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Buenaventura Argandoña Subercaseaux



Buenaventura Argandoña Subercaseaux (La Serena, 1804 - ibídem, 1844) fue una terrateniente y benefactora de la antigua provincia de Coquimbo.

Descendía del francés Francisco Subercaseaux Breton, a través de una hija natural de éste, doña María Dolores Subercaseaux Durán. Su padre fue Antonio de Argandoña, descendiente de una familia formada en la ciudad de La Serena a fines del siglo XVII.

Doña Buenaventura casó en la iglesia matriz de La Serena el año 1812 con un español, don Pablo Garriga Martinez,[1]​ que superó la condición peninsular gracias a su participación como patriota. Juntos fueron propietarios -sin contrapesos- de casi la totalidad de los terrenos donde hoy se alza la ciudad-puerto de Coquimbo, sumados a otros tantos sitios, residencias, terrenos de la zona y el país.

De su matrimonio nacieron las siguientes mujeres: Paula, que casó a los 16 años con el norteamericano Felix Fineas Lovejov y luego, viuda, con Gabriel Menoyo. Isabel, Matilde, Jesús, que casó con Santiago Edwards Ossandon; Margarita, que fue la esposa de Joaquín Edwards Ossandon; Rafaela y, Dolores, que celebró matrimonio con el escocés Paulino Campbell Pherson.

La señora Argandoña Subercaseux quedó viuda en 1833, casando al año siguiente con otro viudo, don Jorge Edwards Brown,[2]​ que en 1810 había contraído enlace con Isabel Ossandon Iribarren, dando inicio a la moda de los casamientos de mujeres serenenses con extranjeros, en su mayoría de un mismo grupo, unido por lazos comerciales.

Doña Buenaventura, cuyo abuelo lució el ostentoso título de "Capitán de cañones del puerto de Coquimbo,al enviudar y heredar los bienes de su esposo en 1833, Donó al gobierno las tierras del puerto de Coquimbo para la construcción de la Plaza de Armas, la primera Escuela Pública, la Iglesia San Pedro y el Cementerio. Sumado a ello concurrió a financiar parte importante de la fábrica de la iglesia de San Pedro, cediendo además sus derechos de agua del canal French, para que la población contase con dicho elemento a partir de 1850.[3]

Debido a ello, una de las calles del casco histórico del puerto de Coquimbo recuerda su filantropía.

Sus afinidades fueron tan consistentes que al morir, pasaron a ocupar en el primer patio del panteón local un espacio donde alzaron hermosos túmulos funerarios que vale la pena conocer pues, a medida de sus decesos, fueron reuniéndose como cenizas.

Las mujeres Argandoña, por herencias de su padre, padrastro y maridos-hermanastros, fueron grandes propietarias de la naciente ciudad de Coquimbo.[cita requerida]



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