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Pedro de Alcántara Álvarez de Toledo y Palafox



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Pedro de Alcántara Álvarez de Toledo y Palafox nació el día 11 de mayo de 1803.


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Pedro de Alcántara Álvarez de Toledo y Palafox nació en Madrid.


Pedro de Alcántara Álvarez de Toledo y Palafox (Madrid, 11 de mayo de 1803 - Ibídem, 10 de enero de 1867), XIII marqués de Villafranca del Bierzo y grande de España, fue un diplomático español que tuvo un destacado papel en las relaciones exteriores del bando carlista durante la primera guerra carlista, ya que ostentó la representación de don Carlos en las cortes de Viena y San Petersburgo.

Tercero de los hijos de Francisco de Borja Álvarez de Toledo, XII marqués de Villafranca y María Tomasa Palafox y Portocarrero, nació en el palacio familiar de Madrid el 11 de mayo de 1803. Al día siguiente, fue bautizado en la vecina iglesia de San Andrés con el nombre de Pedro de Alcántara en honor a su tío y padrino el conde de Miranda, hermano de su padre.[1][nota 1]​ Fue educado junto a su hermano mayor Francisco, duque de Fernandina, cuya muerte prematura en 1816 le convirtió en heredero de la casa de Villafranca.

El 25 de agosto de 1819, fue nombrado gentilhombre de cámara con ejercicio y servidumbre.[2]

En los primeros meses de 1837, los carlistas decidieron cambiar de estrategia tras el frustrado intento de tomar Bilbao y ante la urgencia de liberar al territorio vasco-navarro de la presión fiscal que soportaba para sostener su ejército y hacienda. Siguiendo un viejo plan de Zumalacárregui, se congregó la llamada Expedición Real, una fuerza de más de diez mil hombres, encabezada por el propio pretendiente, que pretendía sublevar a sus partidarios en territorio isabelino y, uniéndose a los grupos armados carlistas de Cataluña y el Maestrazgo, tomar Madrid.[4][5]​ Además, parecía contarse con la colaboración de la reina María Cristina, que había hecho llegar proposiciones transaccionistas a don Carlos después de los sucesos de 1836 que le obligaron a reimplantar la constitución de Cádiz y nombrar un gobierno progresista.[4]​ De este modo, el 15 de mayo, Villafranca salió de Estella en las filas de la expedición, pues con los otros Grandes debía seguir desempeñando sus funciones de gentilhombre durante la campaña,[6]​ y el día 17 acompañó a don Carlos en el paso del Arga, el momento a partir del cual se adentraban en territorio enemigo.[7]

A finales de junio, una vez la expedición había cruzado el Ebro, don Carlos lanzó una ofensiva diplomática enviando emisarios a las cortes de las potencias afines para informar del avance victorioso de la campaña y solicitar su reconocimiento formal como rey de España. Se creía que este acto de apoyo explícito a su causa supondría un golpe de efecto definitivo en la contienda y neutralizaría la activa implicación de Inglaterra y Francia a favor del bando isabelino. Así, el marqués de Monesterio partió en misión a La Haya, Viena y Berlín, el conde de Orgaz a las cortes italianas, y el marqués de Villafranca a Rusia, donde debía quedar como embajador permanente ante el zar Nicolás I.[8][9][nota 2]​ Villafranca dejó el cuartel real en Cherta con dirección a San Petersburgo, pasando por París donde había de entrevistarse con el marqués de Labrador, jefe de la diplomacia carlista y representante de la causa en la capital francesa, que le instruiría sobre las interioridades de la política rusa.[13]

Hasta entonces, el gobierno ruso había mostrado bastante indiferencia hacia don Carlos y si no reconoció a Isabel II fue por su política de actuar de acuerdo con las otras potencias absolutistas, Austria y Prusia.[14]​ De las tres naciones, Austria era la que más decididamente apoyaba a los carlistas, en gran medida debido a la convicción personal del canciller Metternich de la legitimidad de su causa y a la sintonía que con él tenía el conde de Alcudia, representante de don Carlos en Viena. A finales de 1835, los tres soberanos se habían reunido en Toeplitz para trazar un plan de actuación conjunto en la guerra española, y decidieron limitarse a prestar apoyo diplomático y financiero a los carlistas, sin reconocer oficialmente al pretendiente, ante la negativa de éste a aceptar un programa político moderado y para evitar un conflicto abierto con Francia e Inglaterra.[15][16]​ Ahora, en cambio, la coyuntura política era mucho más favorable, pues los sucesos de 1836 en España despertaron en las potencias del Norte el temor a un contagio de la revolución liberal en sus territorios, como había ocurrido en 1820 tras el pronunciamiento de Riego.[17]​ Desde Rusia, las fuentes carlistas informan del profundo cambio de actitud del zar, que «habla de nuestra causa cual pudiéramos hacerlo nosotros»,[18]​ un panorama inmejorable para la misión de Villafranca.[19]

