Francisco de Chaves (Trujillo, ca. 1500 - Lima, 26 de junio de 1541) fue un conquistador español que participó en la conquista de México, Guatemala y Perú. Radicó en Lima, en donde fue nombrado teniente de gobernador general, llegando a ser la segunda autoridad más importante del Perú después del marqués Francisco Pizarro. Luchó en la primera fase de la guerra civil entre los conquistadores del Perú, de lado de los Pizarro, y fue asesinado por los almagristas el mismo día en que estos mataron al marqués-gobernador. Se le conoce a veces con el apelativo de “el pizarrista” para distinguirlo de otro conquistador homónimo, Francisco de Chaves el almagrista, quien según una versión era su primo-hermano.
Perteneciente, según se afirma, de una noble estirpe de Trujillo, pasó al Perú en 1536. Pronto fue reconocido como capitán y hombre de confianza del marqués-gobernador Francisco Pizarro, su paisano, quien el 12 de diciembre de ese año le otorgó el repartimiento de Lurigancho (en el actual distrito de San Juan de Lurigancho). Por su parte el Cabildo de Lima le dio un solar (4 de enero de 1537).
Estalló por entonces la disputa entre Pizarro y Almagro por los límites de sus gobernaciones de Nueva Castilla y Nueva Toledo, respectivamente. Cada parte decidió nombrar dos comisionados que se encargarían de medir los límites de las gobernaciones con miras a evitar la guerra civil entre conquistadores. Los pizarristas designaron como comisionados a Chaves y a fray Juan de Olías, mientras que los almagristas eligieron a Alonso Henríquez y a Diego Núñez de Mercado. Pero estos comisionados no llegaron a ejercer sus funciones, porque a invitación y propuesta de Almagro, fue nombrado juez árbitro el padre fray Francisco Bobadilla, provincial de los mercedarios en Indias. Este exigió rehenes de las dos partes para que se celebrase la entrevista de los dos caudillos en Mala y nombró por tales del lado de Pizarro a su hija Francisca, a Francisco de Chaves y a Diego de Portugal, y del de Almagro a su hijo Diego, a Gómez de Alvarado y Contreras y a Diego de Alvarado. Cuando los pizarristas más exacerbados propusieron capturar traidoramente a Almagro durante dicha conferencia, Chaves se opuso enérgicamente, por ir contra la moral y la buena fe. Empero, las tentativas pacíficas fracasaron y se reiniciaron las hostilidades, que culminaron en la derrota de Almagro en la batalla de las Salinas (6 de abril de 1538), en la que, según parece, no participó Chaves pues no es mencionado por los cronistas, y se supone que permaneció en Lima pues Pizarro lo había nombrado, en diciembre de 1537, como su Teniente de Gobernador, cargo que volvió a ejercer durante la ausencia de Pizarro entre 1538 y 1541.
El 28 de mayo de 1538 obtuvo los repartimientos de indios de Yauyos y Tantacaja, de los que tomó posesión muy posteriormente, el 1 de marzo de 1540). Ese mismo año casó con María de Escobar, la viuda de Martín de Estete, la cual había heredado unos 40.000 pesos en oro y plata.
Tras el levantamiento del cerco de Lima de parte de las tropas de Manco Inca, el Cabildo limeño ordenó a Chaves a ir a subyugar y pacificar a los indios que permanecían alzados en Huaura, Atavillos y Lampián (sierra del actual departamento de Lima); Huaylas y Conchucos (actual departamento de Ancash); y Bombón, Tarma y Huánuco (sierra central del Perú). En Huamachuco se juntó con el capitán Miguel de la Serna, con el que inició la campaña, que fue muy cruel, especialmente en los Conchucos donde los indios tenían cercado a Gonzalo Pizarro y a sus hombres, que se hallaban en camino hacia el país de la Canela. El castigo de los españoles sobrepasó los límites y desembocó en un verdadero genocidio: luego de quemar y empalar a hombres y mujeres, Chaves hizo asesinar a 600 niños menores de nueve años, a los que hizo pronunciar su apellido en vez del nombre de Jesús al momento de ultimarlos. Este crimen fue condenado por los mismos españoles en su tiempo y no debe ser considerado como un exceso natural propio de la guerra, como suelen disculparse otros crímenes y genocidios cometidos por los conquistadores en América. Toda un área extensa fue convertida en el corregimiento de Conchucos, involucrando bajo la misma jurisdicción a los pincos, huaris y piscopampas.
