La batalla de Noreya en 112 a. C., fue el enfrentamiento con el cual comenzó la guerra cimbria entre la República romana y tribus protogermánicas migratorias, cimbros y teutones. Esta finalizó en derrota, casi desastre militar, romana.
Los cimbrios y teutones abandonaron sus tierras natales alrededor del mar Báltico, en la península de Jutlandia, al sur de Escandinavia. Viajaron hacia el sureste, donde se encontraron con los escordiscos, con quienes lucharon. Tras obtener la victoria, siguieron avanzando hasta llegar al Danubio, en el Nórico (113 a. C.), hogar de los tauriscos, y aliados de Roma. Incapaces de repeler a los nuevos invasores, los tauriscios solicitaron ayuda romana. El cónsul Cneo Papirio Carbón respondió dirigiendo a sus legiones hacia Noricum (Nórico), acampando cerca de Aquilea.
Carbón ordenó que desocuparan las tierras de los tauriscios inmediatamente. Los cimbrios habían escuchado historias de la temible obstinación romana, y tras ver el tamaño del ejército y su fuerte posición defensiva, se conformaron. Sin embargo, Carbón no iba a permitir que los enemigos de Roma se escaparan (sin haber aprovechado la oportunidad de obtener un triunfo). Envió guías para que escoltaran a los cimbrios y teutones de vuelta a la frontera, pero en realidad pensaba guiarlos hacia una emboscada que él mismo había preparado.
Probablemente por medio de una traición de alguno de los guías, los protogermánicos supieron del ardid que les estaba preparando el cónsul. Dado que superaban ampliamente en número de hombres al enemigo y conocedores de la futura traición, los germanos actuaron en consecuencia y cayeron sobre el desprevenido ejército romano, quien pasó de llevar la iniciativa a ser sorprendido por el numeroso enemigo bárbaro.
Se sabe que la tormenta que cerró aquel día evitó la total destrucción de las fuerzas romanas, pues los germanos cesaron inmediatamente la cacería de las tropas romanas en desbandada, lo que les permitió a estos reagruparse y huir con los restos de la impedimenta hacia la península italiana.
Este atípico desenlace se produjo porque los germanos creían que los rayos y truenos de las tormentas se debían a la ira de sus dioses, lo cual era mucho más temido para ellos que el propio enemigo.
Carbón y parte del ejército escaparon con vida, a pesar de que las tribus protogermánicas se jactaron erróneamente de que le habían dado muerte. A su llegada a Roma, el senado le deshonró y fue desposeído del título de cónsul, aunque no fue exiliado como era costumbre hacer con los comandantes completamente derrotados.
Roma se preparó para lo peor, pero los cimbrios y teutones, en vez de entrar en Italia, se dirigieron al oeste, adentrándose en la Galia. Allí, en 105 a. C., en la batalla de Arausio otra fuerza militar romana más grande no tuvo tanta suerte como las legiones de Carbón.
Por otra parte, este desastre militar, junto con otros acontecimientos, provocaron las reformas del ejército por Cayo Mario.
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