Sin embargo, cuando la expedición real llegó a las puertas Madrid, la ciudad no capituló como esperaban los carlistas y don Carlos decidió no atacarla por la proximidad de un gran ejército liberal comandado por Espartero. Se dirigió en vez al norte de la provincia buscando un campo de batalla favorable, pero fue sorprendido y derrotado por las tropas isabelinas.[21][22][5]​ Este fracaso acabó con la euforia inicial del viaje, y a su llegada a San Petersburgo en agosto, Villafranca no encontró el recibimiento esperado por parte del gobierno ruso. Se le dio un trato que consideró indigno en la frontera[19]​ y cuando se reunió con el vicecanciller Nesselrode, le hizo saber lo incómodo de su presencia allí[23]​ y puso grandes dificultades a su audiencia con el zar, que quedó pospuesta sine die.

La alta sociedad rusa, en cambio, dio una gran acogida al marqués, y según las comunicaciones diplomáticas los Villafranca frecuentaban los círculos más elitistas de la capital.[19]​El 18 de agosto, el príncipe Enrique de Hohenlohe escribe al rey de Wurtemberg, a quien representa en San Petersburgo, dándole noticias de la fiesta que ofreció a su sobrino el príncipe Federico, de viaje en Rusia. Entre los invitados, además de algunos miembros de la familia imperial como los grandes duques Miguel y Elena o el duque Pedro de Oldemburgo, «se encontraba también el marqués de Villafranca, duque de Medina Sidonia y Fernandina, que ha venido a Rusia, según me aseguran, a negociar subsidios para don Carlos de España. Dicen que es portador de una carta de este príncipe para su majestad el emperador».[24]​ En otra de esas reuniones mundanas, el marqués conoció a George Dallas, entonces ministro norteamericano en Rusia, que anotó en su diario sus impresiones sobre el representante carlista:

Pronto mejoró su situación, pues las presiones del embajador austriaco lograron una mayor deferencia del gobierno con Villafranca, en particular atendiendo a su elevada posición y a su calidad de grande de España. La condesa Nesselrode, esposa del vicecanciller, organizó una baile su honor, en palabras del marqués, «para reparar la mala impresión que me causó la frialdad con que fui recibido»,[19]​ pero su entrevista con el emperador continuó posponiéndose bajo distintos pretextos. Primero porque el soberano debía marchar de maniobras,[26]​ luego por la cuestión protocolaria del tratamiento de don Carlos, alteza o majestad, y últimamente porque se le quería recibir como súbdito napolitano, dadas sus numerosas propiedades y títulos en ese reino.[20]​ Por fin en diciembre, el marqués logró presentarse ante Nicolás I y entregarle la misiva de don Carlos que le acreditaba como su representante y solicitaba su reconocimiento como rey de Esapaña. Tras la reunión, Villafranca informó a la secretaría de Estado carlista que dudaba se diese ningún paso en favor del reconocimiento, a pesar de las grandes atenciones que desplegó el zar y el vivo interés que demostró por los hechos bélicos de la contienda.[20]​ En su opinión, la única posibilidad de que Rusia cambiase su postura era que las gestiones de Alcudia en Austria tuviesen éxito, ya que «la conducta de este gobierno se arreglará siempre a la del de Viena, aunque con mayor frialdad».[27]

