El Concilio de Fráncfort tuvo lugar el 1 de junio de 794 y fue convocado y presidido por Carlomagno. En este concilio la iglesia condenó la herejía adopcionista y revocó los decretos sobre los iconos sagrados que se habían establecido en el año 787 en el Concilio de Nicea.
En este documento aparece la primera mención documentada del señorío de Franconovurt ('Ciudad de los francos') como lugar con un importante sínodo de la nobleza franca bajo la dirección del emperador Carlomagno.
Aporta luces sobre la relación existente entre el Reino de Asturias y el Imperio carolingio. Destaca la relación entre el Beato de Liébana y Alcuino de York, respectivamente. Es reseñable el apoyo tanto del emperador Carlomagno, de Alcuino de York y del Papa al Beato de Liébana en el conflicto adopcionista.
El Concilio de Nicea de 787 había prohibido el culto iconoclasta. Fue un concilio marcadamente político organizado gracias a la presión de la emperatriz bizantina Irene, regente durante la minoría de edad de su hijo Constantino VI, para resolver la controversia iconoclasta, sin que ningún representante de la Iglesia Franca hubiera sido invitado.
La Corte Franca no reconoció a los teólogos ecuménicos de Nicea, tachando de ambigua la decisión tomada allí y en respuesta escribió (probablemente a cargo de Teodulfo de Orleans) una serie de tratados (Libri Carolini). Estos, publicados en 791, fueron una referencia para apoyar la veneración de las imágenes.
Los temas y elementos de la agenda del Concilio de Fráncfort fueron ordenados en 56 cánones o capítulos. Los puntos o temas de debate tenían distinto peso según sus características, ya sea teológica, política o legal.
Los primeros cinco puntos de este «programa» se consideran de mucha importancia histórica:
Los cincuenta y un capítulos que siguen a los cinco primeros tratan también, entre otras cosas, de los decretos sinodales para varios obispos españoles sobre diversos temas, desde la prohibición de recaudar dinero para la entrada a los monasterios y otras decisiones relativas al derecho eclesiástico, hasta minutiæ sobre regulaciones fiscales sobre la recaudación del diezmo.
El adopcionismo nace como una controversia en el interior de la Iglesia de Hispania y del Reino de Asturias. Distinguía, pues, entre hijo verdadero y propio, e hijo adoptivo en el Verbo encarnado. Consideraba esta distinción como ortodoxa e intentaba fundarla en ciertos textos de la liturgia mozárabe.
Sin embargo, esta posición fue contestada por la Iglesia del Reino Asturiano, la cual pretendía una independencia respecto a la Iglesia de Hispania (Toledo). Así, el monje Beato de Liébana acusa a la fórmula de Elipando de romper la unidad personal del único Hijo de Dios y, de ahí, también de nuestra unión con Cristo.
Elipando encontró apoyo en Félix de Urgel, geográficamente muy cercano a la frontera franca. Preocupado por reforzar la unidad y la concordia de la Iglesia española, la cercanía de los musulmanes le hace sensible a la cuestión del significado de Cristo en la historia de la salvación. La obra de Félix, En defensa de Elipando (789), nos ha llegado en las refutaciones de Alcuino de las doctrinas de Félix de Urgel.
Adriano I es informado inmediatamente de esta cuestión por los adversarios de Elipando en Asturias. Su respuesta condena la doctrina de Elipando como nestoriana.
La reacción de Carlomagno fue rápida y radical: Félix debía retractarse en un sínodo en Ratisbona en 792. Lo mismo tendría que hacer en Roma sobre la tumba de Pedro, haciendo confesión de fe. Pero, retornado a su diócesis, Félix desmintió su retractación. La suerte de Félix alarma a Elipando y al episcopado español, los cuales rechazan la herejía del Beato de Liébana y los sufrimientos de Félix.
Los obispos francos respondieron sin excitación con el sínodo de Fráncfort en 794: la condena del adopcionismo era el punto más importante.
Muy preocupante para los francos era que el adopcionismo cobraba cierta importancia en los confines fronterizos de la Septimania, donde se celebraba la liturgia mozárabe, la cual era sospechosa para los francos. Los obispos de Lyon y Narbona hacen un viaje en 798 a esa zona fronteriza, predicando contra la herejía adopcionista. Pero esto no era suficiente para Carlomagno. En 799 un sínodo en Aquisgrán vuelve a ocuparse del problema. Para sorpresa de todos se presentó Félix. La disputa entre él y los teólogos francos concluye con una declaración de Félix por la que se plegaba a la mejor argumentación franca. Como prueba de la veracidad de su actitud, hace una confesión de fe por la que se separa de su antigua concepción teológica y profesa la doctrina de la Iglesia universal. Con todo, Carlomagno lo apresó y le envió a Lyon, donde moriría en 818.
El adopcionismo desaparece de Hispania en el siglo IX.
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