De regreso a Lima, Chaves se convirtió en el hombre más importante del Perú después de Pizarro, pero pronto empezó a ser desplazado por Antonio Picado, el secretario del marqués, por lo que empezó a relacionarse con los almagristas. Incluso alojó en su casa a Diego de Almagro el Mozo, pero luego lo echó, acaso para congraciarse con los pizarristas.
Cuando el 26 de junio de 1541, los almagristas, encabezados por Juan de Rada, irrumpieron en el Palacio de Gobierno buscando a Pizarro para matarlo, Chaves no quiso cerrar la puerta de la habitación del piso superior donde se hallaba el marqués y salió a la escalera para intentar desanimar a Rada y a sus hombres. Les dijo a estos, haciéndose el sorprendido: "Señores, ¿qué es esto?, no se entienda conmigo el enojo que traeis con el Marqués, pues yo siempre fui amigo". Pero no pudo continuar porque lo atacaron en masa, ante lo cual quiso defenderse, pero una estocada le abrió la cabeza y cayó derribado, rodando por toda la escalera. De esa manera pereció. Se afirmó después que si hubiera cerrado la puerta (tal como le había ordenado el mismo marqués), los almagristas no hubieran matado a Francisco Pizarro ni a él. Pagó, pues, con su vida, el error de creer poder controlar la situación apaciguando el furor de los conjurados, pero no faltaron quienes le acusaron de haber actuado con premeditación contra Pizarro, intentando sacar provecho de la situación, al creer que esepste lo dejaba de Gobernador del Perú en su testamento.
El 25 de diciembre de 1551, diez años después del fallecimiento de Francisco de Chaves, una real cédula dada en la ciudad de Innsbruck dispuso que de las rentas de la inmensa encomienda que había sido suya, se diera comida, vestido y escuela a un centenar de niños indios, a modo de compensación o desagravio por los otros 600 niños que Chaves asesinó en Conchucos.
Su viuda María de Escobar, en la que no tuvo hijos, se volvió a casar el 8 de diciembre de 1547 con Pedro Portocarrero. Dejó una hija bastarda llamada Juana de Chaves, que posteriormente se casó con el capitán Pablo de Gamboa, conquistador del Río de la Plata, Nueva España y el Perú.
El Inca Garcilaso de la Vega, en su Segunda parte de los Comentarios Reales de los incas o simplemente Historia General del Perú, menciona a un capitán llamado Francisco de Chaves, que era hermano de Diego de Chaves y natural de Trujillo, de quien dice que fue uno de los que en Cajamarca se opusieron a la ejecución del inca Atahualpa en 1533 (Libro I, capítulo 37). El problema de identificarlo con el mismo Francisco de Chaves el pizarrista, o en todo caso con el “almagrista” radica en que ambos capitanes no estuvieron durante la captura de Atahualpa, ni tampoco el año siguiente, cuando se realizó el juicio del inca, según se desprende de las crónicas más confiables. Garcilaso no fue un testigo directo de los acontecimientos, ya que nació en 1539; él afirmaba basarse en los escritos del padre Blas Valera, hijo de uno de los conquistadores de Cajamarca.
