La jugabilidad es un término empleado en el diseño y análisis de juegos que describe la calidad del juego en términos de sus reglas de funcionamiento y de su diseño como juego. Se refiere a todas las experiencias de un jugador durante la interacción con sistemas de juegos.
El término jugabilidad ha sido bastante ambiguo en su definición. Mientras que la Asociación de Academias de la Lengua Española ha introducido la definición de la palabra en el Diccionario de la lengua española como «facilidad de uso que un juego, especialmente un videojuego, ofrece a sus usuarios», otros autores relacionados con el mundo de los videojuegos han aportado a lo largo de los años otros puntos de vista sobre lo que consideran que es:
Para analizar y caracterizar la experiencia del jugador, la jugabilidad posee los siguientes atributos que ayudan a su medida y análisis:
El análisis de un videojuego es un proceso lo suficientemente complejo como para necesitar descomponerlo sobre la base de diferentes puntos de vista. Las Facetas de la Jugabilidad permiten identificar más fácilmente los distintos atributos de la jugabilidad y su relación con los distintos elementos de un videojuego.
Las facetas de la jugabilidad son las siguientes:Se puede entonces deducir, a la vista de lo anterior, que la jugabilidad de un juego viene dada como el valor de cada uno de los atributos en las distintas facetas presentadas y que se debe ser lo más adecuado posible para que las experiencias/sensaciones del jugador a la hora de jugarlo sean las mayores posibles y las más adecuadas a la naturaleza del propio videojuego.
Surgido junto con las teorías de diseño de juegos en los años 80, el término jugabilidad era usado solamente en el contexto de los videojuegos, aunque ahora por su popularidad ha comenzado a verse el uso en la descripción de otras formas de juegos más tradicionales (como los juegos de mesa).
A la hora de analizar la jugabilidad, no se tienen en cuenta factores como la calidad técnica de los gráficos o el sonido; únicamente se presta atención a las mecánicas del juego y la experiencia del jugador. La jugabilidad tiene que ver con el diseño del juego, y no con su implementación (ya sea mediante software o imprimiendo planchas de cartas).
Un juego con una buena jugabilidad sería aquel que durante su transcurso exhibe un conjunto de reglas y mecánicas que vayan parejas al tema (o ambientación), y, además, sean divertidas (obsérvese lo ambiguo de esto último). Las reglas del juego definen su mecánica, es decir: a qué se juega (cuáles son los objetivos) y cómo se juega (cómo lograrlos).
Una regla de juego es, sencillamente, una condición que provoca una acción; mediante las reglas, se define la interactividad del juego, que es el conjunto de decisiones que puede tomar un jugador para afectar al estado del juego (los juegos pueden definirse como máquinas de estados).[fuente cuestionable][cita requerida]
Así, el diseñador ha de plantear las tomas de decisiones que ofrezca el juego de manera que estas se encuentren equilibradas: que sean complejas, para retar al jugador, pero intuitivas y cómodas al manejo para no agobiar al jugador, además de hacer que esos retos sean satisfactorios (esto es, que exista una recompensa proporcional a lo difícil del reto).[fuente cuestionable]
Un montón de pequeños detalles influyen en la buena o mala jugabilidad de un juego. Cabe destacar que la misma no es afectada por la generación a la que pertenezca el juego ni por lo avanzado de las tecnologías empleadas, sino por la calidad y empeño que los diseñadores hayan puesto en la creación del juego.
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