El Centro Europeo de Documentación e Información (CEDI, en francés: Centre européen de documentation et d'information) se crea en 1952, a sugerencia del director del Instituto de Cultura Hispánica (ICH) de aquel entonces, Alfredo Sánchez Bella, con ocasión del primer congreso en Santander (Cantabria). Bajo la dirección del CEDI se proponen juntar las distintas corrientes cristiano-conservadoras que se han ido constituyendo en los diferentes países de Europa occidental en el contexto de la reconstrucción europea de la posguerra, el inicio de la Guerra fría y la integración europea que va surgiendo. A finales de los años 50 y en los 60, el CEDI se convierte, casi desapercibido por la opinión pública, en un foro de contactos trascendental de la política europea.
Con el CEDI, el régimen español de Franco consiguió crear un foro que permitiera a altos representantes de la política, de las Fuerzas Armadas, la economía y el ámbito cultural a establecer vínculos con círculos conservadores de otros países de Europa occidental. Bajo el pretexto de un intercambio cultural y bajo el signo de una cohesión «occidental», el CEDI apuntó a una inclusión política, militar y económica de España en el proceso de integración europea que empezaba a surgir.
En los congresos del CEDI, que tuvieron lugar todos los años, casi siempre en España y frecuentemente en el Escorial, se reunieron gran número de mandatarios provenientes de círculos conservadores. Entre los españoles, además de Sánchez Bella, los personajes principales eran Alberto Martín Artajo, el Marqués de Valdeiglesias, Manuel Fraga Iribarne, Joaquín Ruiz-Giménez y Luis Sánchez Agesta. Entre los integrantes de otros países destacan Otto von Habsburg, primer presidente del CEDI y más tarde presidente de honor, y los alemanes Hans-Joachim von Merkatz, Richard Jaeger, Eugen Gerstenmaier, Otto B. Roegele, el príncipe Georg y su hermano el conde Alois von Waldburg-Zeil. Igualmente hay que mencionar a los franceses Edmond Michelet, el conde François de la Noë y Michel Habib-Deloncle, también al Chevalier Marcel de Roover de Bélgica y a Arvid Fredborg de Suecia. En el transcurso de los años Georg von Gaupp-Berghausen, secretario general y más tarde presidente del CEDI, se fue convirtiendo cada vez más en la cabeza organizadora e igualmente programática del Centro.
Además de la herencia cristiano-católica, los contactos tradicionales entre las aristocracias europeas, los lazos militares y los intereses económicos comunes, otro elemento integrador relevante del CEDI era un anticomunismo riguroso. Las ponencias «científicas» que se impartían eran el eje central de las reuniones anuales y se concentraban en cuestiones relativas a la integración europea, la formación de bloques y en importantes asuntos sociales a nivel internacional.
Además de los españoles, también resultaban ser especialmente activos los miembros alemanes del CEDI. Otros centros nacionales existían en Francia, Bélgica y Austria. Más tarde surgieron centros nacionales en Gran Bretaña, Liechtenstein, Suiza, Suecia y Portugal.
Con la inscripción del CEDI, en 1957, en el Registro de Asociaciones, la sede del CEDI internacional se trasladó finalmente a Múnich. Sin embargo, Madrid seguía funcionando como sede administrativa central. A partir de mediados de los años 50 fueron especialmente los gaullistas franceses quienes empezaron a comprometerse más en el CEDI. Desde la vuelta de Charles de Gaulle a la escena política, los gaullistas utilizaron el CEDI de manera consecuente como foro de contactos internacional para comunicar sus ideas de la política europea. El acercamiento entre los gaullistas franceses y los partidos conservadores alemanes, que se inició en 1963, se hizo a través del CEDI. Cuando a mediados de los años 60 el compromiso de los gaullistas en el CEDI volvió a disminuir, se sintió de nuevo la influencia española. El CEDI se convirtió en un foro de política española hacia Latinoamérica, pero también empezó a dirigirse hacia África y Asia, para luego concentrarse en cuestiones relativas a la ayuda al desarrollo. Como consecuencia de los radicales cambios políticos y sociales que ocurrieron a finales de los años 60, la actividad diplomática del CEDI perdió relevancia. La necesidad urgente de una renovación personal volvía de nuevo al orden del día pero sin éxito. La transición española a la democracia, a mediados de los años 70, le quitó al CEDI las últimas bases materiales y organizadoras. Con la superación de la división europea, que se iba revelando a finales de los años 80, a fin de cuentas también el anticomunismo perdió su función de principal integrador ideológico del CEDI.
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