Más adelante, el inca historiador cuenta que uno de los capitanes de Atahualpa, Quizquiz, enterado que su amo había sido ajusticiado a pesar de haber pagado el rescate, atacó a la retaguardia española cuando iba camino hacia el Cuzco. El encuentro se produjo en Tocto, un pueblo de la provincia de Huaylas, donde murieron 17 españoles y fueron capturados ocho, a saber: Francisco de Chaves, Pedro Gonzales, Alonso de Alarcón, Hernando de Haro, Alonso de Ojeda, Cristóbal de Orozco, Juan Díaz y el escribano Sancho de Cuéllar, quienes fueron llevados a Cajamarca, donde Quízquiz y sus fuerzas se reunieron con Tito Atauchi, hermano de Atahualpa. Los españoles presos fueron juzgados por un tribunal indio, creado a imitación del que juzgara a Atahualpa. Solamente Sancho de Cuéllar fue ajusticiado, por haber sido el escribano de la causa y de la sentencia del inca, mientras los siete restantes fueron perdonados, en virtud de que algunos de ellos, sobre todo Francisco de Chaves, se habían opuesto a la muerte de Atahualpa. A Chaves y sus compañeros le obsequiaron muchas piezas de oro, plata y esmeraldas y los enviaron en andas cargadas por indios. Antes de partir Chaves celebró con Tito Atauchi unas capitulaciones de paz y amistad que reconocieron a Manco Inca como legítimo heredero del Imperio y, confederados los españoles con los indios, se observarían las antiguas leyes de los Incas que no contradijesen la ley cristiana. Los Incas aceptaban la predicación de la fe católica y se comprometían a dar a los españoles alimentos, gentes como criados y tributos. Chaves se comprometió a llevar estas capitulaciones a Pizarro y hacérselas confirmar por el emperador Carlos V. Según Garcilaso, el incumplimiento por parte de los españoles de la capitulación entre Titu Atauchi y Francisco de Chaves determinó la insurrección de Manco Inca (Libro II, capítulos 5, 6 y 7).
Los modernos historiadores consideran que este relato es una leyenda sin resabios de verdad, basándose en el hecho contundente que no es mencionado por el resto de los cronistas, algunos de los cuales fueron testigos de los hechos, y cuyas versiones son, por lo tanto, más confiables. Solo el jesuita Juan Anello Oliva menciona el episodio pero de manera concisa y con alguna variante, pero al igual que Garcilaso su versión es tardía. Además el relato garcilasista contiene más incongruencias, como el hecho que el escribano de la hueste española no se llamaba Sancho de Cuéllar sino Pedro Sancho de la Hoz, quien no murió en 1533, sino que vivió muchos años más, terminando por ser decapitado en Santiago de Chile en 1547.
El relato garcilasista ha tenido más valor literario y así, ha inspirado a Ricardo Palma una de sus Tradiciones peruanas: “El que pagó el pato”.
Entre el 29 y el 30 de septiembre de 1999, el Instituto Italo-Latino Americano de Roma convocó un simposio sobre: "Guamán Poma de Ayala y Blas Valera. Tradición andina e historia colonial" donde se presentaron dos cuerpos de documentos o legajos jesuíticos, más conocidos como los “documentos Miccinelli”, atribuidos a autores distintos (entre ellos Blas Valera, Antonio Cumis y Anello Oliva, siglo XVII): Exsul Immeritus Blas Valera Populo Suo (EI) y Historia et Rudimenta Linguae Piruanorum (HR). El más antiguo legajo es un documento anexo a EI, nada menos una supuesta carta que el conquistador Francisco de Chaves escribió a Su Majestad el 5 de agosto de 1533, en la cual hace gravísimas acusaciones a Francisco Pízarro, atribuyéndolo haber ganado la batalla de Cajamarca no por el valor militar sino por una treta perversa, contraria a las reglas de la guerra, al dar vino envenenado al estado mayor del Inca Atahualpa; además lo acusa por haber agarrotado al Inca a pesar de su inocencia, así como de robos sobre el quinto real y por la violenta censura que puso contra el grupo de disidentes a su conquista engañosa. La carta no llegó nunca a su destino y se dice que pasó a manos del conquistador Luis Valera, padre de Blas Valera, quien escribió una crónica denunciando estos hechos, la cual pasó a manos del Inca Garcilaso, quien usó parte de su información para redactar sus Comentarios Reales.
La transcripción de la carta fue presentada por la doctora Laura Laurencich-Minelli, quien ha estudiado a fondo los documentos Miccinelli. Los historiadores peruanos se mostraron escépticos en cuanto a la autenticidad de dicho documento, surgiendo también el problema de identificar fehacientemente al Francisco de Chaves autor de la carta, que como ya hemos dicho, ningún conquistador de dicho nombre estuvo en Cajamarca entre 1532 y 1533 (al menos según la información más confiable con que hasta ahora contamos, prescindiendo de la versión del Inca Garcilaso, basada en Blas Valera). Sin embargo, el documento continúa siendo analizado.
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