La lingüística (del francés linguistique; este de linguiste, «lingüista» y aquel del latín "lingua", «lengua») es el estudio científico del origen, la evolución y la estructura del lenguaje, a fin de deducir las leyes que rigen las lenguas (antiguas y modernas). Así, la lingüística estudia las estructuras fundamentales del lenguaje humano, sus variaciones a través de todas las familias de lenguas (las cuales también identifica y clasifica) y las condiciones que hacen posible la comprensión y la comunicación por medio de la lengua natural (esto último es particularmente cierto en el enfoque generativista).
Si bien la gramática es un estudio antiguo, el enfoque no tradicional de la lingüística moderna tiene varias fuentes. Una de las más importantes la constituyen los Neogrammatiker, que inauguraron la lingüística histórica e introdujeron la noción de ley en el contexto de la lingüística y que en particular formularon diversas leyes fonéticas para representar el cambio lingüístico. Otro punto importante son los términos de sincronía, diacronía y las nociones estructuralistas popularizadas por el trabajo de Ferdinand de Saussure y el Cours de linguistique générale (inspirado en sus lecciones). El siglo XX se considera, a partir del estructuralismo derivado de los trabajos de Saussure, el «punto de arranque» de la lingüística moderna. A partir de esa época parece haberse generalizado el uso de la palabra «lingüística» (la primera aparición de la palabra registrada es de 1883[cita requerida]). La palabra «lingüista» se encuentra por primera vez en la página 1 del tomo I de la obra Choix des poésies des troubadours, escrita en 1816 por Raynouard.
El objetivo de la lingüística teórica es la construcción de una teoría general de la estructura de las lenguas naturales y del sistema cognitivo que la hace posible, es decir, las representaciones mentales abstractas que hace un hablante y que le permiten hacer uso del lenguaje.
El objetivo es describir las lenguas caracterizando el conocimiento tácito que de las mismas tienen los hablantes y determinar cómo estos las adquieren. Ha existido cierta discusión sobre si la lingüística debe considerarse una ciencia social o más bien parte de la psicología. En las ciencias sociales la conciencia de los participantes es parte esencial en el proceso, sin embargo, parece que ni en el cambio lingüístico, ni en la estructura de las lenguas la conciencia de los hablantes juegue ningún papel relevante. Aunque ciertamente en áreas incluidas normalmente dentro de la lingüística como la sociolingüística o la psicolingüística la conciencia del hablante sí tiene un papel, sin embargo, esas dos áreas no son el núcleo principal de la lingüística teórica sino disciplinas que estudian aspectos colaterales del uso del lenguaje.
El objetivo de la lingüística aplicada es el estudio de la adquisición del lenguaje y la aplicación del estudio científico de la lengua a una variedad de tareas básicas como la elaboración de métodos mejorados de enseñanza de idiomas. Existe un considerable debate sobre si la lingüística es una ciencia social, ya que solo los seres humanos usan las lenguas, o una ciencia natural porque, aunque es usada por los seres humanos, la intención de los hablantes no desempeña un papel importante en la evolución histórica de las lenguas ya que usan las estructuras lingüísticas de manera inconsciente (esto es estudiado por F. de Saussure quien llega a la conclusión de que los cambios de una lengua se producen arbitrariamente por variaciones que el sujeto realiza, y estos son involuntarios, y que la lengua varía en la historia y por eso plantea que el estudio de la lengua debe realizarse diacrónica y sincrónicamente. Saussure deja de lado la historia de las lenguas y las estudia sincrónicamente, en un momento dado del tiempo). En particular, Noam Chomsky señala que la lingüística debe ser considerada parte del ámbito de la ciencia cognitiva o la psicología humana, ya que la lingüística tiene más que ver con el funcionamiento del cerebro humano y su desarrollo evolutivo que con la organización social o las instituciones, que son el objeto de estudio de las ciencias sociales.
Para situar el ámbito o el objetivo de una investigación lingüística, el campo puede dividirse en la práctica según tres dicotomías importantes:
La ciencia que se ha constituido en torno de los hechos del lenguaje ha pasado por tres fases sucesivas antes de adoptar el enfoque moderno actual.
Se comenzó por organizar lo que se llamaba la gramática. Este estudio, inaugurado por los griegos y continuado especialmente por los franceses, estaba fundado en la lógica y desprovisto de toda visión científica y desinteresada de la lengua misma; lo que la gramática se proponía era únicamente dar reglas para distinguir las formas correctas de las formas incorrectas; se trataba de una disciplina normativa, muy alejada de la pura observación y su punto de vista era, por lo tanto, necesariamente reducido.
