La diligencia es la virtud cardinal con la que se combate la pereza. La diligencia procede del latín Diligere que significa Amar, pero en un concepto más concreto que de su similar latín Amare que es más general:
"La palabra diligencia procede del verbo latino “diligere”, que curiosamente significa amar. Pero no un amar en general, sino un amar con delicadeza, con cariño. Es mucho más que el simple verbo, también latino, “amare”, que es más general, y que abarca también amar cosas y animales. La diligencia se da para expresar este amor de dedicación a las personas y sólo a las personas."[1]
Forma parte de la virtud de la caridad ya que está motivada por el amor. La diligencia, en sentido más alto, es el esmero y el cuidado en ejecutar algo. Una prontitud de hacer algo con gran agilidad tanto interior como exterior. Como toda virtud se trabaja, verdaderamente poniéndola en práctica.
"Es diligente el maestro que trae las pruebas de los alumnos corregidas y además, y su materia bien preparada. Es diligente el médico, que atiende con amor a su paciente y no le hace esperar absurdamente o con displicencia. Es diligente ese padre o madre de familia que aprovecha cualquier oportunidad para formar y animar a sus hijos. Es diligente ese líder o jefe que sabe adelantarse a las necesidades de sus subalternos y les ayuda a crecer. Es diligente ese entrenador de fútbol que sabe cuándo entrenar, dónde y cómo, mirando el bien del equipo. Es diligente ese alumno que entrega a tiempo su trabajo, y bien. Es diligente ese hijo que obedece a sus padres en todo lo que respecta a sus compromisos de hijo. Es diligente ese obrero que llega puntual y hace su trabajo movido por el amor, y no sólo por el jornal. (...) Diligencia es el cuidado y el esmero en ejecutar algo. Es esa prontitud de ánimo, esa agilidad interior y exterior, esa prisa apacible en hacer bien, en hacer con amor, en hacer con gozo lo que tengo que hacer en ese momento. Es esa laboriosidad a la hora de realizar las tareas y encomiendas. Lo contrario a diligencia es el descuido, el “ahí se va”, el más o menos, la informalidad, la impuntualidad, la desidia, la desgana. Todo esto es síntoma de una persona que ama poco, que ama pálidamente, que ama a cuentagotas. Que es inmadura, en pocas palabras, y enana en su estatura moral."[2]
En su calidad de virtud, la diligencia abarca a Dios, a uno mismo y con los demás:
A la diligencia se le dan como atributos un reloj y una espuela. A veces, se pone un gallo a sus pies.
Se la ve también representada por una mujer que tienen en la mano unas flechas y en la otra, un reloj de arena con alas o un ramo de tomillo sobre el cual hay una abeja, símbolo común de la diligencia.
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