El retrato de Adeline Ravoux es un retrato pintado en junio de 1890 por el pintor Vincent van Gogh de Adeline Ravoux, hija de los propietarios de la posada en Auvers-sur-Oise, cerca de París, donde pasó los últimos setenta días de su vida.
Con palabras corteses, convenció a la muchacha, tímida y retraída como se intuye en el retrato, de posar para él una tarde. De esa sesión salió esta magnífica obra que la muestra de perfil, mirando de reojo al espectador - probablemente no se fiaba demasiado del pintor, como casi todos - mientras juguetea con las manos, sobre un fondo oscuro del mismo azul que su vestido. Las tonalidades malvas dominan en contraste con el amarillo del cabello y las manos iluminadas, siguiendo la teoría de los colores complementarios. También son características del pintor los contornos destacados en negro, así como las pinceladas rápidas y espesas.
Vincent pensaba que tenía dieciséis años, pero en realidad tenía trece. Le agradeció el haberse estado muy quieta durante el posado. Además de esta obra firmada que dio a sus padres, también hizo dos versiones más: un dibujo similar coloreado, con el vestido en azul más claro, que envió a su hermano Theo van Gogh, y un retrato idealizado de Adeline, donde sobre ese fondo azul oscuro aparece su cabeza y busto de tres cuartos, con un vestido del mismo azul celeste que sus ojos, ya hecha una mujer. Tiene una expresión agresiva o infeliz, como si estuviera escuchando sobre ese futuro. A su derecha hay unas flores blancas y hojas verdes, que probablemente simbolicen su pureza e inocencia o, tal vez, su futuro ramo de novia en el matrimonio.
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