Después apareció la filología. Ya en Alejandría existía una escuela filológica, pero este término se asocia sobre todo con el movimiento científico creado por Friedrich August Wolf, a partir de 1777, que continúa hasta nuestros días. La lengua no es el único objeto de la filología que quiere sobre todo fijar, interpretar, comentar los textos. Este primer estudio lleva también a la historia literaria, de las costumbres, de las instituciones, etc.; en todas partes usa el método que le es propio, que es la crítica. Si aborda cuestiones lingüísticas, es sobre todo para comparar textos de diferentes épocas, para determinar la lengua particular de cada autor, para descifrar y explicar inscripciones redactadas en una lengua arcaica u oscura. Sin duda estas investigaciones son las que prepararon la lingüística histórica: los trabajos de Ritschl sobre Plauto pueden ya llamarse lingüísticos, pero, en ese terreno, la crítica filológica falla en un punto: en que se atiene demasiado servilmente a la lengua escrita, y olvida la lengua viva. Por lo demás, la antigüedad grecolatina es la que la absorbe casi por entero.
El tercer período comenzó cuando se descubrió que las lenguas podían compararse entre sí. Este fue el origen de la filología comparada o gramática comparativa. En 1816, en una obra titulada Sistema de la conjugación del sánscrito, Franz Bopp estudió las relaciones que unen el sánscrito con el germánico, el griego, el latín, etc. y comprendió que las relaciones entre lenguas parientes podían convertirse en una ciencia autónoma. Pero esta escuela, con haber tenido el mérito indisputable de abrir un campo nuevo y fecundo, no llegó a constituir la verdadera ciencia lingüística. Nunca se preocupó por determinar la naturaleza de su objeto de estudio. Y sin tal operación elemental, una ciencia es incapaz de procurarse un método. (Fragmento del capítulo I "Ojeada a la historia de la lingüística" de la Introducción del Curso de lingüística general. Ferdinand de Saussure)
La lingüística moderna tiene su comienzo en el siglo XIX con las actividades de los conocidos como neogramáticos que, gracias al descubrimiento del sánscrito, pudieron comparar las lenguas y reconstruir una supuesta lengua original, el idioma protoindoeuropeo. Esto animó a los lingüistas a crear una ciencia positiva en la que incluso se llegó a hablar de leyes fonéticas para el cambio lingüístico.
No será, sin embargo, hasta la publicación del Curso de lingüística general (1916), compuesto por apuntes que alumnos tomaron en el curso dictado por el suizo Ferdinand de Saussure, cuando se convierte la lingüística en una ciencia integrada a una disciplina más amplia, la semiología, que a su vez forma parte de la psicología social, y defina su objeto de estudio. La distinción entre lengua (el sistema) y habla (el uso) y la definición de signo lingüístico (significado y significante) han sido fundamentales para el desarrollo posterior de la nueva ciencia. Sin embargo, su perspectiva —conocida como estructuralista y que podemos calificar, por oposición a corrientes posteriores, como de corte empirista— será puesta en cuestión en el momento en que ya había dado la mayor parte de sus frutos y, por lo tanto, sus limitaciones quedaban más de relieve.
Tras el estallido de la primera guerra mundial, la falta de comunicación entre continentes imposibilitó un trabajo lingüístico colaborativo y en consonancia con los mismos objetivos. Los lingüísticas y antropólogos norteamericanos decidieron entonces focalizarse en la realidad lingüística de las comunidades aborígenes locales ágrafas, cuyas lenguas estaban desapareciendo. Así, expertos como Bloomfield, Boas o Sapir, intentaron redefinir el enfoque sobre el lenguaje, orientado a su relación con el mundo; a esto denominaron "relativismo lingüístico ".
En el siglo XX el lingüista estadounidense Noam Chomsky creó la corriente conocida como generativismo. Con la idea de solventar las limitaciones explicativas de la perspectiva estructuralista, se produjo un desplazamiento del centro de atención que pasó de ser la lengua como sistema (la langue saussuriana) a la lengua como proceso de la mente del hablante, la capacidad innata (genética) para adquirir y usar una lengua, la competencia. Toda propuesta de modelo lingüístico debe, pues —según la escuela generativista—, adecuarse al problema global del estudio de la mente humana, lo que lleva a buscar siempre el realismo mental de lo que se propone; por eso al generativismo se le ha descrito como una escuela mentalista o racionalista. En esta perspectiva la lingüística es considerada como una parte de la psicología o más exactamente la ciencia cognitiva.
