Alejandría sí.
Otros ejemplos incluyen.
Se apela al hecho de que no existen datos para afirmar que no es un delincuente, por lo que impone categóricamente una conclusión falsa. (Su amigo puede ser delincuente pero no estar registrado).
Este tipo de falacia puede convertirse en una falacia ad ignorantiam si se impone abusivamente la conclusión apelando a que no se puede demostrar lo contrario. Por ejemplo:
Obviamente, puede pertenecer a la secta y no haber indicios; no por ello se convierte la conclusión en cierta. Así, está apelando a la ignorancia del interlocutor y, además, le traslada la carga de la prueba.
En relación con esta falacia, es necesario hacer referencia a la doctrina jurídico-procesal llamada «de los actos propios», por la cual, en una de sus aplicaciones más frecuentes, si una de las partes en un proceso no alega cierto hecho, dato, prueba o argumento disponiendo de trámite para hacerlo, se presumirá que carece del mismo. Por tanto, aunque lógicamente el argumento a silentio o ex silentio es una falacia, porque el silencio de un interlocutor no puede tomarse como prueba de certidumbre de lo dicho por un interlocutor contrario, en el terreno de la pura retórica puede ser un indicio de falta de argumentos o de falta de capacidad para contrarrestar dialécticamente los argumentos expuestos por la adversa. Esta presunción se realiza en el terreno jurídico por ser este un terreno subjetivo marcado por leyes que están hechas para que la mayoría pueda quedar satisfecha. Y esto es así porque la mayoría posee el prejuicio de que el silencio de un interlocutor implica la falta de argumentos o un motivo particular para tenerlo y también porque el que rompe el estado de normalidad tiene la obligación de probar con argumentos las acusaciones. Véase Falacia de eludir la carga de la prueba.
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