Mateo el Evangelista, en hebreo מתיו הקדוש (también conocido como Mateo Leví, Leví de Alfeo o Mateo el Apóstol), fue uno de los doce apóstoles elegidos por Jesús de Nazaret. La tradición cristiana le atribuye la autoría del Evangelio de Mateo, pero alguna crítica actual relativiza esta atribución, al menos respecto al texto que nos ha llegado como tal.
Etimológicamente, el nombre español Mateo proviene del griego Mathaios (Ματθαιος) y este, del arameo Mattai, una forma corta del hebreo MattanYah, que significa ‘don de Yah’ (forma corta de Yahveh), es decir, ‘don de Dios’.
Mateo es citado en los Evangelios como Leví, hijo de Alfeo o Cleofás, publicano y recaudador de impuestos en Cafarnaúm (Mateo 9,9, Marcos 2,14, Lucas 5,27-29). Existen pequeñas diferencias en el tratamiento que dan a Mateo los distintos Evangelios.
En el Evangelio de Lucas se le llama Leví. En el de Marcos, se le da el nombre de Mateo en la lista de los apóstoles, pero es llamado Leví cuando se relata la historia de su vocación. Según los tres sinópticos, lo dejó todo al ser llamado por Jesús. Ese mismo día hizo una gran fiesta a la que asistieron Jesús y sus discípulos.
Es mencionado en los Hechos de los Apóstoles, aunque apenas se ofrece información sobre él (Hechos 1,13). Es también uno de los pocos discípulos mencionados por su nombre en el Evangelio de Tomás.
Según Eusebio de Cesarea, predicó durante quince años en Judea, donde escribió su Evangelio hacia el año 80. Según Rufino, después se marchó a Etiopía.
Algunas tradiciones afirman que fue martirizado en Etiopía. En cambio, de acuerdo con Epifanio de Salamis –obispo de Chipre–, Mateo murió en Hierápolis (en Partia) y quien sufrió martirio en Etiopía habría sido Matías, el sustituto de Judas Iscariote.
Mateo es considerado santo por todas las confesiones cristianas que admiten esta distinción. La Iglesia católica celebra su fiesta el 21 de septiembre y la ortodoxa el 16 de septiembre. Según la tradición, sus restos se conservan en Salerno (Italia).
La tradición cristiana atribuye a Mateo la autoría del Evangelio de Mateo que lleva su nombre (kata Mathaion: ‘de Mateo’ o ‘según Mateo’). El primer autor conocido en establecer esta atribución fue Papías, quien, hacia 110 o 120, en un texto citado por Eusebio de Cesarea, dice que «Mateo [...] recogió en orden los logia en dialecto hebreo y cada cual los interpretó como podía» (Historia eclesiástica, III, 39,16). El término logia no significaba necesariamente un evangelio: podía tratarse simplemente de una colección de máximas. De acuerdo con esta información, algunos antiguos autores cristianos consideraron a Mateo autor de un primer evangelio, escrito en arameo, lengua vernácula de Palestina del siglo I, cuya traducción al griego sería el texto ahora conocido como Evangelio de Mateo. San Ireneo de Lyon, Clemente de Alejandría, Eusebio de Cesarea, Orígenes y Jerónimo de Estridón se cuentan entre los que consideraron al apóstol Mateo autor de este evangelio.
El primitivo original semítico está perdido aunque varios autores primitivos lo citan; pareció basarse en los dichos de Jesucristo y fue utilizado por Mateo para su propia predicación. La Iglesia utilizó con carácter oficial canónico el nuevo texto griego, aparentemente traducido por el mismo Mateo. El Evangelio de Mateo es el Evangelio eclesiástico por excelencia, no solo por ser el más utilizado por la tradición primitiva de la Iglesia, sino porque en su estructura y formulación encarna una preocupación eclesial apologética vivida en las primeras generaciones cristianas.
El objetivo del Evangelio está claro desde su redacción original: dar testimonio a los judíos de que en Jesucristo se cumplen todas las profecías del Antiguo Testamento relativas al Mesías.
Cada vez más, los críticos descartan la teoría de que fue escrito después del Evangelio de San Marcos, ya que este contiene muchos detalles que Mateo no cita.
Al igual que los otros evangelistas, Mateo es representado a menudo en el arte cristiano. Su atributo particular es un hombre alado, en alusión al tetramorfos del profeta Ezequiel (Ez 1,10; cf Ap 4,7) tan común en la representación de los evangelistas. Destacan sobre todo las pinturas realizadas por Caravaggio para la iglesia de San Luis de los Franceses (Capilla Contarelli), en Roma.
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