Tanto la escuela chomskiana como la saussureana se plantean como objetivo la descripción y explicación de la lengua como un sistema autónomo, aislado. Chocan así —ambas por igual— con una escuela que toma fuerza a finales del siglo XX y que es conocida como funcionalista. Por oposición a ella, las escuelas tradicionales chomskiana y saussuriana reciben conjuntamente el nombre de formalistas. Los autores funcionalistas —algunos de los cuales proceden de la antropología o la sociología— consideran que el lenguaje no puede ser estudiado de forma autónoma descartando el "uso" del lenguaje. La figura más relevante dentro de esta corriente tal vez sea el lingüista neerlandés Simon C. Dik, autor del libro Functional Grammar. Esta posición funcionalista acerca la lingüística al ámbito de lo social, dando importancia a la pragmática, al cambio y a la variación lingüística.
La escuela generativista y la funcionalista han configurado el panorama de la lingüística actual: de ellas y de sus mezclas arrancan prácticamente todas las corrientes de la lingüística contemporánea. Tanto el generativismo como el funcionalismo persiguen explicar la naturaleza del lenguaje, no solo la descripción de las estructuras lingüísticas.
Nos podemos aproximar al estudio de la lengua en sus diferentes niveles, por un lado, como sistema, atendiendo a las reglas que la configuran como código lingüístico, es decir, lo que tradicionalmente se conoce como gramática y, por otro lado, como instrumento para la interacción comunicativa, desde disciplinas como la pragmática y la lingüística textual.
Desde el punto de vista de la lengua como sistema, los niveles de indagación y formalización lingüísticas que convencionalmente se distinguen son:
Desde el punto de vista del habla, como acción, se destaca:
Dependiendo del enfoque, el método y los componentes de análisis varían, siendo distintos, por poner un ejemplo, para la escuela generativista y para la escuela funcionalista; por tanto no todos estos componentes son estudiados por ambas corrientes, sino que una se centra en algunos de ellos, y la otra en otros. Del estudio teórico del lenguaje se encarga la Lingüística general o teoría de la lingüística, que se ocupa de métodos de investigación y de cuestiones comunes a las diversas lenguas.
El tipo de problema considerado central y más importante en cada etapa del estudio de la lingüística moderna ha ido cambiando desde la lingüística histórica (nacida de los estudios de las etimologías y la filología comparativa) hasta el estudio de la estructura sintáctica, pasando por la dialectología, la sociolingüística. La siguiente lista enumera algunas de las principales escuelas en orden cronológico de aparición:
Se conocen alrededor de unas 6000 lenguas aunque el número de lenguas actualmente habladas es difícil de precisar debido a varios factores:
A pesar del elevado número de lenguas mutuamente ininteligibles, la lingüística histórica ha podido establecer que todas esas lenguas se pueden agrupar en un número mucho más reducido de familias de lenguas, derivando cada una de estas lenguas de una protolengua o lengua madre de la familia. Ese hecho sirve habitualmente de base para la clasificación filogenética de las lenguas del mundo. Además de ese tipo de clasificación, también se pueden hacer diversos tipos de clasificación tipológica, referidas al tipo de estructuras presentes en una lengua más que a su origen histórico o su parentesco con otras lenguas.
La distribución de las lenguas por continentes es muy desigual. Asia y África tienen cerca de 1900 lenguas cada uno, esto representa un 32 % de la diversidad lingüística total del planeta. Por el contrario, Europa tiene sólo un 3 % de las lenguas del planeta, siendo el continente con menor diversidad lingüística. En América existen alrededor de 900 lenguas indígenas (15 % de las lenguas del planeta) y en Oceanía y las regiones adyacentes unas 1100 (18 %).
La región lingüísticamente más diversa del planeta es Nueva Guinea y la menos diversa es Europa. En la primera región hasta el siglo XX no existió ninguna entidad estatal, mientras que en Europa la existencia desde antiguo de grandes estados, restringió la diversidad cultural, produciéndose un efecto uniformizador muy importante en cuanto a la diversidad lingüística.
Las lenguas del mundo presentan una gran dispersión en cuanto al número de hablantes. De hecho, unas pocas lenguas mayoritarias concentran la mayoría de hablantes de la población mundial. Así, las 20 lenguas más habladas, que suponen alrededor de un 0,3 % de las lenguas del mundo, concentran casi el 50 % de la población mundial, en número de hablantes; mientras que el 10 % de las lenguas menos habladas apenas concentran al 0,10 % de la población mundial. Y aunque el número medio de hablantes de una lengua terrestre está en torno a un millón, el 95,2 % de las lenguas del mundo tienen menos de un millón de hablantes. Esto significa que las lenguas más habladas acumulan un número de hablantes desproporcionadamente alto y por eso la media anterior es engañosa respecto a la distribución. Las lenguas con pocos hablantes pueden estar en peligro de extinción, aunque no necesariamente, ya que el factor clave para la desaparición de una lengua suele ser la presencia de sustitución lingüística.
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