De todos modos, las circunstancias habían empeorado, con las noticias del regreso de la expedición real a territorio vasco, espoleada por el ejército isabelino, y el estallido de las primeras divisiones internas, como el procesamiento de los generales Zaratiegui y Elío por su actuación durante la campaña. Ante este panorama, el reconocimiento dejó de ser una prioridad para los carlistas frente a la acuciante necesidad de ayuda económica.[26]​ La secretaría de Estado carlista cifró el montante del subsidio en doce millones de francos,[28]​ y Villafranca recibió instrucciones para que centrase su actividad en lograr que el gobierno ruso accediese a aportar su parte.[nota 3]​ Además, se envió al barón de los Valles en misión extraordinaria a San Petersburgo para impulsar la colaboración rusa.[26]​ La fama de aventurero que precedía a este personaje causó embarazo al marqués,[20]​ que no obstante se encargó de allanarle el camino en la corte, de modo que poco después de su llegada en enero de 1838, el barón pudo reunirse con Nesselrode, el día 28, y con el propio zar, el 30.[29]​ Ante ellos, el barón sostuvo la teoría carlista de la falta de medios económicos como la principal causa del fracaso de la expedición real, e insistió en la urgencia del envío de fondos para poder acabar la guerra.[29]

El barón quedó encantado con las buenas palabras y el trato del zar, y aunque no obtuvo una respuesta concreta sino vaguedades, escribió a la secretaría de Estado carlista dando grandes esperanzas de colaboración rusa. Villafranca no era tan optimista, consciente de la superficialidad de las formas y la doblez del gobierno, pues si bien se tenían con él grandes consideraciones -el embajador sardo señala que «el emperador y la familia imperial tratan al matrimonio Villafranca con especial amabilidad, incluso en público»-,[31]​ al mismo tiempo se vetaba su nombre en la prensa para evitar compromisos con Inglaterra.[27]​ Cuando en marzo las potencias del Norte aportaron una nueva remesa de nueve millones de francos,[28]​ el barón de los Valles trató de arrogarse el éxito de la participación de Rusia, pero en realidad todo había sido organizado vía Viena en noviembre, en un acuerdo auspiciado por Metternich en connivencia con Alcudia.[27]

Tras este envío de fondos, las potencias quisieron fiscalizar su gestión y enviaron al conde Plettemberg a España para que la evaluase en el terreno.[27]​ Su viaje coincidió con el fracaso de la expedición del conde de Negri, que confirmaba el confinamiento de los carlistas en el territorio vasco-navarro, el cual, exhausto de sostener el ejército del pretendiente y arruinado por el bloqueo comercial del enemigo, era escenario de las primeras sublevaciones contra el dominio carlista, como la de Muñagorri en Guipúzcoa. Estos incidentes tuvieron gran repercusión internacional y agravaron el descrédito de la causa entre las naciones afines. Desde Rusia, Villafranca transmite la mala impresión generalizada del avance de la guerra y sus dudas sobre la continuidad de la ayuda económica: «dicen generalmente que falta a S.M. un buen general, temen que los fondos sean inútiles por ese motivo y que, continuando, es fuerza que se pidan más, algo que incomodaría aquí como en Austria y Prusia en las actuales circunstancias».[32]​ Efectivamente, a su regreso en junio, Plettemberg entregó un informe a los embajadores de las tres naciones en París en el que desaconsejaba encarecidamente seguir financiando a los carlistas.[28]

El gobierno ruso comenzó entonces a inclinarse hacia la idea de un pacto entre carlistas e isabelinos para acabar con la guerra, y se hicieron numerosas insinuaciones a Villafranca en este sentido.[28]​ También se mostraba gran preocupación por el carácter bárbaro que estaba tomando la contienda, y en diciembre el propio zar recalcó al marqués la necesidad de evitar atrocidades innecesarias, en particular el cruel sistema de represalias del general Cabrera.[33][34]​ Este desvelo por los horrores de la guerra era fruto de una campaña propagandística del Foreign Office británico, con gran repercusión en una Rusia en pleno acercamiento diplomático a Inglaterra.[33][23][nota 4]​ Además, la evolución de los hechos bélicos en España, claramente favorable a los liberales, hacía cada vez más complicaba la posición de Villafranca en San Petersburgo.

