El emirato de Córdoba (en árabe, إمارة قرطبة, Imārat Qurṭuba) fue un emirato independiente con capital en Córdoba que existió en la península ibérica entre 756 y 929 y estuvo regido por los omeyas.
El poder omeya era, sin ninguna duda, el más sólido de los poderes independientes que se constituyeron en el Occidente musulmán en la misma época, siendo los otros los rustumíes de Tahart, los midraríes de Siyilmasa y los idrisíes de Fez.
Tras la rápida conquista musulmana de la península ibérica en el período 711–718, esta se constituyó como provincia dependiente del Califato Omeya. Sus gobernantes fijaron su capital en Córdoba y recibieron del califa de Damasco el título de valí o emir.
En aquel momento la población musulmana peninsular estaba formada por los árabes instalados en las ciudades, los bereberes radicados en las zonas rurales y los sirios, que habían formado las primeras fuerzas invasoras. Estas etnias se enfrentaron entre sí para hacerse con el mayor número de tierras y sumieron la península en una endémica guerra civil hasta la aparición de Abderramán I.
La presencia musulmana en la península obedeció a dos factores: las rivalidades internas y el impulso expansionista islámico.
En 750, los abasíes derrocaron a los omeyas del Califato de Damasco y ordenan el asesinato de toda la familia omeya. Seis años más tarde, en 756, Abderramán I –que había escapado del sangriento destino final de los omeyas logrando huir de Damasco– desembarcó en al-Ándalus y se proclamó emir (comandante en jefe) tras conquistar Córdoba y, en 773, se independiza de la nueva capital abasí, Bagdad. Esta independencia es política y administrativa, pero se mantiene la unidad espiritual y moral al continuar el vínculo religioso con el Califato abasí. Abderramán solamente terminó por unificar la Iberia musulmana en 781, tras capturar Zaragoza (779) y Pamplona y haber sometido a los señores vascones del Pirineo.
Sin embargo, el verdadero organizador del emirato independiente fue Abderramán II, quien delegó los poderes en manos de los visires y logró una islamización muy rápida de la península, reduciendo considerablemente el número de cristianos en territorio musulmán (llamados mozárabes o dhimmis). No obstante, estos siguieron representando la mayoría de al-Ándalus por lo menos hasta el siglo XI.
Las disputas entre árabes y bereberes no cesaron tras la proclamación del Emirato, lo que permitió la reorganización de los reinos cristianos en el norte, dando inicio a la Reconquista, alentada por la política proárabe mantenida por la dinastía omeya, lo que provocó numerosas sublevaciones protagonizadas por muladíes, que llegaron a poner en peligro la existencia misma del Emirato.
A la llegada al trono de Abderramán III en 912, la decadencia política del Emirato era un hecho obvio y consumado. Para imponer su autoridad y terminar con las revueltas y conflictos que arrasaban la península ibérica, se proclamó califa en 929 estableciendo el Califato de Córdoba.
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