En febrero de 1839, el general Maroto fusiló en Estella a varios jefes de la facción integrista. Don Carlos, instigado por su confidente y secretario de Estado Arias Teijeiro, miembro de dicha facción, desautorizó públicamente a Maroto y lo declaró traidor, pero acabó retractándose pocos días después, presionado por algunos de sus más importantes generales.[38]​ Este asunto causó un grave perjuicio a la imagen exterior del carlismo, pues quedaron expuestas sus profundas divisiones internas, antagónicas hasta a la beligerancia, y planteaba dudas sobre la capacidad del pretendiente, que había mostrado claros signos de debilidad.[33]​ Ahora al mando, Maroto impulsó el nombramiento de un nuevo equipo ministerial de tendencia moderada que lanzó una campaña diplomática solicitando nuevos subsidios a las potencias amigas. Esta vez, se aceptaban condiciones que los carlistas habían rechazado sistemáticamente: el control de la gestión de los fondos y la presencia en el gobierno de consejeros político-militares enviados por las cortes absolutistas.[39][15]​ Pero estas concesiones de poco servía ya, en mayo Nicolás I se negó a recibir a Villafranca, que debía entregarle una nueva carta de don Carlos, y Nesselrode le dejó claro que las potencias no continuarían financiando a los carlistas.[40][39]​ Así, en julio, se autorizó al marqués a abandonar Rusia, y partió a Sicilia donde debía atender asuntos de su patrimonio.[23]

En 1847 se le levantó el secuestro de su patrimonio por mediación de su hijo,[41][42]​ por lo que abandonó el Carlismo y se integró en la corte de Isabel II de España. Obtuvo los cargos de gentilhombre de cámara y senador del Reino. Murió en Madrid, el 10 de enero de 1867, siendo teniente hermano mayor de la Real Maestranza de Caballería de Sevilla y habiendo sido condecorado con la gran cruz de la Orden de Carlos III.

Como primo hermano de la emperatriz Eugenia, Villafranca tuvo un papel destacado del visita oficial que trajo a la consorte de Napoleón III a su país natal en octubre de 1863. El marqués, junto a otras autoridades, acudió a recibirla en el puerto de Valencia[43]​ y, coincidiendo con el paso de la soberana por Sevilla, organizó una montería en su honor en el coto de Doñana, su inmensa propiedad junto a la desembocadura del Guadalquivir. La emperatriz descendió el río en un buque de guerra, acompañada de la princesa Ana Murat, y fue recibida por el primogénito del marqués, el duque de Fernandina, que tomó el papel de anfitrión, pues la avanzada edad de su padre le impedía tomar parte en este tipo de actividades. La jornada de caza, en la que se lanceó un jabalí, fue narrada en detalle en el siguiente número de Le Monde Illustré.[44][45]

El año de 1865, de preocupante inestabilidad política, fue especialmente duro para el marqués por los numerosos dramas que golpearon a su familia. En julio, su hija la duquesa de la Alcudia murió accidentalmente durante su estancia en los baños de Lucca al incendiarse su vestido con una estufa, en una dramática escena presenciada por su marido y los tres hijos del matrimonio, el menor apenas un recién nacido.[46]​ Pocos meses después, el benjamín de los Villafranca, Carlos, contrajo la fiebre ardiente hallándose destacado con su regimiento en Valladolid y se suicidó en un acceso de delirio propio de la enfermedad. El suceso ocurría además en vísperas de la próxima boda del joven oficial.[47]

El 12 de septiembre de 1822, el marqués se casó en la iglesia de San Martín con Joaquina de Silva y Téllez-Girón, nacida en Madrid el 7 de marzo de 1802 e hija de José de Silva Bazan, X marqués de Santa Cruz, grande de España y mayordomo mayor del rey, y de Joaquina Téllez-Girón, II condesa de Osiló, de los duques de Osuna. Fue una doble ceremonia, en la que también se casaron el marqués de Alcañices e Inés de Silva, hermana de la novia.[48]​ Los marqueses de Villafranca formaron un matrimonio muy unido[nota 5]​ y tuvieron ocho hijos:

La marquesa de Villafranca sobrevivió seis años a su marido y murió en su villa de Portici, cerca de Nápoles, el 22 de septiembre de 1876.

Pedro de Alcántara Álvarez de Toledo, Osorio, Palafox y Portocarrero, Pérez de Guzmán el Bueno, Aragón y Moncada, Fajardo, Requesens, Luna, Cardona, Zúñiga, Portugal, Silva y Mendoza.[51][52]



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